“No haréis como hacen en la tierra de Egipto, en la cual morasteis; ni haréis como hacen en la tierra de Canaán, a la cual yo os conduzco, ni andaréis en sus estatutos” (Levíticos 18:3). El pueblo de Dios no debía imitar ni la cultura de los egipcios ni la cultura de los cananitas. La conducta sexual de los cananitas era una abominación delante de Jehová, el Dios de Israel. Los pueblos del Medio Oriente incorporaron el sexo en sus ceremonias religiosas para rendirles cultos a los dioses de la fertilidad. Israel debía abstenerse de participar de sus ceremonias y obedecer las ordenanzas del Señor. El nivel de nuestra obediencia es lo que testifica de la calidad de nuestra vida espiritual. “Ningún varón se llegue a parienta próxima alguna, para descubrir su desnudez. Yo Jehová” (vs. 6). El matrimonio no es deshonroso; no es pecaminoso, ni algo que deba ser evitado, como opinan algunos. El matrimonio fue ordenado por Dios y es algo honorable. Es una institución divina y debe ser tenido en alta estima. Pero Dios prohíbe las relaciones sexuales entre familiares, a pesar de esta prohibición, se dieron algunos matrimonios entre parientes cercanos. En la actualidad vemos con preocupación el incremento en la cantidad de niños y niñas que son violados por familiares cercanos y muchas de estas niñas llegan, incluso, a concebir de sus padres. “De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación cual ni aún se nombra entre los gentiles; tanto que alguno tiene la mujer de su padre. Y vosotros estáis envanecidos. ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción?” (1 Corintios 5:1-2). La relación sexual que Dios aprueba es la que se ordena en las Escrituras. “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2.24). El matrimonio en su pureza preserva a los cónyuges de los pecados de lujurias, pecados que prevalecen en una sociedad licenciosa y libertina. “No te echarás con varón como con mujer; es abominación” (vs. 22). La sociedad trata de justificar las relaciones homosexuales y no se da cuenta que cuando se aprueban estas clases de relaciones sexuales se atenta contra la integridad de la familia y se socaban los valores morales de la sociedad. Causa estupor ver como la sociedad vez con naturalidad estas prácticas disolutas. La sodomías nos está arropando y son pocos los que levantan su voz para denunciar esta perversión sexual. “Porque cualquiera que hiciere alguna de todas estas abominaciones, las personas que las hicieren serán cortadas de entre su pueblo” (vs. 29). Pablo con toda claridad describe la inevitable espiral descendente del pecado y cuando el hombre cae en esta espiral, su destrucción es inminente. “Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre” Mateo 24:38-39). Es en un tiempo de indiferencia y descuido que aparecerá súbitamente nuestro Señor Jesucristo. Es necesario mantenerse vigilante, viviendo una vida en santidad y pureza delante de Dios. “Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor”. ¡Amén!
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