septiembre 18, 2014

El realismo del presente

(Salmos 73:1-3).

“Ciertamente es bueno Dios para con Israel, para con los limpios de corazón. En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos”. La arrogancia es un defecto que se refiere al excesivo orgullo de una persona. En la teoría de la neurosis de Karen Horney, la arrogancia es el producto de la compensación del ego cuando se tiene una autoimagen inflada.
El salmista dice: Estoy seguro de que Dios es bueno para con Su pueblo, y para con los limpios de corazón. Esta verdad es algo tan obvio que nadie debería llegar a cuestionarla. Pero hubo una época cuando realmente empecé a dudar. Mi creencia acerca de esto comenzó a vacilar y mi fe casi desmayó. Verás, dice él, empecé a pensar en lo bien que viven los malos: mucho dinero, abundancia de placeres, sin problemas, y pronto me encontré deseando ser como ellos. ¿Se ha visto usted en una situación como la que narra aquí el salmista Asaf? Muchas veces somos tentados y quisiéramos ser como los impíos pero es un error pensar de ese modo como veremos.
Este salmo se destaca por su realismo, y lo que él dice, es un testimonio notable de la lucha mental que libran los creyentes. Muchas veces vemos que la maldad triunfa y prevalece. Pero debemos entender que existen cosas que son inescrutables para la mente humana. A pesar del sufrimiento, las aflicciones y tentaciones que padecemos: “Dios es bueno”. Aunque somos tentados, Dios nos sostiene para que no nos venza la tentación. Sócrates, cuando se le preguntó ¿qué es lo que aflige a los hombres buenos?, replicó: “La prosperidad de los malos.”Diógenes el cínico, viendo que Harpalo prosperaba, un individuo perverso y vicioso, dijo: “Dios se ha desentendido del cuidado de este mundo, y ya no le importa lo que ocurre en él.” Pero Diógenes era un pagano, sin embargo, vemos que al salmista Asaf le pasó lo mismo; estaba a punto de hundirse al ver la prosperidad de los inicuos.
Esta situación hizo que Job se quejara, Jeremías altercara con Dios y Habacuc también se quejó al ver al impío destruir al más justo que él. ¿Por qué prosperan los impíos y por qué sufren los buenos? Cuando dudamos de la rectitud de Dios, nuestras vidas se tambalean y nuestra fe se hace cada vez más frágil. Si no reaccionamos rápido, Satanás tendrá cierta ventaja en la lucha espiritual. Debemos evitar que nuestras vidas se llenen de amargura porque la amargura impide que la mente piense con claridad. La amargura nos conduce a generalizaciones precipitadas que son completamente inexactas. Platón dijo de Protágoras que se enorgullecía de que, habiendo vivido sesenta años, había pasado cuarenta de ellos en una juventud disoluta.
Los hombres impíos se jactan de lo que deberían lamentarse.Asaf estuvo a punto de resbalar de la roca de la fe y caer en el pozo del escepticismo. Mientras estuvo bajo la influencia de un espíritu de envidia le dio más importancia a las cosas de este Mundo que al favor de Dios. “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:15-17).  
A veces nos preguntamos: ¿de qué nos ha servido vivir una vida decente, honesta y respetable? Las horas que hemos gastado en oración. El tiempo que hemos ocupado estudiando la Palabra. El testimonio activo que hemos dado para el Señor, tanto en público como en privado y a cambio de todo esto lo único que tenemos es una dosis diaria de sufrimiento y lucha espiritual. Es en esos momentos cuando comenzamos a dudar si ha valido la pena vivir una vida de fe. Vemos que los malos prosperan y los justos padecen. Parece tan difícil de entender. De hecho, tanto nos preocupa este asunto que al final nos sentimos cansados, y agotados de tanto pensar en ello. Es en ese momento en que decimos, ya es suficiente y entramos en el templo, en el santuario de Dios, no en el templo literal, sino en el celestial. Entramos allí por la fe en nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Nuestras mentes son iluminadas por el Espíritu Santo, entonces comenzamos a ver el futuro y el estado eterno.
Ahora nos damos cuenta de todo lo que ocurre; la vida de los malos, y su existencia es frágil. Ellos caminan por un sendero resbaladizo al borde de un gran precipicio. Tarde o temprano caerán y serán destruidos. En un momento son cortados, arrastrados por una oleada de terrores tan horribles que no quisiéramos tener que contemplar.
Las cosas del mundo son una expresión de codicia, avidez, y orgullo, y son pasajeras. ¿Cuáles son los valores más importantes para usted? ¿Su conducta refleja los valores del mundo o los valores de Dios? Asaf no entendía: “Tan torpe era yo, que no entendía; era como una bestia delante de ti.” No es posible entender, sino entramos a la presencia de Dios (al santuario). “Hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos.” El salmista abandonó su intento de hallar la solución mediante el razonamiento, y entró en el santuario. Las verdaderas dificultades de la vida sólo desaparecen cuando entramos en la presencia del Señor y en una comunión profunda con Él. Jesús asumió afirmaciones hecha en AT cuando dijo: Ama a Dios; ama al prójimo; haz a los demás lo que querrías que te hicieran. Pero lo hizo en una forma sorprendentemente exclusiva e incondicional. El amor a Dios significa el compromiso total y la confianza total que debemos tener en Dios. En particular, este amor involucra una renuncia a las riquezas y a la vanagloria de este mundo. Esta acción se deriva de una respuesta del corazón y consiste en hacer con toda sobriedad lo que Dios exige. Este amor es la exigencia de una nueva edad que apunta hacia la gracia. Jesús hace esta exigencia con completo realismo, pero también con completa seriedad. La exigencia de Jesús es evidente por sí misma porque él crea una nueva situación. La nueva relación de Dios con nosotros nos coloca en una nueva relación con él. ¡Amén

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