junio 27, 2014

Pensar en Dios

(Romanos 11:33-36)

“¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos...” Aunque los métodos de Dios y sus significados van más allá de nuestra comprensión, Él no es arbitrario. Dios gobierna el universo y nuestras vidas con Su perfecta sabiduría, justicia y amor. Lo que encierran estas preguntas es que ninguno puede comprender por completo la mente del Señor. Ninguno ha sido su consejero. Y Dios no le debe nada a ninguno de nosotros.
“¡Cuán inescrutables sus juicios!”; es decir, sus decisiones soberanas, sus decretos, sus disposiciones. El presente contexto señala especialmente a los juicios que se revelan en el plan divino para la salvación y la realización de este plan. El agregado “e inexplorables sus caminos” significa: la imposibilidad de seguir o rastrear los medios que Dios usa para poner en ejecución sus decisiones. Dios es maravilloso e incomprensible como creador y como redentor. ¿Quién, en efecto, ha podido, aunque sea en pequeña medida, sondear realmente la mente de Dios? Todos hemos conocido personas a las que con razón consideramos sabias y conocedoras; pero no siempre han sido sabias. Hubo un tiempo en que carecían de sabiduría y de conocimiento. Entonces, ¿cómo obtuvieron estas cualidades? Al menos hasta cierto punto, haciendo buen uso de los consejos e informaciones recibidas de sus padres, maestros y amigos. ¡Pero Dios nunca tuvo, ni necesitó, un consejero a quien pudiera o tuviera que pedir ayuda!
“¿Quién enseñó al Espíritu de Jehová, o le aconsejó enseñándole? ¿A quién pidió consejo para ser avisado? ¿Quién le enseñó el camino del juicio, o le enseñó ciencia, o le mostró la senda de la prudencia?” (Isaías 40:13-14). Todos los seres humanos se reducen a nada comparados con el Creador. Cuando el Señor, por su Espíritu, hizo el mundo nada lo dirigió, ni le aconsejó qué hacer o como hacerlo. Las naciones, comparadas con Él, son como la gota de agua que cae del cubo, comparadas con el vasto océano; o como menudo polvo en una balanza, que no la mueve, comparado con toda la tierra. Esto magnifica el amor de Dios por el mundo que, aunque es insignificante y de poco valor para Él es de gran valor porque como sabemos para la redención del mundo el Señor dio a su Hijo unigénito. Nuestros corazones se estremecen cada vez que consideramos lo que él ha hecho, hace y hará por nosotros.
“¿Quién me ha dado a mí primero, para que yo restituya? Todo lo que hay debajo del cielo es mío”. (Job 41:11). La descripción del leviatán va a convencer más aun a Job de su propia debilidad y de la omnipotencia de Dios. Si los hombres se llenan de admiración ante una simple criatura, ¿cuánto más deben temer a Aquel que la creó, que es eterno, Dios no está en deuda con nadie, él es el Creador y Dueño de todo cuanto existe? La sabiduría humana no contiene todas las respuestas. El conocimiento y la educación tienen sus propios límites. Para comprender la vida, necesitamos la sabiduría que solo se puede encontrar en la palabra que Dios nos ha dado: la Biblia. La gente sigue todavía en la búsqueda. Y aun así mientras más trate de obtener, más se da cuenta de lo poco que realmente tiene. Ningún placer o felicidad es posible sin Dios. Sin Él, buscar la satisfacción es una pérdida de tiempo. Por encima de todo debemos luchar por conocer y amar a Dios. Él nos da sabiduría, conocimiento y gozo.
La cura para una vida vacía es hacer de Dios el centro de nuestra vida. Su amor también puede llenar el vacío humano. Llene su vida con el servicio a Dios y a los demás en vez de llenarla con placeres egoístas. Debido a que la vida es corta, necesitamos una sabiduría mucho mayor de lo que este mundo nos puede ofrecer. Necesitamos las palabras de
Dios. Si lo escuchamos, su sabiduría nos salva de la amargura de la fútil experiencia humana y nos da una esperanza que va más allá de la muerte. La verdadera satisfacción surge al saber que lo que estamos haciendo es parte del propósito de Dios en nuestras vidas.
Estamos agradecidos por el interés de Dios en nosotros, por Su ayuda y Su misericordia. No solo nos protege, guía y perdona, sino que su creación nos proporciona todo cuanto necesitamos. Cuando nos percatamos de cómo nos beneficiamos al conocer a Dios, tenemos que expresarle plenamente nuestra gratitud. Cuando le damos gracias a menudo, crece la espontaneidad en nuestra vida de oración. Dios es fiel y justo. Cuando depositamos nuestra confianza en Él, tranquiliza nuestro corazón. Debido a que ha sido fiel a lo largo de la historia, podemos confiar en Él en los momentos de pruebas. La gente puede ser injusta y los amigos pueden abandonarnos. Sin embargo, podemos confiar en Dios. Conocer íntimamente a Dios nos libra de la duda, el temor y la soledad. ¡Amén!

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