noviembre 27, 2014

La perfección Cristiana

(2 Corintios 7:1)

“Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”. Como ministro del evangelio de Cristo, Pablo debía esforzarse para mantener una conducta intachable, para que nadie desacreditara su ministerio y forma de vivir. Por esa razón hizo una lista de las dificultades que había tenido que soportar por causa de la predicación y enseñanza del evangelio de Cristo. Había demostrado ser un verdadero siervo de Dios, por cuanto, en su persona, tuvo que experimentar malos tratos físicos, mentales y verbales. Sin embargo, siempre sentía la presencia del Espíritu Santo y el poder de Dios en su vida.
Todos los que creen en Jesús deben crecer en la gracia y en el amor. Dios nos ha predestinados a la gloria, pero mientras estemos en la tierra debemos desarrollarnos hasta alcanzar el estado de bienaventuranzas al que hemos sido llamado por Dios.
Todos estamos llamados a los grados más altos de santidad y perfección. Todos estamos llamados a la perfección cristiana y a todos se nos ha dado la gracia y los dones para que podamos alcanzar nuestro destino. Pero hay muchos que están resistiendo la gracia voluntariamente. Si continuamos endureciendo nuestros corazones como lo hizo Israel en el desierto pereceremos como ellos perecieron. “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12). Nuestra fidelidad a Dios debe ser incondicional. Pertenecer a la familia de Dios significa buscar la pureza moral y esforzarse por alcanzar una santidad perfecta. “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). Lo que Jesús nos pide en este texto, está en armonía con lo que enseña la ley. Esto estaba en armonía con la ley: “Habla a toda la congregación de los hijos de Israel, y diles: Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios” (Levíticos 19:2). “Perfecto serás delante de Jehová tu Dios” (Deuteronomio 18:13). ¿Significa esto que Jesús era un perfeccionista en el sentido que enseñaba a los hombres que debían alcanzar la impecabilidad antes de la muerte? De ningún modo. Entonces, ¿por qué tratar de llegar a ser perfecto?, la respuesta es: porque es lo que Dios nos manda y ordena en las Escrituras. Además, el seguidor de Jesús no puede hacer otra cosa.
Pablo, anhelaba la perfección: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo,  y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos. No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante,  prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios. Pero en aquello a que hemos llegado, sigamos una misma regla, sintamos una misma cosa” (Filipenses 3:7-16). Pablo había recibido la justicia imputada y había recibido la justicia impartida, pero la justicia impartida no se completa, es decir, no se perfecciona en esta vida presente. La lucha por alcanzar la perfección en este sentido no quedará sin recompensa. La victoria les ha sido garantizada a los que se esfuerzan por alcanzar la meta. Cuando lleguen a las gloriosas playas de la eternidad, su ideal se verá realizado y este será el don de Dios para ellos: la perfección y la vida eterna.
En esta conexión el vocablo “perfecto” significa “acabado, completamente desarrollado, que nada le falta”. No deberíamos contentarnos con una obediencia a medias, como lo estaban haciendo los escribas y fariseos, que nunca penetraron al corazón de la ley. La llamada de Dios es a ser perfecto en el amor.  La calidad y el carácter de nuestro amor debe seguir el patrón del amor del Padre; el amor de Dios es paciente, compasivo, y sincero, etc.
Reconocemos que en los creyentes más maduros el amor es y será siempre finito, mientras que el amor del Padre es infinito. Por lo tanto, nuestro amor finito no puede ser otra cosa que una sombra del amor maravilloso de Dios. Sin embargo, es posible alcanzar la perfección en Cristo. ¿Cómo lo sabemos? Porque Dios es nuestro Padre celestial, quien, por esa misma razón, no rehusará darnos este don. Pablo dice que la labor y la obligación de los ministerios es la de perfeccionar a los santos. “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:11-13). Es lamentable que nos estemos dedicando a otras cosas y no estemos concentrados en alcanzar nuestras metas y propósitos. ¡Amén!

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