(Isaías 53:4-5)
“Ciertamente
llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le
tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por
nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue
sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”. “¿Murió Jesús en la cruz
solamente por nuestros pecados, para lograr nuestra salvación espiritual; o murió
también por nuestras dolencias, para lograr nuestra sanidad física?” El
ministerio de Jesús era muy intenso. El ministerio de sanidad y liberación era
evidencia de que Jesús era el “Siervo Sufriente”. Mateo relaciona las
sanidades físicas que Jesús había realizado con el cumplimiento de la profecía
de la cruz.
Broadus
sugiere que el Mesías sufrió por los pecados de todos y que los que se
arrepienten y confían en Cristo reciben perdón de sus pecados y sanidad de las
enfermedades causadas por esos pecados. Por otro lado, no debemos deducir que
este fuese el caso en todos los que Jesús sanó, excepto en el sentido de que
todas las enfermedades son el resultado directo o indirecto del pecado en el
mundo. El pecado es la raíz última de todo el mal que existe en el mundo,
inclusive el espiritual y físico. Esto no significa, sin embargo, que toda
enfermedad sea el resultado directo del pecado personal de esa persona.
El origen primario
de la enfermedad y de la muerte debe ser buscado, evidentemente, en el pecado y
en la caída. El hombre, hecho a imagen de Dios como una creación perfecta,
estaba destinado a una vida bienaventurada y eterna, y no a los sufrimientos
físicos y sicológicos a los que se halla sometido. Por el pecado, la muerte
hizo su aparición, con las enfermedades y dolencias que conducen a ella. Está
claro asimismo que la violación de las leyes físicas y morales conduce, con
mucha frecuencia, a la enfermedad y al desequilibrio psíquico. En cambio, el
respeto a los mandatos divinos nos ayuda a mantener la salud.
La enfermedad
causa debilidad y un sufrimiento opresivo. Hay que señalar que no se dice que
todas las enfermedades provengan de los demonios, sin embargo, todas son en
cierto sentido obra de Satanás. “Enseñaba Jesús en una sinagoga en el día de
reposo; y había allí una mujer que desde hacía dieciocho años tenía espíritu de
enfermedad, y andaba encorvada, y en ninguna manera se podía enderezar” (Lucas
13:10-11). En esta oportunidad Jesús no esperó a que la mujer pidiera ser
sanada, sino que la llamó directamente y la sanó delante de todos en plena
sinagoga. Es evidente que Jesús buscaba abiertamente la confrontación con esos
personajes religiosos que al ofenderse por lo hecho por el Señor procurarían
matarlo. En esta oportunidad la mujer estaba encorvada por causa de un demonio.
La hipocresía de los fariseos era el resultado de su egoísmo. La glorificación
propia era el objeto de su vida, por ello pervertían e interpretaban mal las
sagradas escrituras. En realidad la hipocresía era algo que realmente sublevaba
el ánimo del Señor, tanto que cuando se encontraba con ella en estos
personajes, la denunciaba abiertamente, porque actuaban como personas sin
integridad y mostrando dos caras casi todo el tiempo.
La enfermedad
puede ser el castigo de un pecado concreto, o puede provenir de las faltas de
los padres (enfermedades generacionales). El pecado causa nuestra separación de
Dios, la perturbación del designio de Dios, y castigos como la enfermedad, la
muerte y la condenación eterna. La enfermedad es un castigo por el pecado, el
cual consiste en el acto, no en una disposición interior, de modo que la
expiación es la restauración de la salud física por eso –las obras poderosas de
Jesús incluyen las curaciones de las enfermedades y la salud moral y espiritual.
Las enfermedades pueden alcanzar a los cristianos que no se juzgan a sí mismos ni
se apartan de sus desobediencias ni de los pecados de sus antepasados. Sin
embargo, la Biblia destaca que no toda enfermedad es necesariamente el
resultado de un pecado personal. Job era íntegro, recto, temeroso de Dios,
apartado del mal, hasta el punto de que no había ninguno como él en toda la
tierra. Con todo, Dios tuvo a bien mandarle una prueba, para su crecimiento
espiritual. El ciego ni sus padres habían pecados, la ceguera del muchacho no
era por causa de un pecado o de una maldición generacional. “Respondió Jesús:
No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se
manifiesten en él. Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre
tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar. Entre tanto
que estoy en el mundo, luz soy del mundo” (Juan 9:3-4). Pablo tenía un aguijón
en la carne, no porque hubiera pecado, sino para humillarlo, para que no se
llenara de orgullo debido a las revelaciones inauditas que había recibido. Otras
enfermedades son el producto de la contaminación y de la falta de higienes).
Las palabras
hebreas para “dolores” y “enfermedades” se refieren específicamente a la
aflicción física. “Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados;
y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos; para
que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó
nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias” (Mateo 8:16-17). Las puertas
del ocultismo están fuertemente amuralladas para quienes pretendan abatirlas.
Sólo ante el poder y la gracia de Dios se derrumban. Para quienes se enfrentan
a las fuerzas diabólicas es aconsejable: (1) tener una vida de oración; (2) confesar
permanente sus pecados y mantener una completa comunión con Cristo y la
iglesia; (3) realizar ayuno o una preparación espiritual intensa; (4) rodearse
de un círculo de hermanos para la oración intercesora; (5) tener en cuenta que
los demonios atacan a quienes los atacan; (6) no hacer públicos estos hechos;
(7) mantener en comunión con la iglesia a las personas que han sido liberados y
no descuidarse.
Está claro que
las palabras “llevó” y “sufrió” se refieren a la obra expiatoria de Jesús,
porque son las mismas que se utilizan para describir a Cristo cargado con
nuestros pecados. Estos textos vinculan inequívocamente la base de la
provisión, tanto de nuestra salvación como de nuestra sanidad, con la obra
expiatoria del Calvario. Sin embargo, ninguna de estas cosas se recibe
automáticamente, porque ambas deben ser alcanzadas por la fe. ¡Amén!
No hay comentarios:
Publicar un comentario