agosto 31, 2011

La unidad de la Iglesia

“Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros” (Romanos 8:4-5). Los creyentes tienen diversas funciones, pero todos son miembros de un mismo cuerpo, el cuerpo de Cristo. Los cristianos debemos vivir y trabajar juntos. Así como las diferentes partes del cuerpo actúan bajo la dirección del cerebro, nosotros debemos hacerlo bajo la autoridad y mandato de Jesucristo. No hay espacio para la arrogancia, ni necesidad de sentirse inferior en el cuerpo de Cristo, porque cada uno de nosotros desempeña un papel esencial en su funcionamiento. El hebreo bíblico no tiene una palabra para cuerpo. Entre los hebreos se hacía énfasis sobre el hombre como persona íntegra, y responsable ante Dios. En cambio, entre los griegos la palabra significaba unidad o entereza. El cuerpo encuentra su plena realización en la función de todas sus partes. No es que la iglesia sea “como” un cuerpo, sino que es el cuerpo de Cristo. Cada uno de  nosotros necesitamos de los demás para el cumplimiento del propósito de Dios en la Iglesia y de nuestra misión en el mundo. “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno” (Juan 17:22). La unidad por la que Jesús ora no es organizacional, sino espiritual. La unidad que él anhelaba para sus discípulos no es algo obligado o impuesto ni una uniformidad. Tampoco es la unión de organizaciones, como desean los movimientos ecuménicos. La  unidad  a la que Jesús se refiere solo es posible entre los creyentes que gocen de la plenitud del Espíritu Santo, quienes desean la gloria de Dios y el avance de su reino más que satisfacer sus propios intereses. Westcott comenta que no es sólo unidad de voluntad y amor, sino de carácter, y de disposición espiritual, realizada en una absoluta y perfecta armonía en Cristo. “¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?” (1 Corintios 1:13). Para dar un testimonio eficaz del Evangelio; de la persona de Jesús y de su misión en el mundo, la unidad debe hacerse visible en la Iglesia. Es posible vivir en unidad, si perseveramos en comunión con Dios y con su hijo Jesucristo. Para ser uno en Cristo, es preciso permanecer en el amor de Dios y para permanecer en el amor de Dios, es necesario obedecer  la Palabra. Para vivir como Cristo, al que mantener una relación íntima con Dios. Si compartimos la gloria de la cruz y de los sufrimientos de Cristo en la Tierra, compartiremos su gloria y su triunfo en el reino de los cielos. Las personas están en desacuerdo y causan división por asuntos sin importancia. Algunos parecen deleitarse en provocar tensiones al desacreditar a otros. Los chismes y calumnias son muy comunes. “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!” (Salmos 133:1). La construcción permanente de esta unidad dinámica, así como su reconstrucción en los casos de ruptura, es una tarea exigida por la necesidad de una renovación constante, y de una conversión permanente. Debemos ser “solícitos en guardar la unidad del Espíritu” y de tratar de llegar “a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios”. Dios nos ha llamado a ser miembros de su cuerpo; si trabajamos juntos, como el cuerpo de Cristo, podemos lograr la armonía por la que Jesús oró. ¡Amén!

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