“Goteará como la lluvia mi enseñanza; destilará como el rocío mi razonamiento; como la llovizna sobre la grama, y como las gotas sobre la hierba; porque el nombre de Jehová proclamaré…” (Deuteronomio 32:2-3). La enseñanza de la Palabra de Dios debería penetrar nuestros corazones endurecidos, así como la lluvia y el rocío penetran el suelo. La enseñanza del Evangelio, es el mensaje de Dios. Una de la tarea que realiza el Espíritu Santo, es la de enseñar. “El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan 16:14). El Espíritu de Dios siempre está actuando y dándonos a conocer (descubriéndonos) el significado de la enseñanza de Jesús. “Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas” (1 Juan 2:20). Comprendemos las realidades espirituales gracias a la iluminación del Espíritu Santo. Jesucristo es la verdad y el Espíritu Santo nos guía a Él. En el cristianismo no existe (hay) una elite iluminada de quienes todos tenemos que depender por obligación. “Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él” (1 Juan 2:27). El Espíritu divino ejerce sobre los fieles su acción santificadora e iluminadora para guiarnos por el camino recto. El significado de las Escrituras es inagotable. “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Romanos 11:33). Pablo reflexiona sobre la asombrosa sabiduría y ciencia de Dios en su plan de salvación, y reconoce que Dios le ha dado al hombre la capacidad de razonar, y el hombre está obligado a pensar hasta donde le es posible. Pero a veces se llega al límite y lo único que nos queda es aceptar lo que nos ha sido revelado y adorar a Dios por ello. Aunque el método de Dios y su significado van más allá de nuestra comprensión, Dios es bueno en todo lo que hace. Dios nos ha dado la salvación para su propia gloria y nuestro beneficio. El señor nos enseña pero cuando no entendemos, entonces, Dios guarda silencio. “…Me estaré quieto, y los miraré desde mi morada, como sol claro después de la lluvia, como nube de rocío en el calor de la siega” (Isaías 18:4). Dios contempla sereno esperando que maduren los acontecimientos, como el sol, que con sus rayos hace que las cosechas maduren, o como nube de rocío, que acelera el proceso. El silencio de Dios no significa indiferencia o pasividad, su justicia: “Descenderá como la lluvia sobre la hierba cortada; como el rocío que destila sobre la tierra” (Salmos 72:6). No nos engañemos, Dios se vengará de sus enemigos pero restaurará a su pueblo. Si somos fieles y nos mantenemos en el estudio de las Escrituras, oración, adoración y comunión, Dios nos restaurará y nos bendecirá. “Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié”. “Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová; como el alba está dispuesta su salida, y vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia tardía y temprana a la tierra”. “Vosotros también, hijos de Sion, alegraos y gozaos en Jehová vuestro Dios; porque os ha dado la primera lluvia a su tiempo, y hará descender sobre vosotros lluvia temprana y tardía como al principio”. ¡Amén!
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