(Malaquías
2:14)
El matrimonio
es una relación exclusiva en la cual un hombre y una mujer se comprometen entre
sí en un pacto permanente y, basados en
un voto solemne, de este modo se convierten en “una sola carne” (Génesis 2:24).
Génesis explica cómo comenzaron muchas realidades importantes: el universo, la
tierra, la gente, el pecado, Dios y el plan de salvación de Dios. La gente
siempre está enfrentando grandes decisiones. La desobediencia surge cuando la
gente decide no seguir el plan de Dios. El pecado destruye la vida de las
personas y ocurre cuando desobedecemos a Dios. Vivir como Dios quiere hace que
la vida sea productiva y plena. La única manera de disfrutar los beneficios de
las promesas de Dios es obedecerlo.
Dios diseñó y
equipó al hombre y a la mujer para realizar diferentes tareas, pero todas estas
tareas apuntan a la misma meta: honrar a Dios. El hombre da vida a la mujer; la
mujer da vida al mundo. A cada rol le corresponden privilegios exclusivos y
también responsabilidades. Adán y Eva, fueron creados para complementarse entre
sí. El matrimonio no fue solo por conveniencia, ni el producto de la cultura.
Fue instituido por Dios y cuenta con tres aspectos básicos: (1) El hombre “dejará”
a su padre y a su madre y, en un acto público, se “unirá” a su esposa. (2) El
hombre y la mujer asumen la responsabilidad de amarse y protegerse mutuamente; (3)
ambos llegan a ser “una carne” en la intimidad, en las relaciones sexuales [reservada
sólo para el matrimonio] y producto de esta intimidad y unión sexual la pareja llegan a ser una “sola carne” de forma real en los hijos. En los cuales sus dos naturalezas quedan unida de forma indisoluble. Una sola carne supone cierto número de
implicaciones, que incluyen la unión sexual, la concepción de los hijos, la
intimidad espiritual y emocional, y el mostrarse el mismo respeto que se guarda
a los padres o parientes cercanos.
El Señor es el
testigo por excelencia de esta relación y es Dios quien condena la infidelidad
o deslealtad de los conyugues: “…Jehová ha atestiguado entre ti y la mujer de
tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la
mujer de tu pacto”. Malaquías explica que Dios es testigo en contra de aquellos
que son infieles a sus parejas. Dios es el garante del pacto matrimonial para
juicio o bendición de la pareja. En el matrimonio la falta de intimidad
espiritual, emocional e intelectual por lo general precede a una desintegración
de la intimidad física. Del mismo modo, cuando no podemos exponer nuestros
pecados y pensamientos secretos a Dios, cerramos las líneas de comunicación que
tenemos con El.
El divorcio se
describe en este contexto como un acto de violencia. Porque iniciar un divorcio
violenta el plan y las intenciones divinas para el matrimonio. Cuando una mujer
y su marido viven de acuerdo con los votos matrimoniales, reciben la bendición
y el poder de Dios para poder superar las dificultades y para que fortalezcan
su relación marital. Por lo tanto, debemos cuidarnos a nosotros mismo y no ser
infiel. Los judíos defendían su conducta, tomando como precedente el caso de
Abraham, quien había tomado a Agar en perjuicio de Sara, su esposa legítima; a
esto responde Malaquías diciendo: “Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no
seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud”. Las costumbres
corrompidas son fruto de principios corruptos; la mala conducta brota del
egoísmo que no toma en cuenta el bienestar ni la felicidad de los demás.
“El,
respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón
y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá
a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una
sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mateo 19:4–6). Jesús responde a los escribas
y fariseos y les demuestra que su opinión no estaba basada en una correcta
interpretación ni en una lectura cuidadosa de la Palabra de Dios. Hay muchas
personas que utilizan las Escrituras para justificar sus malas acciones, entre
cogiendo textos e interpretándolos a su manera.
La intimidad
en su nivel más profundo es imposible cuando los cónyuges no están unidos en la
fe. “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo
tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?”
(2 Corintios 6:14). Pablo amonesta a los creyentes a no establecer vínculos con
los incrédulos, porque podrían debilitar su fe en Cristo, así como su
integridad o sus normas de conducta. Aunque esto no significa aislarse ni salir
del mundo; podemos testificar de Cristo sin necesidad de comprometer nuestra
fe.
El carácter
del pueblo de Dios, es incompartible con los deseos de la carne y la vanagloria
de la vida. Necesitamos familias, padres, madres, hijos, que obedezcan con
fidelidad las Escrituras; en cuyo hogar se haya establecido el reino de Dios y
se viva de acuerdo con sus normas. Hogares donde reine el amor a Jesucristo y a
cada miembro de la familia y donde se eduquen hijos que cumplan con sus deberes
y obligaciones. Los hijos que han sido educados en el temor de Dios y en el
respeto de sus padres, son la esperanza de la humanidad. ¡Amén!
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