“Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran prudentes…” (Mateo 25:1-2). La prudencia es como un hábito práctico de contención y actuación precisa. Platón la define como sabiduría práctica, y Aristóteles como el “hábito práctico verdadero, acompañado de razón”. No le toca a la prudencia determinar teórica, abstracta o intelectualmente el fin, sino tan sólo los medios prácticos y concretos conducentes al fin. En esto estaría de acuerdo Kant, el cual, en su Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, habla de la prudencia como de una habilidad en la elección de medios para alcanzar el máximo bienestar y la propia felicidad. La prudencia no tiene el carácter de un precepto categórico o absoluto, sino el de un precepto hipotético (supuesto), esto es, condicionado. La prudencia aparece, como faro y luz de la conducta circunspecta (comportamiento prudente, seriedad), como el ojo del alma pero su fuerza visual no viene meramente de ser una virtud intelectual, sino de la salud interior del hombre. El mero saber moral no convierte a la persona en prudente; los buenos no son los que saben, por el mero hecho de saber, pues muchas veces sabemos lo que es mejor y lo aprobamos, pero seguimos decididamente lo peor. Como dijera en sus Máximas Morales el Duque de la Rochefoucauld , “el mérito de un ser humano no debe juzgarse por sus buenas cualidades, sino por el uso que hace de ellas”. Claro está que la prudencia por su condición de habilidad práctica no ha de ser ciega intelectualmente; la prudencia es razón práctica, pero al fin y al cabo también ejercicio de la razón, pues sin ella no habría virtud. "Y David se conducía prudentemente en todos sus asuntos, y Jehová estaba con él" (I Samuel 18:14). La razón práctica perfeccionada por la virtud de la prudencia, es el principio genérico, en donde se habrán de insertar luego, los actos concretos de la conciencia. Virtuoso es, el prudente que al obrar piensa en las consecuencias posibles de sus acciones, el que prevé las dificultades que podrían venir debido a sus actos. La prudencia es incorporada a la vida como una exhortación para que vivamos con una actitud serena, a fin de que, por medio de ella, nos comportemos correctamente y con una probada responsabilidad. Ese es el sentido que le da la Biblia cuando nos recomienda pensar que tenemos que morir, a fin de que vivamos nuestros días en la tierra con una profunda prudencia. Un ejemplo de esta actitud, lo encontramos en la parábola de las vírgenes prudentes, donde la vida práctica se orienta hacia el cuidado de la salvación del alma, como corresponde a los santos. También la excesiva prudencia puede volverse finalmente contra sí, resultando imprudente y negando lo que afirma. El excesivamente prudente se pasa de listo y se hace extraño a la vida. La prudencia excesiva no es más que la manifestación de miedo, y muchas sabias y sensatas razones se reducen a formas varias de una misma esclerosis vital. Cuando Cristo dice: “Sed prudentes como serpientes”, se reconoce el derecho de la prudencia, aunque inmediatamente el consejo es completado, añadiendo: “Y sencillos como palomas”, con lo que se limita la prudencia y se le preserva del peligro de degenerar en astucia. ¡Amén!
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