“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). El Verbo que preexistía a la creación se humanó, literalmente puso su tienda entre nosotros y nos reveló la gracia y la gloria de Dios. La encarnación de Jesucristo es el punto central y culminante de las revelaciones y manifestaciones de Dios en el mundo sensible. El Señor quiso manifestarse y finalmente, encarnarse. Jesucristo no era un mero hombre, sino el eterno Hijo de Dios; una persona verdaderamente divina, que tomó sobre sí nuestra humanidad, y que debido a que en Él, reside toda la plenitud de la divinidad, debemos honrarlo, adorarlo, y confiar en Él. Éste es el “gran misterio de la piedad” (1 Timoteo 3:16). A la luz de la encarnación de Cristo son iluminadas y transformadas todas las demás doctrinas del cristianismo. La encarnación irradia luz sobre la naturaleza de Dios y, en conjunción con la obra del Espíritu, nos revela a Dios como una trinidad en unidad. La encarnación ilumina la doctrina de la creación y nos da a conocer como todos los seres celestiales y terrenales han sido creados por Cristo. Su encarnación nos permite conocer la naturaleza del hombre, tanto con respecto a su capacidad para mantener una comunicación con Dios, como sus posibilidades de salvación, justificación y santificación y el destino que le espera a todos aquellos que han creídos en Cristo. La encarnación nos da a conocer el propósito de Dios en la creación y redención. El propósito de Dios se desarrolla en la actualidad “con miras a restaurar todas las cosas en Cristo en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, tanto las que están en los cielos, como las que están en la tierra” (Efesios 1:10). A través de la encarnación llegamos a conocer por qué Dios permite el pecado, al mostrarnos, no solo al darnos la posibilidad de ser redimidos, sino al darnos a conocer Su propósito. Dios nos revela su gracia y su misericordia y como se desvela el conocimiento del carácter de Dios. La redención del mundo por medio de la expiación ofrecida por Cristo es uno de los tema centrales de nuestra fe. La expiación es apropiada y está disponible por medio de la fe. Disponible, claro para todos los que no rechazan ni resisten voluntariamente la gracia de Dios. El objetivo histórico de la obra de Cristo fue el establecimiento del reino de Dios sobre la tierra, que incluye no sólo la salvación espiritual de los individuos, sino un nuevo orden social. Con la encarnación, muerte y resurrección de Cristo han sido puestas en acción las fuerzas espirituales del bien. Estas fuerzas han sido puestas en movimiento a través de Cristo. Como cristianos afirmamos que la historia tiene una meta, y que el orden de las cosas presente terminará con la aparición del Hijo del Hombre; el apresamiento de Satanás y la derrota del Anticristo y el falso Profeta. Esto significa la derrota de los poderes del mal; el juicio de las naciones; el establecimiento del reino milenial; la gran batalla al final del reino milenial; la destrucción de los cielos y de la tierra; la resurrección de los muertos y la separación final y definitiva de los justos y los impíos en el juicio que se realizará ante el gran trono blanco. El plan de Dios incluye también la creación de un cielo y una tierra nueva; y el descenso de la Nueva Jerusalén. Más allá de estos, solo se hallan las edades eternas. “Después, el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre…; entonces también el Hijo mismo se someterá al que le sometió a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos” (l Corintios 15:24-28). La Ley fue un gran don de Dios al pueblo de Israel, pero palidece ante la gloria de la revelación de Dios en Jesús. Él vino a revelar la gracia, la verdad y el amor de Dios de una manera nunca ante vista y de una forma totalmente insospechada. ¡Amén!
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