(Éxodo 3:2)
Dios existe, y puede ser conocido.
Estas dos afirmaciones forman la base y la inspiración del cristianismo. La
primera es una afirmación de fe, la segunda de la experiencia. La Biblia no fue
escrita para probar que Dios existe, sino para revelarlo por medio de sus
actos. Por ello la revelación bíblica de Dios es de naturaleza progresiva, y
alcanza su plenitud en Jesucristo, su Hijo. Dios existe por sí mismo. Su
creación depende de él, pero él es completamente independiente de la creación.
No sólo tiene vida, sino que sustenta la vida en el universo, y es en sí mismo
la fuente de esa vida. Este misterio de la existencia de Dios le fue revelado a
Moisés en épocas muy tempranas en la historia bíblica, cuando, en el desierto
de Horeb, se encontró con Dios en forma de fuego en una zarza. “Y se le
apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él
miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía”. Los
ángeles son criaturas sobrenaturales que viven en el cielo y sirven de
mensajeros a Dios y de protectores a sus escogidos. El ángel de Jehová era una
manifestación visible de Dios, posiblemente del propio Cristo preencarnado. Dios
se revela a Moisés en un lugar común, que se convierte en sagrado debido a la
presencia de Dios. Cuando la Escritura habla de que Dios da a conocer su nombre,
se refiere al acto de revelar (por medio de obras y acontecimientos
sobrenaturales) lo que su nombre verdaderamente significa. Al revelar su nombre
divino declara su carácter y sus atributos.
“¿No has sabido, no has oído que el
Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece,
ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance. El da
esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas” (Isaías
40-28-29). Una
comprensión adecuada de la intervención de Dios en la vida solamente se obtiene
conociendo sus pensamientos y sus caminos. Los que esperan en el Señor Jesucristo continuaran
viviendo con la firme esperanza de que el Señor establecerá su reino cuando
llegue el momento; Dios se enfrentará al mal. Esta actitud interior nos da
nuevas fuerzas para levantarnos y proseguir adelante con un renovado vigor. Los
resultados admirables de una fe centrada en la persona de Jehová, el Dios
majestuoso, creador y sustentador de todas las cosas son maravillosos. Esta es
una fe eficaz, capaz de renovar las fuerzas físicas y espiritual a grandes y
pequeños, a viejos agotados y a los jóvenes que tropiezan y caen. Este poder
que proviene de la fe se necesita para dar respuesta al llamado que Dios nos ha
hecho. Se requiere de fe para iniciar la gran aventura del retorno a la
libertad.
Cuando decimos que Dios es espíritu
puro lo hacemos para poner de manifiesto que no es parcialmente espíritu y
parcialmente cuerpo, como es el caso del hombre. Es espíritu simple sin forma
ni partes, razón por la cual no tiene presencia física. Cuando la Biblia dice
que Dios tiene ojos, oídos, manos, y pies, lo hace en un intento de trasmitir
la idea de que está dotado de las facultades que corresponden a dichos órganos,
porque si no habláramos de Dios en términos físicos no podríamos hablar de él
de ninguna manera. El espíritu no es una forma limitada o restringida de
existencia, sino la unidad perfecta del ser. Cuando decimos que Dios es
espíritu infinito, nos encontramos completamente fuera del alcance de nuestra
experiencia, ya que nosotros estamos limitados con respecto al tiempo y el
espacio, como así también con respecto al conocimiento y el poder. Dios es
esencialmente ilimitado, y cada elemento de su naturaleza es ilimitado.
Llamamos a su infinitud con respecto al tiempo eternidad, con respecto al
espacio omnipresencia, con respecto al conocimiento omnisciencia, y con
respecto al poder omnipotencia.
Vemos su trascendencia en la expresión
“el alto y sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo”, y
su inmanencia en cuanto “habita… con el quebrantado y humilde de espíritu”
(Isaías 57:15). “Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo
Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas,
ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es
quien da a todos vida y aliento y todas las cosas”, y luego afirma su
inmanencia como el que “no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él
vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:24, 28). Dios es personal. Cuando
decimos esto afirmarnos que Dios es racional, que tiene conciencia de sí mismo,
que se autodetermina, que es un agente moral inteligente. Como mente suprema es
el origen de toda la racionalidad en el universo. Dado que las criaturas
racionales creadas por Dios poseen carácter propio e independiente, Dios debe
poseer un carácter que sea divino tanto en su trascendencia como en su
inmanencia.
Dios es soberano. Esto significa que
prepara sus propios planes y los lleva a cabo en su propio momento y a su
manera. Es simplemente una expresión de su inteligencia, su poder, y su
sabiduría supremos. Significa que la voluntad de Dios no es arbitraria, sino
que actúa en completa armonía con su carácter. Es la expresión de su poder y su
bondad, por lo que es la meta final de toda la existencia. Como Dios es un ser personal
puede tener relaciones personales, la más cercana y tierna de las cuales es la
de Padre. Es la designación más común que empleaba Cristo para Dios, y en
teología se la reserva especialmente para la primera persona de la Trinidad. ¡Amén!
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