septiembre 03, 2014

Creo en el Espíritu Santo

(Lucas 1:35)

“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios”. Cuando se trata de hablar sobre la persona del Espíritu Santo, una de las preguntas que nos hacemos es si la iglesia siempre ha afirmado o profesado la divinidad del Espíritu Santo. En el registro histórico del Credo Niceno y del Concilio de Nicea no se aclara por completo todo lo referente a la persona del Espíritu, por lo que fue en otro concilio llamado, el Concilio de Calcedonia, en el que se afirma que el Espíritu Santo debe ser adorado como una persona divina junto con la persona del Padre y la persona del Hijo. Algunos dirán: "Entonces, la iglesia no siempre ha confesado la divinidad del Espíritu Santo." Los concilios no fueron convocados para articular una nueva doctrina. Fueron llamados o convocados para aclarar la comprensión histórica que se tenía de la enseñanza tradicional de la iglesia. Por lo tanto, se puede decir que debido a la declaración del concilio, tenemos buenas razones para creer que desde la era apostólica, y a través de la proclamación de los padres apostólicos y de los primeros teólogos de la iglesia, se proclamó siempre la divinidad del Espíritu Santo.
En el texto hay un paralelismo sinónimo “el poder del Altísimo”, es semejante al Espíritu Santo, así como la frase, “vendrá sobre ti”, es equivalente a la frase, “te cubrirá con su sombra”. La sombra del Espíritu, no solo iba a proteger, sino que también iba a crear. Él iba a producir la concepción dentro de la matriz de María. Por eso, el santo ser que nacerá será llamado el Hijo de Dios. ¡No de José, sino de Dios! ¿Significa esto que ahora Gabriel ha dejado todo perfectamente claro a María? Por cierto que no. Como cualquier persona que haya seguido un curso de embriología humana lo sabe, aun la concepción “ordinaria” en el seno de una mujer está velada por el misterio. Esta concepción única en su género, por medio de la cual el Verbo de Dios preexistente asume la naturaleza humana es algo que sobrepasa toda comprensión humana. Ni Dios ni el ángel Gabriel le exige a María que comprenda todo. Lo que de ella se requiere es que crea y se someta gustosa y obedientemente al propósito de Dios.
¿Cómo será esto? ¿Cómo podría tener un niño cuando no había tenido relaciones sexuales? Aunque el ángel no lo dijo explícitamente la concepción Sería un milagro del Espíritu Santo. Él iba a venir sobre ella, y el poder del Altísimo la iba a cubrir. El problema que tenía María acerca de ¿cómo? —parecía imposible humanamente hablando. El Hijo de María sería Dios manifestado en carne. Con una hermosa sumisión, María se entregó al Señor para el cumplimiento de Sus maravillosos propósitos. Luego el ángel se fue de su presencia.
“Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Corintios 2:11). Pablo emplea una analogía de la vida humana, para comparar al Espíritu de Dios con el espíritu del hombre. Sólo el espíritu del hombre sabe cuáles son sus motivos del corazón del hombre. El espíritu del hombre es capaz de esconder los secretos del ser interior. Siempre debemos admitir que, aunque fuimos creados con un conocimiento inherente y básico de nosotros mismos, es muy difícil conocer las motivaciones de nuestro corazón.
En un intento por conocernos a nosotros mismos, tratamos de analizar las razones por las que hacemos o decimos algo. Queremos lograr un entendimiento básico de nuestro subconsciente por medio del análisis de nuestra mente. Si tratamos de ir más allá del punto central que Pablo desea enseñarnos, empezaremos a tropezar y balbucear. Dios le dijo a Israel: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos” (Isaías 55:8). Solamente el increado Espíritu de Dios quien procede del Padre y del Hijo conoce los misterios de Dios. Porque solo Dios conoce a Dios en el sentido en el que el apóstol nos está hablando. Pablo repite la palabra hombre, a fin de subrayar la inmensurable diferencia que hay entre el espíritu humano y el Espíritu de Dios. Dios conoce la mente humana, pero el hombre es incapaz de conocer la mente de Dios. Nadie ha logrado un entendimiento de las cosas que pertenecen a Dios sino el propio Espíritu de Dios. Pablo llega al corazón del párrafo que trata del tema del Espíritu de Dios versus el espíritu del hombre. Nos ofrece la consoladora seguridad de que hemos recibido el Espíritu que Dios nos ha dado. “No hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios”. El espíritu del mundo, es un poder que determina todo lo que el ser humano hace y piensa, oponiéndose al Espíritu que viene de Dios. El Espíritu de Dios viene a los creyentes de una esfera o dimensión distinta a la del mundo y nos llena del conocimiento de Dios, del la obra de la creación, de la redención y de la restauración. Desde Pentecostés, el Espíritu de Dios mora en el corazón de los creyentes.
¿Por qué Dios nos concede el don de su Espíritu? Para que conozcamos las todas las cosas que tienen que ver con nuestra salvación. El Espíritu nos enseña cuales son los tesoros que tenemos en Cristo, a quien Dios entregó para que muriese en la cruz y nos diese vida eterna. Si Dios entregó a su Hijo, de seguro que en él nos dará todas las cosas gratuitamente. Es por la obra del Espíritu Santo que los creyentes son capacitados para apropiarse del don de la salvación. La fe los capacita para ver que en Cristo ya no tienen pecado ni  culpa, que Dios los reconcilió consigo mismo y que ahora tienen abierto el camino al cielo. Hay muchas bendiciones que recibimos por medio del Espíritu Santo como la santificación, autenticación [sello] y la aplicación de todos los beneficios de la obra de redención realizada por el Mesías. ¡Amén!

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