La verdad es el objeto de la mente (del conocimiento), así como la belleza es el objeto de nuestros sentimientos, y el bien es el objeto de la voluntad. La verdad puede ser de tres clases: 1.- La verdad ontológica; es la realidad cognoscible de cada ser. Jesús se presenta a sí mismo como el ser verdadero. “Jesús le dijo: Yo soy… la verdad…” (Juan 14:6). Jesús es la verdad, él vino a revelarnos al Dios verdadero frente a una mente capaz de captarlo. Él es la verdad acerca de Dios y de la vida sobrenatural. “…Porque ellos mismos cuentan de…cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera”. (1Tesalonisenses 1:8-10). 2.- La verdad lógica es la relación correcta de la mente con la realidad de un ser determinado. “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17). La aplicación diaria de la Palabra de Dios tiene un efecto purificador sobre nuestros corazones. Las Escrituras señalan el pecado, y nos mueven a confesarlo. La verdad revelada es el medio utilizado por el Espíritu Santo para santificar y libertar al creyente. “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). La verdad lógica es lo contrario de la ignorancia y del error, no así de la mentira. La mentira y la falsedad son distintas a la ignorancia y al error. 3.- La verdad ética; es la práctica de la verdad, y puede ser de dos clases: (a) la primera es la verdad expresada (veracidad). “Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:6-7). Si no hay verdad en tu boca, no habrá credibilidad en tus palabras. La repuesta del otro a la veracidad de tus palabras, es la credibilidad. La veracidad es una prueba de nuestra comunión con Dios. Caminar en la luz es vivir responsablemente. (b) la segunda accesión de la verdad ética, es la verdad vivida (fidelidad). “Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad,” (Efesios 6:14). Pablo no solamente nos advierte de la existencia de una estructura bien definida en las esferas invisibles, sino que nos insta también a tomar toda la armadura de Dios para que mantengamos una “posición de combate” contra esta estructura satánica. Todo el cuerpo necesita armarse; debemos ser veraces, fieles y consecuentes, esto es, firmes -conscientes de lo que hemos dicho y pensado-. No podemos concebir la verdad como filosofía, la filosofía se interesa en desvelar lo oculto. La verdad es seguridad, cuando conocemos, expresamos y vivimos la verdad, es cuando pisamos en terreno firme, en la roca, no en la arena. Dios es la verdad y la realidad infinita; él tiene un conocimiento perfecto, y es infinitamente santo para vivir y expresar siempre la verdad. Dios no puede ignorar nada, ni equivocarse, ni engañar ni mentir. “De ninguna manera; antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso; como está escrito: Para que seas justificado en tus palabras, y venzas cuando fueres juzgado” (Romanos 3:4). Dios es fiel en cumplir sus promesas; en él no hay falsedad. “Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, conforme a la fe de los escogidos de Dios y el conocimiento de la verdad que es según la piedad, en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos, y a su debido tiempo manifestó su palabra por medio de la predicación que me fue encomendada por mandato de Dios nuestro Salvador” (Tito 1:1-3). El fundamento de nuestra fe es confiar en la persona de Dios. Él es la verdad y la fuente de toda verdad, Dios no puede mentir. “Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros” (Hebreos 6:17-18). Estas “dos cosas inmutables” son la naturaleza de Dios y sus promesas. ¡Amén!
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