enero 20, 2012

Promesa de poder

“Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré” (Juan 16:7). Jesús fue lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su madre y le prometió a sus discípulos que ellos también los serían. Jesús les aseguró que su partida sería de beneficio para ellos. El mundo no tiene una verdadera comprensión de la naturaleza del pecado pero el Espíritu Santo convence a la gente de su pecaminosidad e incredulidad. Sólo cuando el mundo se convenza de la inmundicia y vaciedad de su propia justicia apreciará la justicia del Mesías, la justicia del Señor ha sido reivindicada por su exaltación a la diestra de Dios. El juicio del mundo es un juicio errado porque descansas sobre las premisas filosóficas de los hombres y sobre los conceptos axiomáticos del príncipe de este mundo pero ante la presencia del Espíritu ni la filosofía de los hombres ni los métodos del príncipe de la potestad del aire prevalecen solo el juicio de Dios prevalece. Es imposible llegar a un conocimiento de la naturaleza del pecado, de la justicia de Dios y del juicio venidero sin la convicción e iluminación del Espíritu. “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). El Espíritu Santo fue la fuente del poder del Mesías y él prometió enviarlo a la tierra para que estuviera con nosotros y en nosotros. “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Romanos 8:11). La posesión de la vida espiritual nos permitirá disfrutar de la vida física por el poder del Espíritu. No es la vida física la que nos permite disfrutar de la vida espiritual, es la vida espiritual la que nos da el privilegio de vivificar nuestros cuerpos mortales por el poder del Espíritu. Si queremos hacer la obra del Mesías necesitamos ser lleno del Espíritu. “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre” (Juan 14:12) Todo los creyentes son una parte importante de la Iglesia del Mesías. Como parte de su Iglesia cada creyente necesita del poder del Espíritu Santo. Jesús sabía que nosotros necesitaríamos ayuda para poder cumplir nuestra misión en el mundo y la promesa de la venida del Consolador (o Consejero) debe verse así en este contexto. El Espíritu Santo ha venido para estar a nuestro lado, él es nuestro ayudador, consolador y abogado en la tierra, así como el Mesías lo es en el cielo. El Espíritu haría por medio de nosotros, lo que Jesús mismo estuvo haciendo durante su ministerio y nos daría la iluminación necesaria para poder entender las palabras de Jesús. Para obtener la victoria no debemos descansar en nuestra propia fuerza. Jesús les dijo a sus discípulos que esperaran hasta recibir el poder del Espíritu Santo. “Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí” (Hechos 1:4). Si Jesucristo y los primeros creyentes necesitaron este poder, nosotros con más razón necesitamos del poder del Espíritu Santo en nuestras vidas. Debemos tratar de comprender cómo el Espíritu Santo obró a través de la vida de Jesús para comprender cómo obró a través de los creyentes del Nuevo Testamento y para entender cómo él quiere obrar en nosotros y por medio de nosotros. Jesús ministró en el poder del Espíritu Santo y anduvo haciendo milagros y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Así deberíamos ministrar cada uno de nosotros. Así como Jesús ministró en el poder del Espíritu Santo, nosotros también deberíamos ministrar en el poder del Espíritu Santo. Las obras que Jesús hizo en la tierra, la hizo como hombre y no como Dios, sin que esto signifique que dejó de ser Dios. Para ser testigo del Mesías y para ser predicadores eficaces debemos ser llenos del poder del Espíritu. Muchas personas han fracasado al tratar de hacer las obras de Jesús por carecer de una sana enseñanza, otra por su propia incredulidad y otra por ignorar el pecado, en vez de enfrentarlo. La Iglesia primitiva no ignoró el pecado sino que lo enfrentó. Enfrentemos el pecado y no lo ignoremos; mucho piensan que la disciplina no es necesaria en la Iglesia pero se equivocan, necesitamos ser un pueblo disciplinado y obediente. Si queremos que las cosas cambien es imperativo enfrentar el pecado, orar con más diligencia y buscar los niveles de santidad y espiritualidad que tenía la Iglesia primitiva. ¡Amén!






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