“Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6). Este versículo es quizá el más penetrante en su descripción del pecado y de la expiación, poniendo al descubierto nuestra naturaleza caída que nos aísla de Dios, y la iniciativa divina para nuestra redención. Caín se queja, no de su pecado, sino de su castigo. “Y dijo Caín a Jehová: Grande es mi castigo para ser soportado” (Génesis 4:13). Aunque Caín merecía la pena de muerte, Dios en su misericordia le dio una nueva oportunidad. Aun así no se arrepiente ni pide perdón, pero le preocupa que alguien lo mate. Caín siendo culpable se queja; sin embargo, Jesús se sometió a la voluntad de Dios sin protestar ni expresar queja alguna. “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca”. Dios envió a Su Hijo a morir como propiciación por nuestros pecados. “Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2:2). Dios ha enviado a Jesús como propiciación por nuestros pecados. La sintaxis griega destaca que Cristo es en sí mismo la propiciación y también el propiciador. Una manera de ver la obra salvadora de Cristo es mirarla como propiciación. Esto no constituye toda la historia pero sí una parte de la misma, una verdad que muchos teólogos modernos pasan por alto. Su propiciación (hilasmos) es eficaz y además suficiente para el perdón de nuestros pecados. Jesús se ha hecho cargo de nuestros pecados mediante su muerte expiatoria. “Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17:30-31). Dios nos ha llamado a romper con el pasado. Nuestro pasado, ha sido, una época de ignorancia. Pablo no dejó su mensaje inconcluso. Confrontó a sus oyentes con la resurrección de Jesús y su significado para los hombres. ¿Qué significado tiene la muerte y resurrección de Cristo para usted? Los días de ir a tientas han pasado. Cuando teníamos que caminar en las tinieblas no podíamos conocer a Dios, y Él pasaba por alto nuestras necedades y errores; pero ahora, han llegado la plenitud de los tiempos y Dios ha enviado a su Hijo. Con la venida de Cristo llegó la plenitud del conocimiento y se terminó el tiempo de las escusas. “Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo” (Hebreos 7:26-27). La suficiencia y eficacia del sacrificio de Jesús para expiar nuestros pecados, es el resultado de la absoluta pureza del Señor. El pecado levanta una barrera entre el hombre y Dios pero Jesús con su muerte en la cruz y su resurrección quita esa barrera y nos acerca a Dios por su sangre. Caín no tenía idea del dolor y el sufrimiento que causa el pecado. “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón” (Génesis 6:5-6). Hay muchos que como Caín no saben el sufrimiento y el dolor que le causan al corazón de Dios. Él no escatimó ni a Su propio Hijo, sino que lo dio en propiciación por nuestros pecados. “Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención”. (Hebreo 9:11-12). El pacto mosaico habilitó sacrificios de animales que trajeron alivio temporal a la culpa del hombre, y ofrecieron lecciones sobre la justicia de Dios. Pero Jesucristo entró en la historia como un sacerdote eterno para ofrecer un sacrificio eterno por el pecado. El derramamiento de su sangre proveyó de un sacrificio y de un vínculo permanente entre Dios y los seres humanos. El inmutable vínculo establecido a través de la sangre de Cristo nos garantiza la salvación por medio del arrepentimiento y de la fe en su sangre. ¡Amén!
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