julio 22, 2014

Fe en el Dios vivo


(Hebreos 11:1)
        
 La fe debe ser el sólido fundamento de una verdadera, fervorosa, y permanente consagración. Si no tenemos una fe personal en Dios, seremos arrastrados por las opiniones y doctrinas humanas. Arrastrados por las corrientes y las olas de nuestras circunstancias. Si no hay un lazo consciente entre nuestras almas y Dios, nunca seremos capaces de mantenernos en pie, y mucho menos de lograr algún progreso en el camino de la verdadera consagración. Debemos creer que Él es y lo que Él es: Tenemos que tratar con Dios en el secreto de nuestras propias almas, aparte de todo lo demás. Nuestra conexión individual con Dios debe ser una gran realidad, un hecho vivo, una verdadera e inequívoca experiencia, que esté en la misma raíz de nuestra existencia, siendo el fundamento y punto de apoyo de nuestras almas en todo tiempo y bajo cualquier circunstancia. Las meras opiniones de los hombres no son de ningún valor; como tampoco lo son los dogmas ni los credos. No es suficiente con decir, “Creo en Dios Padre Todopoderoso”. Las meras palabras no son de ninguna utilidad. Nuestra fe debe estar arraigada en nuestro corazón, es decir, es una cuestión del corazón, una relación entre el alma humana y Dios mismo. Nada menos que esto puede sustentar nuestra vida en este tiempo, especialmente en nuestros días. Todos  nos encontramos rodeados por lo vano y superficial.
Los fundamentos de nuestra confianza son minados cuando hay una profesión de fe irreal. El dedo de los infieles está continuamente señalando las inconsistencias exhibidas en las vidas de muchos de nosotros. Sin embargo, los infieles también recibirán las justas consecuencias de su incredulidad, considerando que cada uno debe dar cuenta de sí mismo y por sí mismo ante el tribunal de Cristo; aún así es un hecho que la falsa profesión de fe tiende a erosionar la confianza. Es por esta razón que tenemos la urgente necesidad de una simple, sincera, y fe personal en el Dios vivo; una completa confianza en Su palabra, y una constante dependencia en Su sabiduría, bondad, poder y fidelidad. Ésta es el ancla del alma sin la cual es imposible navegar en medio de las aguas turbulentas de este mundo. Si estamos anclados en nuestras circunstancias, si nos estamos apoyando en brazos de carne, y en los pensamientos de un mortal, si nuestra fe está en la sabiduría del hombre, aunque éste sea el mejor de los hombres, estoy seguros que en el momento de las pruebas el edificio de nuestra vana religión caerá y quedara manifiesto lo que somos realmente. Nada quedará excepto la fe que se mantiene viendo al Invisible -que no mira a las cosas que se ven. Las cosas que son temporales, sino que mira las cosas que son invisibles y eternas.
Todo esto es ilustrado en la vida de Abraham, podemos fácilmente aprenderlo de la maravillosa historia de su vida. Abraham creyó a Dios. Observe, que no fue algo acerca de Dios lo que él creyó -alguna doctrina u opinión respecto a Dios, el no recibió una tradición humana. No; esto nunca habría tenido valor para Abraham ni para Dios. Era con Dios que él trataba, en lo más profundo de su ser individual, él entraba en una vivida intimidad con Dios. “El Dios de gloria se apareció a nuestro Padre Abraham cuando él estaba en Mesopotamia, antes que él morarse en Harán, y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela, y vete a la tierra que yo te mostraré” (Hechos 7:2-3). Estas expresiones tan poderosas en palabras de Esteban que fueron dirigidas al concilio y nos revelan el verdadero secreto en la carrera de Abraham. No es nuestra intención detenernos en este solemne e instructivo intervalo en Harán.
Es verdad, que ese honrado siervo de Dios se retrasó en Harán, posteriormente tuvo que descender a Egipto, expulsar a Agar, tembló ante Gerar, y negó a su esposa. Todo esto se ve en la superficie de su historia, porque a pesar de todo él era sólo un hombre -un hombre con pasiones semejantes las nuestras. Pero él creyó en Dios y tuvo una inalterable confianza en el Dios vivo; él creyó en la verdad, es decir, creyó que Dios es; y creyó también que Dios es galardonador de todos los que le buscan. Es esto lo que hizo que Abraham saliese de Ur de los Caldeos- de en medio de lazos y asociaciones en los cuales él había vivido. Finalmente, fue esto lo que lo capacitó para ir al monte Moriah y mostrarse allí preparado para poner sobre el altar a aquel que era no sólo el hijo de su seno, sino también el canal a través del cual todas las familias de la tierra habrían de ser bendecidas.
Nada sino la fe podría haber capacitado a Abraham para renunciar a la tierra en la cual él había nacido, y salir sin saber adónde iba. A los hombres de su día esto debe haberles parecido una locura. ¡Oh! Pero él sabía en Quien había creído. Ésta era la fuente de su poder, él no estaba siguiendo fábulas, no estaba siendo sustentado por las circunstancias o las influencias que lo rodeaban, él no estaba siendo apoyado por los pensamientos de los hombres. La carne y la sangre no le presentaban ninguna ayuda ni alternativa en su sorprendente carrera. Dios era su escudo, porción y recompensa, y al apoyarse sobre Él encontró el verdadero secreto de su victoria. ¡Amén!
        

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