“He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá” (Habacuc 2:2-3). La codicia es un deseo intenso de poseer, sin prestar atención a las Palabras de Dios. En la actualidad vemos como la codicia controla a los hombres. Muchos están embriagados, poseído de un espíritu de voracidad insaciable. En su vanidad han abandonados las normas comunes de la decencia y de la integridad moral. Pero la opresión y la violencia no pueden ser la base de una sociedad organizada. En contraste con esta clase de hombre, está el justo, el que es recto. Sus hechos son realizados conforme a la voluntad revelada de Dios. La fidelidad de los hombres y mujeres justos es una fuente de vida. Si vivimos en justicia, perduraremos en la presencia de Dios, mientras que nuestros enemigos y opresores perecerán. La fe como el medio para la justificación, fue lo que tocó a Martín Lutero en lo más profundo de su alma, iniciando así la Reforma protestante. Por lo general no pensamos que el sufrimiento sea bueno para nosotros, pero puede edificar nuestro carácter y nuestra paciencia. Durante tiempos de grandes pruebas, podemos sentir la presencia de Dios con claridad y encontrar ayuda de creyentes que nunca hubiéramos pensado que nos ayudarían. El saber que Jesucristo está con nosotros en nuestro sufrimiento, y el esperar su próximo regreso para poner fin a todo dolor, nos ayuda a crecer en nuestra fe y en nuestra relación con él. No debemos abandonar la fe en tiempos de persecución, sino demostrar que nuestra fe, es una fe verdadera. La fe significa depender de lo que Cristo ha hecho por nosotros en el pasado, pero también significa esperar lo que hará en nuestro favor en el presente y en el futuro. Tenemos que ser pacientes; la paciencia es la capacidad de continuar en pie bajo circunstancias difíciles, con la entereza de quien resiste activamente ante los inconvenientes y el fracaso. Continuemos adelante con una viva confianza en nuestros Salvador, sin vacilar ni retroceder. El que no es recto interiormente, no es recto delante de Dios. La vida fácil está debilitando a muchos cristianos, personas que en otros tiempos enfrentaron las pruebas y adversidades pero ahora han dejado que los vientos suaves del confort debiliten sus fuerzas y reduzcan su fe. Si fuéramos siempre como fuimos en nuestros mejores momentos en el Evangelio la vida sería muy diferente. El Evangelio no nos exige lo imposible; pero, si fuéramos siempre tan honrados, amables, valientes y corteses como podemos ser, la vida se transformaría. A todos se nos concede a veces remontarnos como las águilas; cuando estamos en forma todos podemos correr sin agotarnos; pero la mejor cualidad de un atleta es mantener su ritmo en la carrera sin desmayar. La victoria es para los fieles; la vida eterna es para los que caminan en la presencia de Cristo. Lo que hace importante el proceso de la vida, es su objetivo, solo los que perseveran hasta el fin serán salvos. “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá”. Cuando Habacuc dijo “vivirá”, quizás se refería solo a la vida presente, pero Pablo amplía el concepto para incluir también la vida eterna. Al confiar en Dios, obtenemos la salvación ahora y para siempre. La justicia de Dios es recibida por la fe, y cuando se recibe, produce una fe siempre creciente. En la medida que ejercitamos la fe, recibimos más y más de la justicia de Dios, y una actitud permanente de fidelidad a nuestro Señor Jesucristo. Durante la invasión de los caldeos el profeta Habacuc fue consolado al recibir la revelación y la seguridad de que el justo sería preservado por su fe y confianza en Dios. El justo no vivirá por confiar en sí mismo, en sus propias obras o méritos, sino por su confianza y fe en Dios. ¡Amén!
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