“Porque estas naciones que vas a heredar, a agoreros y a adivinos oyen; mas a ti no te ha permitido esto Jehová tu Dios. Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis; conforme a todo lo que pediste a Jehová tu Dios en Horeb el día de la asamblea, diciendo: No vuelva yo a oír la voz de Jehová mi Dios, ni vea yo más este gran fuego, para que no muera” (Deuteronomio 18:14-16). Satanás está detrás de las prácticas del ocultismo, y Dios le prohibió a Israel participar de esta clase de cosas. Actualmente, los horóscopos, los agoreros, la brujería y los cultos extraños siguen fascinando a la gente. Por lo general su interés viene de un deseo de conocer y controlar el futuro. Pero Satanás no es menos peligroso ahora que en los días de Moisés. En la Biblia, Dios nos dice todo lo que tenemos que saber acerca de lo que va a suceder. La información que Satanás ofrece probablemente está distorsionada o es completamente falsa. Con la guía confiable del Espíritu Santo por medio de las Escrituras y la iglesia, no necesitamos acudir a fuentes ocultas para obtener información equivocada acerca de nuestro futuro. Moisés fue seguido por muchos profetas genuinos, pero su profecía de que algún día se levantaría un profeta como él, sólo se cumplió con la venida de Jesucristo. La venida de Jesucristo a la tierra no fue una idea de último momento, sino parte del plan original de Dios. “Porque Moisés dijo a los padres: El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable; y toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo” (Hechos 2:22-23). El deseo de Pedro, está orientado a dirigir la esperanza de sus oyentes, a aquel que fue acreditado por Dios como el verdadero y único Salvador. Jesús fue acreditado mediante su muerte, resurrección y revelación del Espíritu por medio de los profetas. Estas impresionantes palabras constituyen el punto divisorio de la argumentación de Pedro. Hasta aquí ha presentado el aspecto profético; pero ahora comienza a presentar su tema principal: la divinidad de Jesús. Pedro había desarrollado de tal modo su percepción espiritual, que ahora podía comprender cómo Dios estaba cumpliendo su propósito en armonía con su presciencia, en los trágicos acontecimientos relacionados con la muerte de Cristo. La Epístola a los Hebreos describe en detalle, no solo, cómo Jesucristo cumple las promesas y las profecías del Antiguo Testamento, sino también cómo él trasciende el sistema de pensamiento de los judíos. “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos” (Hebreos 1:1-4). Dios usó muchos medios para enviar sus mensajes a las personas de la época del Antiguo Testamento. Le habló a Isaías en visiones a Jacob en un sueño; a Abraham y a Moisés le habló personalmente. Los judíos familiarizados con esas historias no tenían dificultad para creer que Dios todavía seguía revelando su voluntad, pero les resultó asombroso pensar que Dios se había revelado por medio de su Hijo, Jesucristo. Él es el cumplimiento y la culminación de las revelaciones de Dios a través de los siglos. Cuando lo conocemos, tenemos todo lo que necesitamos para ser salvos de nuestro pecado y tener una perfecta comunión con Dios. Él no solo es la imagen misma de Dios, sino también es Dios mismo; el Dios que habló en la época del Antiguo Testamento. Es eterno; tuvo parte con el Padre en la creación del mundo. Es la plena revelación de Dios. No es posible tener una visión clara de Dios sin mirar a Cristo. Él es la perfecta revelación y manifestación de Dios. No necesitamos acudir a las prácticas del ocultismo para conocer el futuro ni la voluntad de Dios porque en Jesucristo tenemos asegurada nuestra salvación y además porque la voluntad de Dios nos ha sido revelada en él. Lo único que tenemos que hacer es creer en él y recibirle como nuestro Señor y Salvador. ¡Amén!
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