septiembre 27, 2011

El poder de la Palabra

El Cristianismo empezó entre los judíos; y, por tanto, era inevitable que se expresara en las categorías de pensamiento que eran característicamente judías. Pero, aunque su cuna fue el judaísmo, muy pronto salió al mundo. Treinta años después, ya había viajado por toda Asia Menor, Grecia y había llegado a Roma. La categoría en la que los judíos cristianos concebían y presentaban a Jesús no tenía ningún sentido para los griegos. ¿Cómo debía presentarse el Evangelio al mundo griego? El progreso y la difusión de cualquier idea dependen, no sólo de su fuerza y vitalidad, sino de la predisposición que haya para recibirla. La tarea de la iglesia Cristiana era crear en el mundo griego la predisposición para que ellos recibieran el Evangelio. ¿Tendría un griego que estuviera interesado en el Cristianismo que asumir las ideas mesiánicas y la manera de pensar de los judíos, o podría encontrarse un nuevo enfoque que le hablara a la mente y al corazón desde su mismo trasfondo? El problema era cómo presentar el Evangelio de una manera que hiciera posible que los griegos pudieran entenderlo. Repentinamente, todo se esclareció; en el pensamiento griego y en el judío existía el concepto de la Palabra. Para el judío, una palabra era mucho más que un mero sonido; era algo que tenía una existencia independiente y que de hecho producía resultados. Para el hebreo, la palabra era algo aterradoramente vivo... Era una unidad de energía cargada de poder. Volaba como una bala hacia su blanco. El Antiguo Testamento está lleno de esa idea general del poder de las palabras. Cuando Isaac pronunció la bendición del primogénito sobre Jacob, aun cuando fue con engaño, ya no se podía hacer nada para recuperarla y bendecir a Esau (Génesis 27). La palabra había salido, y había empezado a actuar, y nada la podía detener. En particular vemos la Palabra de Dios en acción en la historia de la Creación. En cada etapa de ella leemos: “Y Dios dijo...” (Génesis 1:3, 6, 11). La Palabra de Dios es Su poder creador. Una y otra vez encontramos esta idea de la Palabra de Dios, creadora, activa y dinámica. “Por la Palabra del Señor fueron hechos los cielos” (Salmo 33:6). “Envió Su Palabra, y los sanó” (Salmo 107:20). “Él envía Su Palabra a la tierra; velozmente corre Su Palabra” (Salmo 147:15). “Así será Mi Palabra que sale de Mi boca; no volverá a Mí vacía, sino que hará lo que Yo quiero, y será prosperada para aquello para lo que la envié” (Isaías 55:11). ¿No es Mi Palabra como fuego, dice el Señor, y como un martillo que quebranta la piedra? (Jeremías 23:29).  Por todo el Antiguo Testamento está; esta idea de la Palabra poderosa, y creadora. Si las palabras humanas tienen una especie de actividad dinámica; ¡cuánto más la Palabra de Dios! Durante los cien años o más ante de la venida de Jesús, el idioma hebreo dejó de ser una lengua viva. El Antiguo Testamento estaba escrito en hebreo, pero los judíos ya no lo conocían. Los estudiosos sí lo entendían; pero la gente común hablaba el arameo, una lengua emparentada con el hebreo. En aquellas circunstancias los estudiosos tenían que traducir las Escrituras al arameo que era la lengua que la gente entendía. En la sinagoga se leían las Escrituras en el original hebreo, pero con su respectiva traducción al arameo. Los hebreos sabían que Dios es trascendente y debido a ese conocimiento de la trascendencia de Dios, los traductores tenían mucho miedo de atribuirle pensamientos, sentimientos, o acciones humanas. Se esforzaban para no caer en antropomorfismos al hablar de Dios. El Ant. Test. habla corrientemente de Dios usando figuras; y siempre que los traductores se encontraban con antropomorfismo o antropopatismo sustituían el nombre de Dios por la Palabra de Dios. Moisés sacó del campamento al pueblo para encontrarse con Dios (Éxodo 19:7) El traductor pensó que esa era una manera demasiado humana de hablar de Dios, así es que puso que Moisés sacó al pueblo del campamento para encontrarse con la Palabra de Dios. Dios es fuego consumidor (Deuteronomio 9:6); pero ellos tradujeron que la Palabra de Dios es fuego consumidor. Mi mano puso el cimiento de la tierra, y Mi diestra desplegó los cielos (Isaías 48:13) Ellos dicen: Por Mi Palabra he fundado la tierra, y por Mi fuerza he colgado los cielos. Hasta un pasaje tan maravilloso como Deuteronomio 33:27, que habla de «los brazos eternos» de Dios, fue traducido como: El eterno Dios es, tu refugio, y por Su Palabra fue creado el mundo. Está claro que no es más que una simple perífrasis del nombre de Dios, pero el hecho es que la Palabra de Dios  se convirtió en una de las expresiones más corrientes de los judíos. El vocablo griego para palabra es logos; pero logos no sólo quiere decir palabra; sino también razón. Para Juan, y para todos los grandes pensadores que usaban esta idea, estos dos significados estaban íntimamente entrelazados. Siempre que usaban la palabra Logos, tenían en mente las dos ideas: la Palabra de Dios y la Razón de Dios. Los judíos tenían un género literario que se llama literatura sapiencial, o de la sabiduría, que contenía los escritos de los sabios de Israel. No son por lo general especulativos ni filosóficos, sino de sabiduría práctica para la vida y los quehaceres cotidianos. El gran ejemplo de la literatura sapiencial en el Antiguo Testamento es el Libro de los Proverbios, en el cual hay ciertos pasajes que le atribuyen un misterioso y eterno poder vivificador a la sabiduría (Sojia). En esos pasajes, la sabiduría aparece, como si dijéramos, personificada, y se concibe como el Agente eterno y colaborador de Dios. La sabiduría es el agente de Dios en la iluminación y en la creación; la sabiduría y la razón son la misma cosa. La Palabra es la luz de los hombres, y la sabiduría es la vida de los hombres. Las dos ideas se amalgaman entre sí rápidamente ahora. La sabiduría tenía esa existencia eterna, esa función iluminadora, ese poder creador que Juan atribuía a la Palabra, el Logos, con el que identificaba a Jesucristo. El desarrollo de la idea de la sabiduría no se detuvo allí. Entre el Antiguo y el Nuevo Testamentos se siguió produciendo esta clase de literatura sapiencial. Contenía tanta sabiduría concentrada y extraía tanto de la experiencia de los sabios, que era una inapreciable guía para la vida. ¡Amén!
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