junio 29, 2014

ἐλευθερία [libertad]

(1 Pedro 2:11-12)

Para los helenos la libertad individual, es la del individuo viviendo bajo la ley de la naturaleza. En este sentido la libertad asume la forma de una autodeterminación e independencia del individuo. Según este concepto para hallar la libertad debemos explorar nuestra naturaleza. No podemos controlar el cuerpo, la familia, la propiedad, etc., pero sí podemos controlar el alma. Sin embargo, esto es ridículo porque el hombre sin Cristo está incapacitado para controlar su naturaleza carnal.  Las cosas externas procuran imponer sobre nosotros una falsa realidad. Por eso tenemos que retirarnos de ellas y restringir los deseos carnales que batallan contra el alma, y no abandonarnos a las presiones del mundo y de la carne.
“Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma, manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras”.
La vida en el cielo funciona de acuerdo con los principios y valores de Dios, y es eterna e imperturbable. Nuestra fidelidad debe apuntar a nuestra ciudadanía en los cielos, no a nuestra ciudadanía aquí, porque la tierra será destruida. Nuestra lealtad debe ser a la verdad de Dios, y a su forma de vida. A menudo nos sentimos como extranjeros en un mundo que prefiere no hacer caso, ni obedecer a Dios. Así que, encontramos libertad en la medida en que neutralizamos las pasiones y no nos rendimos al poder inexorable de las circunstancias. La concupiscencia carnal es completamente destructiva para el alma.
Retirarse hacia la interioridad no trae realmente libertad. La existencia del hombre en su dimensión interior, es defectuosa [engañosa], de modo que tomarse a sí mismo de la mano es sencillamente aferrarse a una existencia defectuosa. Al enfrentarnos con una existencia perdida, sólo podemos entrar en razón al sujetar nuestra propia voluntad a la voluntad de otro. El dominio propio lo logramos al dejarnos dominar por Cristo, aun cuando esto signifique morir por Su causa como le ocurrió a Pedro. “De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras” (Juan 21:18).
λευθερία es la libertad del pecado y de la muerte. Nuestra existencia sin Cristo conducía inexorablemente a la muerte. Al vivir en pecado, éramos esclavos del pecado. Lo que reinaba anteriormente era el pecado y la anarquía espiritual. La ley tenía como propósito el bien, y expresar y revelar las exigencias y la voluntad de Dios, pero debido a nuestro estado pecaminoso, la ley, lo que hacía era sacar a la luz el pecado. La libertad, entonces, significa libertad de la ley y también libertad del pecado. No tenemos que buscar nuestra justificación por medio de la ley. Nuestro intento de autonomía ha quedado atrás. Seguir nuestras propias necesidades, y tratar de hacer nuestra propia voluntad por medio de un esfuerzo sincero también  ha quedado atrás. Ser libres de la ley significa ser libres del moralismo, del señorío de sí mismo frente al señorío de Dios; libre de un moralismo disfrazado de responsabilidad y obediencia. Ahora somos libres del autoengaño, ya no nos vemos a nosotros mismos como dioses; ni somos tan  ciegos como para no ver nuestra verdadera realidad.
El pecado lleva dentro de sí la muerte. La muerte es su poder pero Cristo nos ha hecho libres. Nuestra libertad no es un regreso existencial al alma humana. El Hijo nos hace libres. Somos llamados a la libertad por el Evangelio. Este es un llamado de Cristo y constituye la base de una nueva vida en libertad. El Espíritu vivificador de Jesús está presente en este llamado. El Espíritu Santo es quien hace posible el verdadero cumplimiento de lo que la ley exige y revela como la voluntad de Dios.
El amor de Dios que se ha manifestado en la muerte de Cristo y en su resurrección nos interpela a reconocer a Cristo como lo que es, de modo que, cuando abrimos nuestras vidas al Espíritu, por medio del Espíritu y por la vida y el poder de Cristo surge en nosotros una vida; una naturaleza que no está marcada por el egoísmo, que se ha olvidado del yo y que ahora depende del Espíritu de Cristo porque en él hallamos nuestra propia libertad. El Espíritu, es quien da a conocer la verdad. No hacemos de nuestra libertad un pedestal de superioridad. Rechazamos el frenesí de muchos por los títulos y las posiciones eclesiásticas. Rechazamos la falta de integridad y fidelidad a Dios. Rechazamos el amor al dinero y la avaricia de muchos que no se dan cuenta que se han hechos esclavos de sus propias pasiones y deseos. Han caído en estado de apostasía espiritual, al negar a Cristo con sus obras. ¡Amén! 

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