noviembre 30, 2014

La palabra de Cristo

(Colosenses 3:16-17)

“La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él”. Centrar nuestro interés y aspiraciones en lo celestial implica despojarse de determinados vicios y comenzar a  cultivar los valores y virtudes del cristianismo. Hay muchas cosas que deben morir en nosotros si en realidad queremos ver la gloria de Cristo.
Lo primero que debe morir en nosotros son los pecados sensuales. Los deseos concupiscentes son los que producen satisfacción carnal. La concupiscencia es un apetito bajo y contrario a la razón. El problema surge cuando se produce un apetito e inclinación interna que no podemos controlar. La referencia a la razón tiene que ver con la oposición entre lo sexual y lo racional. El objeto del apetito sensual, concupiscente, es la gratificación de los sentidos, mientras que el objeto del apetito racional es el bienestar de la naturaleza humana, y consiste en la subordinación de nuestras facultades racionales a Dios.
Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:13-15). La perfecta santidad de Dios lo pone más allá de la tentación. Santiago no menciona el papel de Satanás en la tentación. Su propósito no es discutir el origen del pecado, sino explicar que la incitación al mal no viene de Dios. Al subrayar la naturaleza interna de la tentación, Santiago no les deja excusa alguna a los pecadores. Satanás es de hecho la fuente externa de la tentación, pero nadie le puede culpar de ser el responsable de los actos pecaminosos cuyas raíces están dentro de cada de nosotros. La Biblia nos revela la imagen de Cristo, con el fin de que podamos medir nuestra conducta y nuestro carácter a la luz de Su imagen, y permitirle a Dios que no transforme a la imagen y semejanza de Cristo. La Palabra de Cristo es poderosa, nos limpia y libera de nuestros pecados. 
Lo segundo que debe morir en nosotros son las actitudes erróneas. La actitud es nuestra forma de actuar, el comportamiento que empleamos como individuo para hacer las cosas. En este sentido, se puede decir que es nuestra forma de ser. Es una disposición mental que se organiza a partir de la experiencia. Es también nuestra respuesta emocional y mental a las circunstancias de la vida y la organización permanente de nuestros procesos emocionales, conceptuales y cognitivos. Nuestras actitudes egoístas y aquellas que nos hacen ser individuos negligentes deben desaparecer para siempre de nuestras vidas. “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:31-32).
Lo tercero que debe morir en nosotros  es el lenguaje deshonesto y los prejuicios de la mente. Hay palabras bondadosas, de apoyo, de ternura que llenan los corazones de nuestros seres queridos de positivismo. También existen las palabras hirientes o despectivas las cuales tienen la única intención de destruir. El uso de palabras agresivas es tan perjudicial como los malos pensamientos. Estas palabras podrían arruinar nuestra vida encerrándonos en medio de un círculo de fracasos y frustraciones.
Cristo debe gobernar y convertirse en el centro de las relaciones y del culto de los hijos de Dios. “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24). Dios es la fuente y el Creador de la vida, pues no hay vida separados de Él, ni aquí ni en el más allá. La vida en nosotros es un don que viene de Dios. Los líderes religiosos estaban atrincherados en su sistema religioso, se negaron a permitir que el Hijo de Dios cambiara sus vidas. No se enrede tanto en la religión. Jesús sostiene que el oír su palabra y el creer en el Padre quien le envió son conceptos inseparables, casi sinónimos, y conducen a la vida eterna.
“El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6:63). A pesar de que existen muchas filosofías y autoridades autoproclamadas, únicamente Jesús tiene palabras de vida eterna. La gente busca la vida eterna por todas partes y no ven a Cristo, la única fuente. Permanezca con Jesús, sobre todo cuando esté confundido o se sienta solo.
“Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31-32). Γινώσκω [ginosko]  es el conocimiento que tiene un principio, un desarrollo y un logro. Es el reconocimiento de la verdad por medio de nuestra experiencia personal. Es ese conocimiento de la verdad el que nos hará libre. ¡Amén!

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