septiembre 23, 2011

Elegidos por Dios

Así como en Israel la experiencia de salvación se fundamentaba en la fe y en la revelación, así también en la Iglesia –integrada por judíos y gentiles- su salvación se fundamenta en su elección y en su experiencia con Cristo. Pablo describe en 1 Corintios 1:26-31 el acto soberano de elección divina del creyente. Dios “escogió a lo necio y a los débiles del mundo... para avergonzar a los sabios y a los fuertes”. Esta elección se realizó en Cristo Jesús que es la sabiduría, la justicia, la santidad y la redención dadas por Dios. Santiago resalta la elección de los pobres, en el contexto de una crítica severa en contra de las preferencias que a menudo tenemos por los ricos.  “Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” (Santiago 2:5). En los escritos de Lucas, importantes enunciados teológicos se asocian con el vocablo griego eklegomai. Al hablar de la elección de los patriarcas se reconoces la importancia del pueblo de Israel en la historia de la salvación. Ahora bien Jesucristo es el elegido de Dios, en quien se cumplen las promesas del Antiguo Testamento. Él es el Mesías, el Siervo sufriente, y el Profeta semejante a Moisés. Entre sus discípulos Jesús escogió a Doce, los cuales son los apóstoles elegidos por él “por medio del Espíritu Santo”, los testigos primarios para la dispensación de la Iglesia. El evangelio de Juan acentúa también la elección, no excluye la traición de Judas, prevista por Jesús y que estaba en consonancia con el decreto y el predeterminado consejo de Dios. “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé” (Juan 15:16). De la elección nace la obligación de producir frutos. Lo peculiar de la fe cristiana en la elección aparece en el himno de alabanza de Efesios 1:3-14; y se relaciona con la redención en Cristo. La elección tiene que reflejarse en una vida “santa” que se ajuste a la realidad del llamado de Dios. Mateo alude a la prueba a que serán sometidos los creyentes, en la parábola del banquete de bodas (Mateo 22:1-14), con la advertencia escatológica de que no se puede uno presentar sin estar vestido de bodas. En esta parábola Cristo dice “porque muchos son llamados, pero pocos los escogidos” se rechaza así el malentendido de algunos teólogos y de los sectarios. Los elegidos son aquellos que acuden al llamado y aceptan la invitación, transmitida por Jesucristo y viven una vida de fe. En Lucas el adjetivo griego ekletos aparece como designación escatológica de los creyentes en la aplicación de la parábola del juez y la viuda. La promesa de que Dios hará pronto justicia, es decir, pronto tendrá lugar la intervención histórica y salvífica de Dios a favor de sus elegidos. Esto podría guardar una relación con la invitación original de la parábola.  Los elegidos no deben temer a las acusaciones, ni a la condenación, es más en último término, los elegidos no deben temer a nada, porque el amor de Dios se ha hecho manifiesto en Jesucristo y este es su intercesor en los cielos. El fundamento cristológico de la fe paulina en la elección debe verse en la expresión “elegidos en el Señor” (Romanos 16:13). La nueva situación escatológica de quienes han muerto y resucitado con Cristo, se presupone en esta extraordinaria exhortación. “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Colosenses 3:12). Aquí Pablo nos exhorta a vivir como el pueblo elegido, santo y amado de Dios. La fe en la elección, es una idea que es recogida con muchas reservas por la comunidad cristiana primitiva. Esta idea solo aparece en contexto escatológico. “Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas” (1 Pedro 1:1-2). Debemos atribuir nuestra salvación al amor electivo de Dios el Padre, a la redención de Dios el Hijo y a la santificación de Dios el Espíritu Santo; y, así, dar gloria al Dios único en tres Personas en cuyo nombre hemos sido bautizados. ¡Amén!
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