“Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:14-15). El Evangelio es un mensaje que rompe concepciones religiosas y desencadena un movimiento que rebasa los límites del tradicionalismo. No es un conjunto de doctrinas aunque Jesús mismo enseñó muchas cosas; ni es la exposición de un filósofo que se dirige a la razón e inteligencia de sus oyentes. El Evangelio es el mensaje que Dios transmite a través de sus portavoces en un determinado momento. Cada palabra tiene aquí su importancia. La expresión griega empleada aquí para designar “el tiempo”, significa el momento adecuado. Es el tiempo de salvación previsto por los profetas y decretado por Dios; ha comenzado el tiempo de la gracia y de la salvación del pecador. Dios reina de distintos modos: en la creación, en la historia, y principalmente en su pueblo. Cuando Jesús habla del reino de Dios sin explicaciones adicionales, está pensando en el reino divino que se realizará en toda su plenitud, tanto sobre Israel como sobre todos los pueblos y naciones de la tierra. En el hebreo como en el griego bíblico hay varias palabras para expresar la conversión del pecador a Dios. La necesidad del arrepentimiento para entrar en el reino de Dios es algo que el Nuevo Testamento afirma de forma tajante. “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Lucas 5:32). Los fariseos cubrían su pecado con la apariencia de ser personas respetables. Se presentaban en público como hombres buenos, que hacían buenas obras. Jesús decidió invertir su tiempo, no en estos líderes religiosos justos, según sus propios criterios, sino en gente consciente de su pecado. Para llegar a Dios, usted debe arrepentirse; y para hacerlo, debe reconocer su pecado. “El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados. Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen” (Hechos 5:30-32). El Sanedrín había prohibido a los discípulos que siguieran enseñando acerca de la persona de Jesús, pero ellos habían desobedecido abiertamente esa orden. Los apóstoles eran tenidos no sólo como herejes, sino también como alborotadores. En el relato se refleja claramente las cualidades de los discípulos. Eran hombres de valor; volver a predicar en el Templo hubiera sido inaceptable para cualquier persona sensata. Obedecer la orden de predicar el Evangelio era asumir un gran riesgo; pero ellos lo hicieron. Eran hombres de principios, y su prioridad era obedecer a Dios en todas las circunstancias, eso era lo más importante para ellos. Tenían una idea clara de su misión. Sabían que eran testigos de Cristo y que un testigo es esencialmente alguien que dice lo que sabe. Es alguien que sabe por experiencia que lo que dice es verdad. Y es imposible detener a un hombre así, porque es imposible detener la verdad. “Entonces, oídas estas cosas, callaron, y glorificaron a Dios, diciendo: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!” (Hechos 11:18). Este era un punto decisivo para la iglesia primitiva. Tenían que aceptar a los que Dios eligió, aunque fueran gentiles. Pero la alegría por la conversión de los gentiles no era unánime. Esto continuó siendo un problema para algunos cristianos de origen judíos. Se necesitaría la intervención de Pedro, Santiago y Juan, así como de Pablo y Bernabé para obtener y asegurar la verdad y libertad del Evangelio. “Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial, sino que anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento” (Hechos 26:19-20). El arrepentimiento es el precursor de la experiencia del hombre pecador con la gracia de Dios. “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (Romano 2:4). Dios manda a todos los hombres ahora que se arrepientan. “Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17:30-31). Es por Su gracia y para Su gloria que se abre esta puerta de retorno a Dios. Su santidad y Su justicia han sido vindicadas por la muerte de Cristo. En la predicación apostólica el arrepentimiento es uno de los temas centrales; ya desde la predicación de Jesús lo encontramos como una de las exigencias del reino, y el día de Pentecostés, en su sermón, Pedro termina invitando a los oyentes a arrepentirse de sus pecados y convertirse a Cristo. En el Nuevo Testamento la palabra “arrepentimiento” es, por lo general, la traducción de la palabra griega “metanoia”, que significa un cambio de actitud, un cambio de mentalidad y de nuestros planes para la vida. La Biblia nos indica la centralidad de esta realidad y de esta doctrina en el mensaje de Cristo y de los apóstoles. La razón por la que Dios te llama al arrepentimiento es porque no quiere que tú te pierda y pase una eternidad en el infierno. Es hora de pensar y ver que a través de Cristo se abrió una puerta para la salvación por Su gracia; tú decide ¡Amén!
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agosto 04, 2011
Una puerta de retorno a Dios
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