julio 28, 2014

El Amor del Padre


(Lucas 15:11-24)


El hijo pródigo representa bien la naturaleza humana. Nosotros somos por naturaleza orgullosos. En lugar de sentir placer en nuestra comunión con Dios; nos separamos de Él. Gastamos el tiempo, fuerza, facultades, y  afectos, en cosas que no son ni pueden ser de provecho. El avaro lo hace de un modo, y el libertino de otro pero estas actitudes solo nos conducen a la muerte. En la conducta del hijo pródigo  se dejan ver las  inclinaciones que el corazón tiene por naturaleza. El que no sabe nada de estas cosas tiene todavía mucho que aprender, y necesita que la luz penetre en su entendimiento oscurecido. La ignorancia más  perniciosa es la del que no se conoce a sí mismo. Feliz el que ha salido de las tinieblas y sabe quién es pero muchas personas "no saben quienes son  ni entienden porque andan en tinieblas." El hijo pródigo representa a un hombre que aprende por experiencia que el camino del pecador es escabroso. El Señor nos presenta a este joven gastando su herencia hasta que queda reducido a la miseria y al hambre.
Estas palabras nos dan a conocer la situación de muchos individuos; el pecado los domina con cetro de hierro. Los que no se convierten no pueden ser verdaderamente libres y felices. Bajo una apariencia, viven en un estado de zozobra interior que los atormenta en extremo. Hay millares que tienen herido el corazón, que se sienten aburridos, y completamente  desdichados. Hay muchos que dicen: "¿Quién nos mostrará el bien?" "No hay paz, dijo mi Dios; para los impíos." Los sufrimientos secretos del hombre  que no ha sido regenerado son sobre manera grandes. Este hombre siente en su pecho un vacío, por más que se esfuerce en ocultarlo. "El que siembra para su carne, de la  carne segará corrupción." El hijo pródigo representa al hombre dándose cuenta de su corrupción natural, y tomando la decisión de arrepentirse y volver a la casa de Dios. Nuestro Señor dice que este joven volviendo en sí exclamo: " ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y  le diré: Padre, he pecado…
Literalmente dice: “se le enternecieron las entrañas por él”. A medida que disminuye la distancia entre el padre y el hijo, se ve más y más claramente cuán cansado y miserable está su hijo. Se compadece. Interpreta el regreso de “su niño” en el sentido más favorable. El muchacho se ha arrepentido. Está triste por lo que ha hecho. El padre no puede haber sido muy joven; sin embargo, corre. En aquella parte del mundo generalmente no se consideraba digno que un anciano corriese; sin embargo, él corre. Nada puede impedirle el hacerlo.
La convicción no es conversión, pero es el primer paso al arrepentimiento. La causa de la muerte eterna del  hombre es que jamás piensa en las consecuencias de sus actos. Pero tenga mucho cuidado de no contentarse con pensar solamente. Los buenos pensamientos son muy saludables; pero ellos no constituyen la salvación. Si el hijo pródigo no hubiera hecho nada, más que pensar, tal vez habría permanecido  alejado de la casa de su padre hasta el día de su muerte. El hijo pródigo representa al hombre volviéndose a Dios con fe y arrepentimiento verdaderos. El joven, saliendo del país distante y volviéndose a la casa de su padre, puso en práctica sus buenas intenciones y confesó sus pecados sin rodeos. Este es un vivo ejemplo de arrepentimiento y conversión verdadera. Aquel en cuyo corazón ha empezado la operación del Espíritu Santo,  no se queda satisfecho con pensar; si no que se aparta, se separa, se divorcia del pecado; y deja de hacer lo malo. Los hechos son el alma del arrepentimiento verdadero. Emociones, lágrimas, remordimientos, deseos, y resoluciones, todo esto es inútil si no va acompañado de hechos y de un cambio de vida. El hijo Pródigo representa al hombre arrepentido, perdonado, y aceptado misericordiosamente como hijo de Dios.
Fue duro para el hermano mayor aceptar el regreso de su hermano menor. A las personas arrepentidas a causa de su mala reputación por su vida de pecado, a menudo las ven con recelo y algunas veces no están dispuestos a aceptarlas como miembros de la iglesia. Sin embargo, debemos regocijarnos como los ángeles cuando un pecador se arrepiente y se vuelve a Dios. Debemos aceptar a los pecadores arrepentidos de todo corazón, brindarles apoyo y ánimo para que crezcan en Cristo. En la parábola del hijo pródigo, la respuesta del padre contrasta con la del hermano mayor. El padre lo perdonó porque estaba lleno de amor. El hijo mayor se negó a perdonar a su hermano por todo lo ocurrido. Con este resentimiento solo logró perder el amor del padre como el hermano menor lo había perdido anteriormente pero que ahora lo recuperaba por su arrepentimiento y humillación. Si usted se niega a perdonar, se perderá una maravillosa oportunidad de experimentar gozo y comunión con otros. Haga que su gozo crezca: perdone a alguien que lo haya herido. ¡Amén!

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