octubre 03, 2011

Adoración en el trono

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“Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Juan 4:23). La adoración bíblica y espiritual es aquella en la que el alma humana desea ver la gloria y hermosura de Cristo, conocer el gozo y experimentar el placer de recibir la presencia de Dios. La adoración se halla en su cumbre, y punto de riqueza cuando el alma se entrega a la gloria y majestad de Dios.  Los cultos someros y superficiales que caracterizan esta generación no están produciendo verdaderos adoradores. En los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis el Señor corre el telón; y observamos un servicio de adoración en el salón del trono divino.  Para adorar bíblicamente, tenemos que asegurarnos que nuestra adoración refleje la adoración celestial. Cuando a Juan se le concede ver el servicio de adoración celestial, él dice: “Y al instante estuve en espíritu; y he aquí, un trono estaba colocado en el cielo, y uno sentado en el trono” (Apocalipsis. 4:2) Para comenzar, notamos que Dios está en el centro. Adorar a Dios significa depositar en Dios nuestros pensamientos y deseos, porque para nosotros darle a Dios la gloria, y el honor debido a su nombre, debemos reconocer su majestad y hacer su voluntad. Hoy en día, la adoración se centra en el hombre en lugar de centrarse en Dios.  Esta clase de adoración esta orientada hacia las emociones y  en satisfacer nuestras necesidades como si ésta fuera la meta del culto. Sin embargo, es maravilloso ver cómo el Espíritu de Dios ministra a nuestras necesidades espirituales reales cuando hay verdadera adoración a Dios.  El problema de esta generación es que no sabe diferenciar entre necesidades espirituales genuinas y aquellas necesidades artificiales creadas por la psicología popular. Una  adoración para satisfacer la necesidad del hombre a menudo ignora la importancia de la verdad de Dios, y deja a la iglesia vulnerable. El mercadeo, las técnicas y la obsesión resultan en una indiferencia hacia las necesidades específicas, genuinas y verdaderas del hombre. A través de los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis vemos tanto a los ángeles como a los redimidos alabando a Dios. Adoran a Dios por su santidad (4:8), por su eternidad (4:8) y por su soberanía (4:11). Cada aspecto de la naturaleza, carácter y obra de Dios debe ser un motivo de alabanza.  Y cuando toma lugar la verdadera adoración en nosotros, vemos gente llena del gozo y de fortaleza espiritual. El Salmista dijo, “Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza” (Salmo 100:4) Cuando nos acercamos a la congregación, debemos venir con espíritu de alabanza, recordando que Dios habita en la alabanza de su pueblo. (Salmo 22:3). La adoración se enfoca en la obra  de Cristo. Jesucristo murió en la cruz, como sustituto nuestro.  Su sangre fue derramada para que nosotros, por la gracia de Dios, pudiésemos ser justificados y tener paz para con Dios. Cristo está a la diestra de Dios como nuestro Gran Sumo Sacerdote, intercediendo por nosotros. La verdadera adoración siempre se enfoca en Jesucristo y su obra perfecta en el Calvario. Así que el verdadero adorador espiritual - o bíblico- siempre exaltará al Señor Jesucristo y le dará a él la preeminencia en el culto. En la visión celestial dada a Juan, vemos coros de ángeles y el coro de los redimidos cantando alabanzas al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.  Dice Juan: “...y cantan un cántico nuevo, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque fuiste inmolado, y con tu sangre nos compraste para Dios, de todo linaje, lengua, pueblo y nación; y nos hiciste para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra” (5:9-10). Vemos que los santos en el cielo cantaban a Cristo, resaltaban la obra de redención efectuada con su sangre; resaltaban los propósitos soberanos de Dios por salvarlos para ser reyes y sacerdotes, (Colosenses 3:16).  La reverencia, y veneración, es un aspecto fundamental en un servicio de adoración a Dios; es maravilloso cuando el adorador es movido e impactado por la gloria y majestad de Dios, de tal manera que cae postrado ante él.  Cuando el profeta Isaías observó la gloria de Dios, exclamó: “¡Ay de mí!, Que estoy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de un pueblo de labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isa. 6:5).  La verdadera adoración nos capacita para ver a Dios, y cuando le vemos y palpamos su presencia espiritual, nos quedamos como muertos, totalmente anonadados (sin capacidad de reacción).  ¡Amén!
               

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