julio 27, 2011

El poder del amor

“Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:22-23). La motivación para la obediencia de parte del creyente no debe ser el temor, o el sentido de obligación, sino el amor que surge de un corazón agradecido. La obediencia a la verdad, tiene un doble efecto: purifica el alma del pecado y desarrolla el amor de Dios en el creyente. La realidad de este amor se debe ver en toda su intensidad y profundidad. Nuestro amor a Dios es probado por la obediencia. La comunión con Dios y la revelación de Dios dependen del amor; y el amor depende de la obediencia. En la medida en que obedecemos a Dios, mejor le entendemos. “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:23). Jesús se reserva las revelaciones más profundas de su persona para quienes lo aman y le obedecen. “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él” (1 Juan 2:4-5). Es por el amor que hay en nosotros que somos reconocidos como discípulos de Cristo, sino amamos a Dios ni a nuestros hermanos no somos discípulos de Cristo, así de simple. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35). Jesús no pensaba nunca en Sí mismo. Su único deseo era darse a Sí mismo y todo lo que tenía por los que amaba. Si amar a sus discípulos y a la humanidad requería ir a la Cruz, Jesús la aceptaba. El corazón de Jesús es lo bastante grande como para amarnos tal como somos. Hay quienes creen que serán reconocidos como hijos de Dios por los títulos que tienen, por sus posiciones eclesiásticas o por la obra que realizan pero se equivocan. “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en muerte” (1 Juan 3:14). El cristianismo es una religión del corazón; no basta la obediencia exterior. El odio hacia alguien que lo trató mal es un cáncer maligno dentro de usted que finalmente lo destruirá. No permita que una “raíz de amargura” crezca en usted ni en su iglesia. Si usted no ama a los demás creyentes, el amor de Dios no está en usted. “El que dice que está en la luz y odia a su hermano, está en tinieblas todavía. El que ama a su hermano permanece en la luz, y en él no hay tropiezo” (1 Juan 2:9-10). El amor a los hermanos y hermanas en la fe es tan característico de la nueva naturaleza del creyente, como lo es el vivir en justicia. El amor nos permite desarrollar la unidad espiritual, y nuestra unidad en Cristo es una fuerza poderosa. Cuando los discípulos estaban unidos y unánimes en oración, descendió el Espíritu Santo. Ellos eran de “un corazón y mente” (Hechos 4:32) y con el poder del amor continuaron testificando de Cristo. Ellos se consagraron a la unidad y al compañerismo y ocurrieron muchas señales y maravillas. Usted debe amar aún a sus enemigos. “Porque Dios me es testigo de cómo os amo a todos vosotros con el entrañable amor de Jesucristo. Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aún más y más en ciencia y en todo conocimiento, para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios” (Filipenses 1:8-11). “El Señor os multiplique y os haga abundar en amor unos para con otros y para con todos, tal como nosotros para con vosotros” (1 Tesalonicenses 3:12). Usted será arraigado y fundamentado en amor. Si usted desea ser lleno de la plenitud de Dios y de Su poder, usted debe tener el amor de Dios en su corazón. Todos los cristianos son parte de la familia de Dios y poseen por igual el poder transformador de su amor. ¿Siente usted un amor profundo por otros cristianos? Deje que el amor de Cristo lo motive a amar a otros cristianos y exprese ese amor en acciones hacia ellos. ¡Amén!

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