julio 01, 2014

Juicio o Bendición


(Malaquías 2:14)

El matrimonio es una relación exclusiva en la cual un hombre y una mujer se comprometen entre sí en un pacto permanente  y, basados en un voto solemne, de este modo se convierten en “una sola carne” (Génesis 2:24). Génesis explica cómo comenzaron muchas realidades importantes: el universo, la tierra, la gente, el pecado, Dios y el plan de salvación de Dios. La gente siempre está enfrentando grandes decisiones. La desobediencia surge cuando la gente decide no seguir el plan de Dios. El pecado destruye la vida de las personas y ocurre cuando desobedecemos a Dios. Vivir como Dios quiere hace que la vida sea productiva y plena. La única manera de disfrutar los beneficios de las promesas de Dios es obedecerlo.
Dios diseñó y equipó al hombre y a la mujer para realizar diferentes tareas, pero todas estas tareas apuntan a la misma meta: honrar a Dios. El hombre da vida a la mujer; la mujer da vida al mundo. A cada rol le corresponden privilegios exclusivos y también responsabilidades. Adán y Eva, fueron creados para complementarse entre sí. El matrimonio no fue solo por conveniencia, ni el producto de la cultura. Fue instituido por Dios y cuenta con tres aspectos básicos: (1) El hombre “dejará” a su padre y a su madre y, en un acto público, se “unirá” a su esposa. (2) El hombre y la mujer asumen la responsabilidad de amarse y protegerse mutuamente; (3) ambos llegan a ser “una carne” en la intimidad, en las relaciones sexuales [reservada sólo para el matrimonio] y producto de esta intimidad y unión sexual la pareja llegan a ser una “sola carne” de forma real en los hijos. En los cuales sus dos naturalezas quedan unida de forma indisoluble. Una sola carne supone cierto número de implicaciones, que incluyen la unión sexual, la concepción de los hijos, la intimidad espiritual y emocional, y el mostrarse el mismo respeto que se guarda a los padres o parientes cercanos.
El Señor es el testigo por excelencia de esta relación y es Dios quien condena la infidelidad o deslealtad de los conyugues: “…Jehová ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto”. Malaquías explica que Dios es testigo en contra de aquellos que son infieles a sus parejas. Dios es el garante del pacto matrimonial para juicio o bendición de la pareja. En el matrimonio la falta de intimidad espiritual, emocional e intelectual por lo general precede a una desintegración de la intimidad física. Del mismo modo, cuando no podemos exponer nuestros pecados y pensamientos secretos a Dios, cerramos las líneas de comunicación que tenemos con El.
El divorcio se describe en este contexto como un acto de violencia. Porque iniciar un divorcio violenta el plan y las intenciones divinas para el matrimonio. Cuando una mujer y su marido viven de acuerdo con los votos matrimoniales, reciben la bendición y el poder de Dios para poder superar las dificultades y para que fortalezcan su relación marital. Por lo tanto, debemos cuidarnos a nosotros mismo y no ser infiel. Los judíos defendían su conducta, tomando como precedente el caso de Abraham, quien había tomado a Agar en perjuicio de Sara, su esposa legítima; a esto responde Malaquías diciendo: “Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud”. Las costumbres corrompidas son fruto de principios corruptos; la mala conducta brota del egoísmo que no toma en cuenta el bienestar ni la felicidad de los demás.
“El, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”  (Mateo 19:4–6). Jesús responde a los escribas y fariseos y les demuestra que su opinión no estaba basada en una correcta interpretación ni en una lectura cuidadosa de la Palabra de Dios. Hay muchas personas que utilizan las Escrituras para justificar sus malas acciones, entre cogiendo textos e interpretándolos a su manera.
La intimidad en su nivel más profundo es imposible cuando los cónyuges no están unidos en la fe. “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?” (2 Corintios 6:14). Pablo amonesta a los creyentes a no establecer vínculos con los incrédulos, porque podrían debilitar su fe en Cristo, así como su integridad o sus normas de conducta. Aunque esto no significa aislarse ni salir del mundo; podemos testificar de Cristo sin necesidad de comprometer nuestra fe.
El carácter del pueblo de Dios, es incompartible con los deseos de la carne y la vanagloria de la vida. Necesitamos familias, padres, madres, hijos, que obedezcan con fidelidad las Escrituras; en cuyo hogar se haya establecido el reino de Dios y se viva de acuerdo con sus normas. Hogares donde reine el amor a Jesucristo y a cada miembro de la familia y donde se eduquen hijos que cumplan con sus deberes y obligaciones. Los hijos que han sido educados en el temor de Dios y en el respeto de sus padres, son la esperanza de la humanidad. ¡Amén!


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