(Hechos 2:1-4)
“Cuando llegó
el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del
cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la
casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de
fuego, asentándose sobre cada uno de ellos.
Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras
lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen”. El Espíritu, como fuego,
derrite y quema las escorias del corazón, y enciende los afectos piadosos y
devotos del alma, es en el alma, en la que debe arder el fuego de Dios como ardía
en el altar del holocausto, es allí donde se ofrecen los verdaderos sacrificios
espirituales. Los creyentes que sinceramente traten de hacer la voluntad de Dios
experimentarán cada vez más y más la dirección y el poder sobrenatural del
Espíritu. El Espíritu Santo es la fuente de nuestro valor y poder. El valor de
los cristianos para enfrentarse a situaciones peligrosas viene del Espíritu Santo.
El poder para resolver sus problemas; la elocuencia necesaria para predicar el
Evangelio; y el gozo que tenemos no depende de las circunstancias –todo es obra
del Espíritu Santo.
La muerte de
Jesús fue planificada desde la eternidad, por tanto su muerte fue la
realización de la voluntad de Dios; los discípulos comprendieron esta verdad. La
muerte y la resurrección de Cristo; nos mostró el plan perfecto de Dios. Su
muerte no fue en vano, sino para redimir al hombre de su pecado, él se
sacrificó a sí mismo y su sangre nos
limpia de todo pecado. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están
en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al
Espíritu. Porque la ley del Espíritu de
vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos
8:1-2).
Mediante la
sangre de Cristo, Dios nos libera del dominio del pecado. Jesús murió para
liberarnos del mundo, de la inmundicia y del dominio del diablo. (2
Tesalonicenses 2:13). Dios nos santifica mediante Jesucristo. Los discípulos
comprendieron que la providencia y la victoria de Cristo, está en la cruz. Él
echó fuera la inmundicia y los espíritus satánicos, nos llenó con el Espíritu
Santo, y nos hizo pueblo de Dios. La crucifixión de Jesús fue para rescatarnos
de la tristeza y de las enfermedades. El deseo del Señor; es liberarnos de la
opresión del diablo. Él nos liberó de la maldición y en su lugar nos llenó de bendición. La
muerte y resurrección de Jesús fue necesarias para sacarnos del infierno. Todos
los que hemos creído en Cristo, hemos sido libres de la confusión,
desesperación, y del temor. Con la llegada del Espíritu Santo, llegamos a tener
una relación con Jesús. “Más vosotros no vivís según la carne, sino según el
Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene
el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8:9).
Cuando el
Espíritu Santo obra en nosotros, creemos que Jesús es el Hijo de Dios y que la
vida eterna se obtiene a través de Él; empezamos a actuar bajo la dirección de
Cristo; encontramos ayuda en los problemas cotidianos y en la oración; podemos
servir a Dios y hacer su voluntad; y somos parte del plan de Dios para la
edificación de su Iglesia.“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura
es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios
5:17). Esta experiencia maravillosa las podemos tener mediante el Espíritu
Santo. Ahora por medio del Espíritu
Santo, Cristo está con nosotros y no sólo eso, sino que también hemos recibido
una nueva posición.
“Más vosotros
sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios,
para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de
las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo,
pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado
misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (1 Pedro 2:9-10). El
evangelio de Cristo es gozo. Cuando usted acepta a Cristo, entrará el Espíritu
Santo en su vida y él derramará el gozo de Dios.
La llenura con
el Espíritu Santo nos transforma totalmente, nos da valor y fidelidad. Pedro había negado a Jesús
tres veces, pero después que fue lleno con el Espíritu Santo se convirtió en un
gran predicador. Los discípulos del Señor eran personas ordinarias, algunos
eran pescadores, recolectores de impuestos, eran de baja categoría, e
ignorantes. Pero cuando fueron llenos del Espíritu Santo, fueron llenos también
de gozo, de energía, de valor y fidelidad, ante amenaza de muerte predicaron,
ante los azotes y las persecuciones predicaron con denuedo la palabra de Dios.
El Espíritu Santo derrama su poder sobre los testigos del evangelio, así
predicamos la palabra de Dios con un poder que sobrepasa todo entendimiento
humano.
Sin la llenura
del Espíritu Santo, la predicación de la palabra es infructuosa, porque no hay
en ella vida, ni poder; es como la predicación de los fariseos y saduceos,
llena de teorías. Cuando estoy lleno del poder del Espíritu Santo hay una
fuente de agua dentro de mí. Y ésta ejerce gran poder en la predicación de la
palabra. Hollar serpiente y escorpiones no se hace con poder y fuerzas humanas,
sino con el Espíritu Santo. Cuando somos llenos del Espíritu Santo sentimos
pasión por la evangelización. Antes no sentía deseo de evangelizar, pero una
vez lleno del Espíritu Santo siento pasión por las almas perdidas. Cuando el
cristiano está lleno del Espíritu Santo no puede estar quieto, desea salir,
hablar de Cristo y predicar el evangelio. ¡Amén!
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