(Marcos 1:14-15)
“Después que Juan fue
encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo:
El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y
creed en el evangelio”. El tiempo apropiado o la oportunidad favorable, había
llegado para el cumplimiento de las promesas redentoras de Dios y para la promulgación
del evangelio. El reinado de Dios comenzaría a manifestarse en los corazones y
vidas de la gente en una forma mucho más poderosa que los que el pueblo había percibido hasta ese momento. En el reino de Dios hay
grandes bendiciones preparadas para todos aquellos que confiesen a Cristo como
su salvador y abandonen sus pecados, para empezar a vivir una vida para la gloria
de Dios. La comunidad de personas en cuyos corazones Dios es reconocido como
Rey, es llamada la Iglesia –el pueblo de Dios. “El tiempo se ha cumplido y el
reino de Dios se ha acercado”. Estas palabras fueron dichas porque la labor –obra
de Cristo de predicar, enseñar, y sanar a
los enfermos, tanto en Galilea como en sus alrededores recién había comenzado.
El Evangelio consiste en dos
partes que, en conjunto, forman una unidad indestructible. La primera está
relacionada con el don de la salvación otorgada por medio de Cristo; la otra,
tiene que ver con las demandas del reino.
Las demandas del reino de Dios se expresan a través del mensaje del Evangelio.
Tan pronto leemos o escuchamos el Evangelio predicado por Jesús, somos
confrontados con ciertas pre-suposiciones que tienen una estructura y una
expresión muy particular. El Evangelio del reino no es algo enteramente nuevo,
pero es algo más que el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento.
La proclamación de la salvación
está determinada terminológica y realmente por la historia de la salvación que
la precede, y no puede ser comprendida ni separada de la misma. La importancia
de esta consideración puede llegar a manifestarse cuando prestamos atención al
hecho notable de que, en la primera parte de la predicación de Jesús, él mismo
califica su predicación cuando dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por
cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar
a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a
los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable
del Señor” (Lucas 4:18). ¿Cuál es el significado de la frase: “para dar buenas
nuevas a los pobres?” Este detalle acerca del significado de la venida del
Mesías y de su actividad, nos revela cual es el contenido del Evangelio.
En la repuesta dada a Juan el
Bautista encontramos esta misma frase. “Id, haced saber a Juan lo que habéis
visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los
sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio”
(Lucas 7:22). Los pobres en espíritu
son enfáticamente señalados como aquellos a los cuales está destinada la
salvación. Los pobres son los destinatarios de la predicación de Jesús, tanto “los
pobres en espíritu” como los “abatidos” a los que se refieren las
bienaventuranzas. “…He aquí, éste está
puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que
será contradicha (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean
revelados los pensamientos de muchos corazones” (Lucas 2:34-35). Simeón era un
israelita piadoso quien esperaba la consolación, es decir, la liberación de su
pueblo y por inspiración divina, fue al templo, tomó en brazos al niño y
declaró tanto su gratitud a Dios como su disposición a morir. Simeón vio la llegada
del niño como la de un Salvador para todos los pueblos y no meramente para los
judíos. La llegada del niño sería tanto para juicio como para salvación. Jesús
revelaría el verdadero carácter del ser humano y lo que hay en su corazón y María
sufriría por el trato que posteriormente recibiría Jesús.
Las palabras de Simeón fueron
confirmadas por la llegada de Ana, quien profetizó que Dios traería salvación
al pueblo judío por medio de Jesús. El mensaje del Mesías es tan poderoso que
hace estremecer nuestros corazones. “Mas ¡ay de vosotros, ricos! porque ya
tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! porque
tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís! porque lamentaréis y
lloraréis. ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!
porque así hacían sus padres con los falsos profetas” (Lucas 6:24-26). Dios
tiene un lugar para los que son pobres y necesitados, aquellos que están
hambrientos y tristes. Estas son personas insatisfechas con el mundo presente y
con su suerte en él, y anhelan recibir lo que Dios tiene para ellos. A ellos
Jesús les promete que oirá y cumplirá sus anhelos.
El Evangelio es un mensaje de
esperanza para aquellos que sufren toda clase de carencias, cuyo único socorro
viene de Dios. Hay quienes no necesitan clamar a Dios en oración porque piensan
que ya tienen lo suficiente. Pero llegará el día cuando no tendrán nada. “…Abraham
le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también
males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado” (Lucas 16:25). Dios
hará justicia por eso desea que su pueblo mantenga una intima relación con él
para que no perezca, sino para que sea consolado en aquel día. El carácter
espiritual de esta relación está fuertemente enfatizado en el Nuevo Testamento.
Las demandas del Evangelio son ampliamente conocidas, tanto, por la predicación
de Jesús como por la predicación de los apóstoles. ¡Amén!
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