agosto 22, 2011

La paz interior y exterior del creyente

“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”  (Juan 16:33). Los pesares, pérdidas, penalidades y desengaños de la vida nos abaten, sin duda,  a veces en demasía; sin embargo, son estos sufrimientos lo que también hacen que se fortalezca nuestra confianza en Jesucristo.  La vida nos puede tratar de la peor manera y a pesar de ello podemos salir victoriosos. La paz se presenta como una cualidad deseable y apetecible por todos. La vida social, las relaciones interpersonales, la mutua concordia, el intercambio de conocimientos y de afectos, están condicionados por la paz de los individuos. “Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí. Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste, para que se sepa desde el nacimiento del sol, y hasta donde se pone, que no hay más que yo; yo Jehová, y ninguno más que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto” (Isaías 45:5-7). En este pasaje se afirma la soberanía de Dios y se rechaza la idea de un dualismo, tal como lo concebían los persas. Esto no significa que Dios es el autor del mal, sino que todos los sucesos y acontecimientos de la vida están bajo su control soberano. “Por tanto, cuando Jehová tu Dios te dé descanso de todos tus enemigos alrededor, en la tierra que Jehová tu Dios te da por heredad para que la poseas, borrarás la memoria de Amalec de debajo del cielo; no lo olvides” (Deuteronomio 25:19). Los amalecitas eran nómadas que vivían en el Néguev y el Sinaí. Eran un pueblo violento que vivía de las cosas que robaban a otras naciones. Los amalecitas atacaron a los débiles, los enfermos y ancianos, que por su impotencia, se habían quedado en la retaguardia. Ellos no habían demostrado compasión, ahora Israel no debía tener compasión con ellos. Israel sería usado como el instrumento de Jehová para castigar este crimen inhumano. Jesús es llamado “príncipe de paz”, la paz ofrecida por Cristo se basa en un profundo sentido de Justicia. Debajo de las imágenes vivas que nos presenta Isaías debemos entender lo que era sustancial en su profecía, el principio de un reinado espiritual basado en la justicia y en la paz. La paz interna de los individuos, es la condición para la paz social. El fundamento de esta mutua implicación yace, como es patente, en la indisoluble conexión que existe en la unidad existencial del hombre, entre sus mociones internas y sus actos externos. La paz no se logra solo a través de la aplicación del derecho. Aunque el reino del Mesías se caracteriza por la justicia, la paz que Cristo nos ofrece, es una paz que trasciende las normas del derecho y de la justicia. “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27). El resultado final de la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas es una paz profunda y duradera. A diferencia de la paz del mundo, cuya definición suele ser ausencia de conflicto, esta paz es una confiada seguridad en cualquier circunstancia; con la paz de Cristo, no tenemos por qué temer al presente ni al futuro. Si su vida está cargada de tensión, permita que el Espíritu Santo lo llene de la paz de Cristo. Hay muchas cosas que están en conflictos en nuestras vidas pero la presencia sobrenatural de Jesús penetra en nuestros corazones para frenar estas fuerzas hostiles y darnos consuelo en medio del conflicto.  La paz ofrecida por Jesús, es fundamentalmente distinta de la paz ofrecida por el mundo. Pablo reitera este concepto cuando se refiere a “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:17). Si nos diéramos cuenta de ellos no nos perturbaríamos, sino que confiaríamos en Jesús y esperaríamos en él. Para los impíos, no hay paz. Sin embargo, el Señor guardará en completa paz aquel cuyo pensamiento en él persevera. ¡Amén!
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