(1
Samuel 2:35)
“Y yo me
suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón y a mi alma; y yo
le edificaré casa firme, y andará delante de mi ungido todos los días”. El
vocablo, más que al órgano fisiológico, hace referencia a su simbología.
Proveniente de la raíz indoeuropea krd, que significa corazón, centro, medio,
ha dado origen a la palabra española corazón, entre otras lenguas, como en la
griega Kαρδια y en la latina cor, cordis. En el AT el corazón tiene dos
sentidos: el directo o físico y el figurado o simbólico. El corazón es el
centro de la vida psíquica y espiritual del hombre y no sólo de la vida
sensitiva; hasta tal punto, que se confunden los significados en algunos textos.
“Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus
fuerzas” (Deuteronomio 6:5). Del corazón
humano surgen los sentimientos y las emociones, pero también es el lugar de la
inteligencia y de la voluntad. El corazón
tiene razones que la razón [mente] no conoce, es por eso que conocemos la
verdad no sólo por la razón, sino también por el corazón. Creer en Dios en el
sentido cristiano, no significa solamente aceptar que Dios existe, es más bien
abrir el corazón para que Dios habite. “Creemos” en aquello que nuestra razón
no es capaz de comprender, por las limitaciones de nuestros sentidos.
La persona que
se busca a sí misma en sí misma se pierde. “Vuestro atavío no sea el externo de
peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno,
el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible,
que es de grande estima delante de Dios” (1 Pedro 3:3-49). Los principios de
una conducta respetuosa y un espíritu ecuánime trascienden las fronteras de lo
externo. La verdadera belleza viene desde adentro: del corazón. Un
corazón rendido y una buena conciencia, nos darán la paz que tanto anhelamos.
El mundo
antiguo ha utilizado el corazón para designar la totalidad del hombre, con un
predominio, en la civilización occidental, de los conceptos relativos al mundo
de los sentimientos (sede de las sensaciones y emociones), al que se añade en
las culturas orientales el aspecto intelectivo (también es la sede del
pensamiento, de la inteligencia). En las religiones orientales, en la bíblica y
la islámica, expresa el núcleo, lo medular de la persona humana. El corazón
humano, como centro de la vida, es el yo del hombre, su parte más íntima, su personalidad
con toda la riqueza de sus manifestaciones anímicas, emocionales e
intelectivas.
“Hipócritas,
bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me
honra; Mas su corazón está lejos de mí”
(Mateo 15:7-8). Aquí tenemos el choque y la colisión; aquí está el
enfrentamiento entre dos clases de religión y dos clases de adoración. Para los
escribas y fariseos la religión era la observancia de ciertas reglas y normas y
ritos externos tales como la manera correcta de lavarse las manos antes de
comer; era la estricta observancia de un enfoque legalista de toda la vida.
Para Jesús la religión era algo que tiene su asiento en el corazón; algo que se
manifestaba en la compasión y en la amabilidad, que están por encima y más allá
del legalismo. Adorar a Dios, y rendirle culto; es avivar nuestra conciencia
con la santidad de Dios, alimentar nuestra mente con la verdad de Dios,
purificar nuestra imaginación con la belleza de Dios, abrir nuestro corazón al
amor de Dios, y consagrar nuestra voluntad al propósito de Dios.
Los principios
morales tienen su sede en el corazón. “Porque cuando los gentiles que no tienen
ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son
ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando
testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, en
el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme
a mi evangelio” (Romanos 2:14-16). Hegel puede decir: "no basta que los
principios morales, estén sólo en el cerebro; deben estar también en el corazón”.
Cada uno será juzgado por su fidelidad a los principios más elevado que pudo
conocer. El razonamiento de Pablo es que el ser humano sabe por naturaleza cómo
debe vivir. Es desde el corazón que nos abrimos a lo trascendente y entramos en
relación con Dios. El corazón debe estar abierto a Dios y a la trascendencia de
la vida espiritual. Sus sentimientos y sus emociones son siempre producto del
contacto con la realidad circundante y, como tal, el corazón es la sede de la
calidad de sus relaciones con los demás. Nuestras relaciones con los demás tendrán
que ser de corazón: amaremos, perdonaremos, nos daremos y nos entregaremos de
corazón. “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”
(Mateo 6:21).
"Te hablo
con el corazón en la mano", decimos cuando queremos expresar la sinceridad
de lo que hablamos. En nuestra relación con los demás podremos, sin embargo, no
tener corazón, o también endurecerlo. Podremos tener un corazón grande o ser
mezquinos de corazón. Salomón dice: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no
te apoyes en tu propia prudencia” (Proverbios 3:5) y otra vez dice: “Sobre toda
cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida”. ¡Amén!
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