julio 19, 2014

Dios existe y puede ser conocido


(Éxodo 3:2)

Dios existe, y puede ser conocido. Estas dos afirmaciones forman la base y la inspiración del cristianismo. La primera es una afirmación de fe, la segunda de la experiencia. La Biblia no fue escrita para probar que Dios existe, sino para revelarlo por medio de sus actos. Por ello la revelación bíblica de Dios es de naturaleza progresiva, y alcanza su plenitud en Jesucristo, su Hijo. Dios existe por sí mismo. Su creación depende de él, pero él es completamente independiente de la creación. No sólo tiene vida, sino que sustenta la vida en el universo, y es en sí mismo la fuente de esa vida. Este misterio de la existencia de Dios le fue revelado a Moisés en épocas muy tempranas en la historia bíblica, cuando, en el desierto de Horeb, se encontró con Dios en forma de fuego en una zarza. “Y se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía”. Los ángeles son criaturas sobrenaturales que viven en el cielo y sirven de mensajeros a Dios y de protectores a sus escogidos. El ángel de Jehová era una manifestación visible de Dios, posiblemente del propio Cristo preencarnado. Dios se revela a Moisés en un lugar común, que se convierte en sagrado debido a la presencia de Dios. Cuando la Escritura habla de que Dios da a conocer su nombre, se refiere al acto de revelar (por medio de obras y acontecimientos sobrenaturales) lo que su nombre verdaderamente significa. Al revelar su nombre divino declara su carácter y sus atributos.
“¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance. El da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas” (Isaías 40-28-29). Una comprensión adecuada de la intervención de Dios en la vida solamente se obtiene conociendo sus pensamientos y sus caminos. Los que esperan en el Señor Jesucristo continuaran viviendo con la firme esperanza de que el Señor establecerá su reino cuando llegue el momento; Dios se enfrentará al mal. Esta actitud interior nos da nuevas fuerzas para levantarnos y proseguir adelante con un renovado vigor. Los resultados admirables de una fe centrada en la persona de Jehová, el Dios majestuoso, creador y sustentador de todas las cosas son maravillosos. Esta es una fe eficaz, capaz de renovar las fuerzas físicas y espiritual a grandes y pequeños, a viejos agotados y a los jóvenes que tropiezan y caen. Este poder que proviene de la fe se necesita para dar respuesta al llamado que Dios nos ha hecho. Se requiere de fe para iniciar la gran aventura del retorno a la libertad.
Cuando decimos que Dios es espíritu puro lo hacemos para poner de manifiesto que no es parcialmente espíritu y parcialmente cuerpo, como es el caso del hombre. Es espíritu simple sin forma ni partes, razón por la cual no tiene presencia física. Cuando la Biblia dice que Dios tiene ojos, oídos, manos, y pies, lo hace en un intento de trasmitir la idea de que está dotado de las facultades que corresponden a dichos órganos, porque si no habláramos de Dios en términos físicos no podríamos hablar de él de ninguna manera. El espíritu no es una forma limitada o restringida de existencia, sino la unidad perfecta del ser. Cuando decimos que Dios es espíritu infinito, nos encontramos completamente fuera del alcance de nuestra experiencia, ya que nosotros estamos limitados con respecto al tiempo y el espacio, como así también con respecto al conocimiento y el poder. Dios es esencialmente ilimitado, y cada elemento de su naturaleza es ilimitado. Llamamos a su infinitud con respecto al tiempo eternidad, con respecto al espacio omnipresencia, con respecto al conocimiento omnisciencia, y con respecto al poder omnipotencia.
Vemos su trascendencia en la expresión “el alto y sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo”, y su inmanencia en cuanto “habita… con el quebrantado y humilde de espíritu” (Isaías 57:15). “Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas”, y luego afirma su inmanencia como el que “no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:24, 28). Dios es personal. Cuando decimos esto afirmarnos que Dios es racional, que tiene conciencia de sí mismo, que se autodetermina, que es un agente moral inteligente. Como mente suprema es el origen de toda la racionalidad en el universo. Dado que las criaturas racionales creadas por Dios poseen carácter propio e independiente, Dios debe poseer un carácter que sea divino tanto en su trascendencia como en su inmanencia.
Dios es soberano. Esto significa que prepara sus propios planes y los lleva a cabo en su propio momento y a su manera. Es simplemente una expresión de su inteligencia, su poder, y su sabiduría supremos. Significa que la voluntad de Dios no es arbitraria, sino que actúa en completa armonía con su carácter. Es la expresión de su poder y su bondad, por lo que es la meta final de toda la existencia. Como Dios es un ser personal puede tener relaciones personales, la más cercana y tierna de las cuales es la de Padre. Es la designación más común que empleaba Cristo para Dios, y en teología se la reserva especialmente para la primera persona de la Trinidad. ¡Amén!

No hay comentarios:

Publicar un comentario