noviembre 14, 2014

No mate a mis cerdos

(Lucas 8:32-37)

“Había allí un hato de muchos cerdos que pacían en el monte; y le rogaron que los dejase entrar en ellos; y les dio permiso. Y los demonios, salidos del hombre, entraron en los cerdos; y el hato se precipitó por un despeñadero al lago, y se ahogó. Y los que apacentaban los cerdos, cuando vieron lo que había acontecido, huyeron, y yendo dieron aviso en la ciudad y por los campos. Y salieron a ver lo que había sucedido; y vinieron a Jesús, y hallaron al hombre de quien habían salido los demonios, sentado a los pies de Jesús, vestido, y en su cabal juicio; y tuvieron miedo. Y los que lo habían visto, les contaron cómo había sido salvado el endemoniado. Entonces toda la multitud de la región alrededor de los gadarenos le rogó que se marchase de ellos, pues tenían gran temor. Y Jesús, entrando en la barca, se volvió”.
En el Mar de Galilea se desatan tempestades violentas repentinamente, lo que hace muy peligrosa la navegación. Esto fue precisamente lo que ocurrió mientras iban cruzando el lago. Los discípulos despertaron al Señor, expresando sus temores y angustiados debido a la inseguridad. Pero en la presencia de Jesús terminan nuestros peligros y cuando terminan nuestros peligros, nos corresponde reconocer nuestras incredulidad y temores, y dar a Cristo la gloria por nuestra liberación. Estar con Cristo en cualquier circunstancias, es estar totalmente seguro y a salvo. En las tempestades de la vida, frecuentemente nos sobrecoge el temor. Entonces, cuando el Señor viene en nuestra ayuda, nos sentimos atónitos ante Su poder. Y nos preguntamos ¿por qué no confiamos plenamente en Él?
Los espíritus malignos son personalidades espirituales que quieren vivir en un cuerpo. Pueden sentir, expresar emociones, pensar, creer, saber, hablar, querer y resistir dentro del cuerpo de las personas. Los espíritus malignos se manifiestan a través de las personas usando sus mismos cuerpos y sus voces. Algunos de estos espíritus pueden ser violentos. Algunas enfermedades físicas, pueden ser causadas por estos espíritus malignos. Fomentan sentimientos depresivos, como la amargura de corazón, el rencor y el resentimiento. Traen a la mente pensamientos impuros y blasfemos, y son capaces de inducirnos a fomentar falsas doctrinas.
Estos demonios no eran meras influencias. Eran seres sobrenaturales que moraban en aquel hombre, controlando sus pensamientos, sus sentidos, sus facultades y su conducta. Producían una violencia extrema en aquel hombre. Estos demonios reconocían a Jesús como “el Hijo del Dios Altísimo”. Sabían también que su condenación era ineludible, y que Jesús haría que se cumpliese. Sabían que el reino de Satanás sería destruido. Pidieron permiso, para entrar en una piara de cerdos que pastaban en un monte cercano. La majestad de Jesucristo era tan grande que los demonios se asustaban y le rogaban que no los atormentase. Los demonios siempre obedecían la voz del Señor Jesucristo cuando él les manda que salieran de las personas. Los demonios hicieron que los cerdos se lanzaran por un precipicio al lago, y se ahogaran.
Había una gran conmoción entre todos los que habían presenciado estos hechos y en los que recibieron la noticia. Las personas que no tenían ninguna relación con Dios experimentaron un gran temor.
Si los dueños de los cerdos eran judíos, estaban dedicados a un negocio inmundo e ilegal. Se atemorizaron tanto que pidieron a Jesús que se marchara. Valoraban más a los cerdos que al Salvador; querían más a sus animales que la liberación y salvación de sus almas. El piso de su economía se derrumbaba, sus tradiciones, creencias, de su mala vida, a la cual estaban acostumbrados y que no querían cambiar. Preferían seguir como estaban atados y oprimidos por los demonios y no ver a su mundo y a su economía derrumbarse. La gente, que pertenece al reino de las tinieblas, parece disfrutar de su esclavitud, no quieren pensar, no quieren cambiar, desean por comodidad que todo siga como siempre. Para estas personas el evangelio es algo que los trastorna, que les cambia el mundo, un mundo desgraciado pero es su mundo, en el que viven.
Cuando supieron que el endemoniado había sido sanado tuvieron miedo. Miedo a la libertad, miedo al cambio, miedo a la luz. Los verdaderos hijos de Dios, experimentamos cotidianamente la sensación del miedo en muchos que no quieren cambiar, que les gusta vivir esclavizados, que no sienten la necesidad de una transformación de sí mismos, ni de su familia, ni de la sociedad, ni de las naciones.
El contraste entre el antes y después en este hombre era tan notorio, que fue y proclamó a todo el pueblo la liberación que había recibido del Señor Jesucristo y sin embargo el pueblo donde tuvo lugar esta liberación tan visible le pidió a Jesús que se fuera de su territorio porque habían perdido a sus cerdos. No pensaron ni por un momento en lo valiosa que era la vida de este hombre, no lo que estaba en sus mentes era la pérdida de sus cerdos. Muchas personas quieren ser sanados, liberados y prosperados pero no quieren que Jesús mates a sus cerdos. Si los cerdos no mueren no veremos la gloria de Dios. Para que la gloria de Dios descienda los cerdos del ocultismo, adulterio, fornicación, lascivia, prostitución, avaricia, usura, rencor, odio, envidia, pleitos, blasfemias, glotonería, idolatría, hurtos, etc. tienen que morir y Jesucristo debe quedarse a morar en el territorio de nuestros corazones. ¡Amén!

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