“Desde entonce comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17). Existe una única explicación para la caída del imperio de las tinieblas: “la llegada del reino de Dios”. La presencia del reino de los cielos es lo que explica la derrota de Satanás. El dedo de Dios (el Espíritu Santo), y su presencia, explican porque Jesús echaba fuera a los demonios y sanaba a los enfermos. Satanás era y continúa siendo “el príncipe de este mundo” y él sabía que Jesús lo despojaría de su dominio por eso toda la disputa se centró en este punto. Lo que estaba en juego era el establecimiento del reino de Dios. La victoria que Jesús debía obtener sobre Satanás no era sólo un asunto de poder, Satanás no sería derrotado en una confrontación de poder, sino en un plano superior, el de la obediencia. “…En el rollo del libro está escrito de mí; el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado…” (Salmos 40:7-8). La derrota de Satanás se llevaría a cabo por medio de la obediencia del Mesías. Es debido a esto que el rechazo de Jesús a lo que Satanás le ofrecía en la tentación del desierto, es el comienzo de su victoria y de la venida del reino. Desde el comienzo de la actividad pública de Jesús, su poder sobre Satanás ya era algo evidente. Esto no lo prueba solamente su poder para echar fuera demonios, sino también la manera en que los poseídos por el diablo se comportaban en su presencia. Cuando Jesús se aproximaba, ellos daban tremendos alaridos de terror. Los demonios les tenían y le tienen pánico a Jesús. Los demonios sabían quien era Jesús conocían su persona y sabían cuál era el significado de su venida. Le llamaban “el Santo de Dios”, “el hijo de Dios”, “Hijo del Dios Altísimo”. Esto significa que ellos reconocían la dignidad mesiánica de Jesús y su divinidad. Ellos sabían que la venida de Cristo significaba su destrucción. Se sentían atormentados e impotentes en la presencia del hijo de Dios. Los demonios solo querían prolongar su permanencia en la tierra y a menudo le rogaban a Jesús que no los arrojaras “al abismo”. Esto demuestra que, en la persona de Jesús, el reino de Dios era una realidad presente. El ejercicio del poder de Dios sobre Satanás y su gobierno tiene en la venida del reino su fundamento. Los setentas regresaron lleno de gozo y les contaron a Jesús, el éxito de su misión. Entonces, Jesús le dice: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo…” (Lucas 10:18-19). Jesús les da a conocer el trasfondo de todo este misterio. Los partidarios de Satanás no pueden sostenerse ni resistir porque el mismo Satanás ha caído y ha sido derrotado. La causa de esta caída está en la destrucción su poder por la obra de Jesús en la tierra y de forma particular por su obra redentora en la cruz. Cuando Jesús se refiere al poder que hemos recibido de él “para hollar serpientes y escorpiones, y todo poder del enemigo”; confirma que el tiempo de nuestra salvación, el cumplimiento de la promesa de Dios, y el reino de los cielos, han llegados. Jesús predicaba la llegada del reino con palabras y hechos y delegó esa misma autoridad en nosotros. La presencia de Jesús y del Espíritu Santo en nosotros garantiza nuestra victoria. No hay razón para tener miedo ni para desconfiar de Jesús. El tiene poder sobre el reino de las tinieblas, sobre la naturaleza y sobre toda enfermedad y dolencia. Su poder es ilimitado, él es Dios con nosotros. Los milagros de Jesús nos revelan la llegada del reino de Dios. “Bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen”. En cada milagro, Jesús nos da a conocer su poder redentor, él nos redimirá de todos nuestros males para siempre y quitará toda maldición de nuestras vidas. La predicación del evangelio no es una prueba inferior, al compararla con los milagros, de que el reino de los cielos ha llegado. La predicación es la proclamación del reino, no solo, como las buenas nuevas, sino también como la proclamación (anuncio) de la venida del reino de Dios. ¡Amén!
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario