julio 31, 2014

Barreras mentales


(Juan 14:8-9).

“Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?”  Los discípulos de Cristo deben mantener su mente en paz, aun cuando haya turbación en los demás. Al creer en Cristo como mediador entre Dios y el hombre, recibimos consuelo. Nuestros corazones son guardados de la turbulencia que hay en el mundo, debido a que mantenemos nuestra confianza en Dios. Aquellos que no son vivificados por Cristo, la vida, ni enseñados por Él, la verdad, pueden acercarse y conocer a Dios. Todo el que ve a Cristo por medio de la fe, ve al Padre en Él. A la luz de la doctrina de Cristo vemos a Dios como el Padre de las luces y, en los milagros de Cristo vemos al Dios Todopoderoso. La santidad de Dios brilló en la pureza inmaculada de la vida de Cristo. Las obras de nuestro Redentor muestran –revela Su gloria, y a Dios en Él.
Felipe deseaba ver al Padre; él no negaba la espiritualidad de Dios ni su invisibilidad esencial; Felipe pedía una teofanía: una manifestación visible de la gloria de Dios, como le había sido concedido a Moisés. Los discípulos no se daban cuenta que ellos tenían un privilegio mucho mayor que el que Moisés había tenido. No habían escuchados cuidadosamente las palabras dichas por Jesús a Tomás, en el sentido de que el Padre se había manifestado en el Hijo. ¿El Maestro no le había hablado de esto desde el comienzo mismo de su ministerio? Jesús había venido para hablar las palabras y realizar las obras de Dios; en las palabras y acciones de Cristo el Padre se estaba dando a conocer.  Ellos habían visto y oído, pero, debido a su propia pecaminosidad, no habían visto ni oído con claridad.
En la terminología del Antiguo Testamento, el tema del conocimiento expresa la diferencia entre judíos y paganos; los judíos eran los que conocían a Dios, mientras que los paganos eran, presos de su ceguera, ellos no tenían acceso a este conocimiento. En Jesucristo, el conocimiento suprime las barreras entre los que creen y conocen y los que, por no creer, no pueden conocer a Dios. El conocimiento tiene un valor existencial. “Oíd palabra de Jehová, hijos de Israel, porque Jehová contiende con los moradores de la tierra; porque no hay verdad, ni misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra”. (Oseas 4:1). Dios culpa tanto al sacerdote como al profeta por su falta voluntaria de conocimiento. No había verdad, misericordia ni conocimiento de Dios en la tierra. Nuestros pecados, como individuos, como familia, como pueblo o nación, son los que hacen que el Señor contienda con nosotros. Los ojos penetrantes de Dios ven la disposición secreta de nuestros corazones a pecar, el amor que le tenemos al pecado, y el dominio que nuestros pecados tienen sobre nosotros.
El verbo conocer (ginóskein)  y el sustantivo conocimiento (epígnósis)  describen la fe y el amor en movimiento. Epígnosis indica frecuentemente una relación entre la persona que conoce y el objeto conocido; a este respecto, lo que es conocido es de valor e importancia para aquel que conoce, y de ahí la necesidad de establecer una relación. Este movimiento se da para conducirnos a Cristo y se obtiene no por una mera actividad intelectual, sino por la operación del Espíritu Santo como un beneficio por haber recibido a Cristo.
“Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos.” (Oseas 4:6). El pueblo de Dios fue destruido [justamente] porque le faltó conocimiento; se habían olvidado de la ley de su Dios.
Para los griegos, Dios era esencialmente invisible e inaccesible; y los judíos estaban seguros de que a Dios nadie le había visto jamás. Pero Jesús les dijo: “Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto.” (Juan 14:7). En tiempos de Jesús, los creyentes estaban fascinados y oprimidos por la idea de la trascendencia de Dios y de la distancia y diferencia insalvables entre Dios y la humanidad. Jamás se les habría ocurrido pensar que podían ver a Dios y entonces Jesús dijo: “¡El que me ha visto a mí, ha visto al Padre!” La vida de Jesús nos presenta, no la serenidad, sino la lucha de Dios. Era fácil imaginarse a Dios viviendo en una paz y serenidad que nadie puede alterar ni siquiera las tensiones de este mundo; pero Jesús nos muestra a Dios pasando por todas nuestras angustias. Dios no es como un general que dirige a su ejército desde una posición cómoda y segura, sino que él está con nosotros en la línea de batalla.
Si nos pudiéramos mantener absolutamente distantes; si pudiéramos organizar nuestras vidas de tal manera que nada ni nadie nos importara, no habría tristeza, dolor ni ansiedad. Pero en Jesús vemos a Dios preocupándose intensamente, y anhelando relacionarse con la humanidad por amor. En Jesús vemos a Dios en la Cruz. No hay nada más increíble en el mundo. Es fácil imaginarse a un dios que condena; y a un dios que, si las personas se le oponen, las eliminas. Nadie habría soñado con un Dios que eligió la Cruz para salvarnos. J. Armitage Robinson señala que epignosis es “un conocimiento dirigido hacia un objeto en particular, percibiendo, discerniendo,” en tanto que gnosis es un conocimiento en abstracto. “Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová; como el alba está dispuesta su salida, y vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia tardía y temprana a la tierra.” (Oseas 6:3). Las aflicciones deben animarnos al arrepentimiento, esto nos obliga a mantener buenos pensamientos acerca de Dios, de sus propósitos y designios para con  nosotros. —La liberación de la angustia debe ser para nosotros como vida de entres los muertos. Admiremos la sabiduría y la bondad de Dios; nuestra liberación de la aflicción y la angustia, es una señal de nuestra salvación por medio Cristo. Los beneficios del favor de Dios nos están firmemente asegurados como el retorno de la mañana después de una noche oscura y tenebrosa. Él vendrá a nosotros como la lluvia tardía y la temprana a la tierra, para refrescar y hacer fértil nuestras vidas. ¡Amén!

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