septiembre 26, 2011

La carga de un apóstol

“Porque nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra conciencia, que con sencillez y sinceridad de Dios, no con sabiduría humana, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo, y mucho más con vosotros” (2 Corintios 1:12). La función primaria de los apóstoles era la de testificar de Cristo, y su testimonio estaba basado en años de conocimiento íntimo, experiencias adquiridas duramente, e intensa preparación. El haber sido testigos de la resurrección de Cristo los convirtió en testigos eficaces de su persona, y él mismo los comisiona para que sean sus testigos en todo el mundo. Resulta evidente que el requisito esencial de un apóstol es el llamamiento divino, la comisión dada por Cristo. Pablo insiste que fue comisionado directamente por Cristo. De ningún modo deriva su autoridad de los otros apóstoles; como Matías, Pablo fue aceptado por ellos, pero no fue nombrado por ellos. El cristiano no tiene designios siniestros o egoístas, como algunos insinúan. Un ministro de la gracia es el que depende del poder de Dios para ser eficaz en su ministerio. Pablo le dice a los corintios que tanto él, como sus colaboradores eran personas de una probada integridad. Sus ministerios y sus personas deberían ser para ellos motivos de gloria. Los corintios estaban poniendo en duda su credibilidad apostólica. Pablo se defiende apelando a Cristo porque el Señor era quién dirigía sus pasos. Cuando somos dirigidos por Cristo podemos estar tranquilos, a pesar, de las acusaciones de nuestros adversarios. Nuestras decisiones son tomadas a la luz (bajo la iluminación) del Espíritu. Esto no lo pueden entender los hombres carnales y deshonestos. “Pues no somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo” (2 Corintios 2:17). Pablo sentía esta enorme carga de responsabilidad, se negaba a adulterar la palabra de Dios para obtener a través de ella alguna ganancia personal. Por el contrario, hablaba con sinceridad, consciente de su responsabilidad ante Dios. Si reconocemos que Dios nos hace competentes y útiles, podemos vencer nuestros sentimientos e insuficiencias. Servirle a Él, sin embargo, requiere que tengamos en mente lo que Él puede hacer por medio nuestro, y no lo que podemos hacer por nosotros mismos. El evangelio tiene que ser predicado tal como es, sin concesiones ni fines egoístas. “No hablo como quien manda, sino para poner a prueba, por medio de la diligencia de otros, también la sinceridad del amor vuestro” (2 Corintios 8:8). Paradójicamente, el camino de la cruz es la marcha triunfal de los que estamos participando del poder de la resurrección. Por eso estamos vivos y alegres, enriquecemos a todos con nuestra pobreza, lo poseemos todo en nuestra necesidad, tenemos un corazón ancho y dilatado donde caben todos y todas porque Dios ha derramado su amor en nuestros corazones por el Espíritu que nos fue dado. “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Timoteo 4:12). En su capacidad de líder espiritual, Timoteo tenía que enfrentarse a los falsos maestros, y enseñar la sana doctrina. Su conducta no debía dar lugar a crítica alguna, sino suscitar el respeto del pueblo y ser su ejemplo. Seamos sinceros, puros y honestos en todo. ¡Amén!


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