(Lucas 1:46-47)
“Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se
regocija en Dios mi Salvador”. Adoremos con un corazón lleno de gratitud por lo que Dios ha hecho. Alabemos Su
nombre con alegría y entusiasmo porque Dios es nuestro salvador. El no solo nos
salva del pecado sino que también lo hace de las enfermedades, la muerte, y el
enemigo. La salvación de Dios es algo estrictamente espiritual; a veces se nos
presenta una mezcla de males físicos y espirituales de los cuales somos
liberados, de modo que Dios es nuestro salvador en un sentido doble. “Porque
dijo: Ciertamente mi pueblo son,…; y fue su Salvador. En toda angustia de ellos él fue angustiado, y
el ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió, y los
trajo, y los levantó todos los días de la antigüedad” (Isaías 63:8-9). Cuando se enfrente a nuevas pruebas, y dificultades repase todos los
buenos que Dios ha hecho en su vida y esto le fortalecerá y aumentará su fe.
Cuando nos enfrentamos a las enfermedades y a la desesperación; en esos
momentos, Dios es nuestro único consuelo y fortaleza. Aun cuando estemos débiles
para luchar, podemos apoyarnos en Él. El Señor es nuestra gran fortaleza en las
debilidades; Su poder siempre está a nuestro alcance. Los problemas y las
angustias pueden abrumarnos y hacernos sentir que Dios nos ha olvidado. Pero
Dios nuestro Creador está eternamente junto a nosotros y cumplirá todas sus
promesas, aun cuando nos sintamos solos.
“No habrá para qué peleéis vosotros en este caso: paraos, estad quedos,
y ved la salvación de Jehová con vosotros. Oh Judá y Jerusalén, no temáis ni
desmayéis; salid mañana contra ellos, que Jehová estará con vosotros” (2 Crónicas
20:17). Cuando nos vemos sobrepasados en número e indefensos, nos sentimos
impotentes. Debido a que Dios tiene el control, no se frustra por los cambios
ni por los sucesos o por las acciones de los hombres. Dios puede salvarnos del
mal que hay en el mundo y librarnos del pecado y de la muerte. Porque confiamos
en Dios, no deberíamos tener miedo de lo que el hombre nos pueda hacer. En
cambio, debemos tener confianza en el poder salvador de Dios. Él puede guiarnos
a través de las circunstancias que enfrentemos en nuestra vida. Debemos esperar
que Dios muestre su poder al llevar a cabo su voluntad. Debemos recordar que,
como creyentes, tenemos el Espíritu de Dios en nosotros. Si pedimos la ayuda de
Dios cuando enfrentamos luchas, Dios peleará por nosotros. Y Dios siempre
triunfa. ¡Cuán maravilloso es el poder de Dios!
¿Cómo dejamos que Dios pelee por nosotros? (1) Al darnos cuenta que la
lucha no es nuestra sino de Dios. (2) Al reconocer las limitaciones humanas y
al permitir que la fortaleza trabaje a través de nuestros temores y
debilidades. (3) Al asegurarnos que buscamos los intereses de Dios y no
nuestros deseos egoístas. (4) Al pedir la ayuda de Dios en nuestras luchas
diarias.
Hay momentos cuando lo que uno desea es ser liberado del pecado y la
restauración del favor divino. “Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu
noble me sustente. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los
pecadores se convertirán a ti. Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi
salvación; cantará mi lengua tu justicia” (Salmos 51:12-14). Vemos en David un profundo
deseo de ser librado del pecado y restaurado a la comunión con Dios. “Desfallece
mi alma por tu salvación, Mas espero en tu palabra” (Salmos 119:81). El
creyente puede ser afligido, pero no aplastado; puede estar perplejo pero no desesperado;
puede ser perseguido pero no desamparado; puede ser derribado pero no destruido.
Aquellos que poseen una relación constante con Dios, no tienen que preocuparse.
Pero cuando las victorias sobrenaturales que tantas veces hemos experimentado, están
extrañamente ausentes, es tiempo de
preocuparse.
“Ni se contaminarán ya más con sus ídolos, con sus abominaciones y con
todas sus rebeliones; y los salvaré de todas sus rebeliones con las cuales
pecaron, y los limpiaré; y me serán por pueblo, y yo a ellos por Dios”
(Ezequiel 37:23). El profeta debía comprender que aun en los momentos más
oscuros podemos ver a Dios que está moviéndose en torno a su pueblo, y que por
lo tanto su futuro no estaba limitado a las circunstancias externas, debían
alzar los ojos al cielo y poner su vista en Dios. El ministerio auténtico
comienza con la presencia de Dios en el ministro, y los profetas como hombres
de Dios tenían plena conciencia de su asistencia en su vida; las palabras y el
valor que tenían eran producto de su comunión con el Señor. La predicación de la
Palabra de Dios no es solamente para ser escuchada, debe ser puesta en acción
en la vida diaria. La presencia de Dios en medio nuestro es una garantía de que
podemos contar con él. Es por esta razón que nuestra comunión con Dios no es
una opción, es un desafío que nos hacen las Sagradas Escrituras si queremos tener
una relación verdadera con Dios. ¡Amén!
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