“Porque habéis sido comprados
por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu,
los cuales son de Dios”. Cristo murió para salvar, no sólo una parte de la
persona, sino toda la persona humana. Cristo dio Su vida para darnos un alma
redimida y un cuerpo puro. Por esa razón, un cristiano no tiene un cuerpo para
hacer con él lo que quiera, sino que ese cuerpo pertenece a Cristo; así que
cada cual debe usarlo, no para satisfacer su concupiscencia, sino para la
gloria de Cristo. Cristo pagó por nuestra libertad, con Su sangre nos redimió
del pecado para que como hijos participemos de todas las bendiciones de Dios.
Pablo, está diciendo que Cristo compró a los cristianos. Ahora Cristo es Su dueños,
es Su amo. Al planear y crear el cuerpo humano, Dios jamás quiso ni dispuso que
fuese usado para propósitos viles e impuros. Dios los planeó y creo para que
fuese usado para Su gloria y adoración. Esto significa que el Señor está
interesado en nuestros cuerpos, en su bienestar, y en su uso apropiado. Dios
quiere que nuestros cuerpos sean presentados en sacrificio vivo, santo y
aceptable delante de él.
El cristiano es uno que
considera, no sus derechos, sino sus deberes y obligaciones. No puede hacer lo
que quiera, sencillamente porque no se pertenece a sí mismo; sino que ha de
hacer lo que Cristo le ordena. “Porque el que en el Señor fue llamado siendo
esclavo, liberto es del Señor; asimismo el que fue llamado siendo libre,
esclavo es de Cristo. Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de
los hombres” (1 Corintios 7:22-23). Tenemos el deber de domar nuestra
naturaleza hasta mantener el control de nuestras pasiones. No debemos
avergonzarnos de los instintos naturales que Dios nos ha dado si no aprender a
usarlo para glorificar a Dios. El propósito de Dios no es eliminar nuestros
instintos, deseos y pasiones; si no santificarlos, purificarlos y enseñarnos a
usarlos para glorificar Su nombre.
Cuando decidimos seguir a
Cristo, dejamos de ser dueños de nuestros cuerpos. Pablo consideraba que había
sido “comprado por precio.” El pecador redimido, comprado por un valor
infinito, está moralmente obligado a vivir solamente para Dios, a obedecer
todas sus órdenes y a “huir” de toda forma de libertinaje. Los seguidores de
Cristo no deben permitir que los apetitos y deseos carnales los dominen. La
inmoralidad no es un pecado contra el cuerpo, sino contra el Espíritu Santo,
que mora en el cuerpo. Debemos reconocer que el cuerpo es posesión de Dios,
comprado por la obra y la sangre redentora de Cristo.
A la luz de nuestro llamado y
destino eternos, las distinciones políticas y sociales de la vida terrenal no
es lo más importante. Lo que importa es la obediencia a la voluntad de Dios y nuestra
consagración espiritual. Aun en medios de una situación trágica como lo era la
esclavitud, esta no dictaba ni dita los términos de la vida en Cristo. Lo fundamental
para un creyente es permanecer constante en la fe; permanezcamos intacto en
medio de un mundo injusto, cambiante, y opresor. Sin importar nuestra condición
social o política, somos libres en Cristo. “Pero gracias a Dios, que aunque
erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de
doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a
ser siervos de la justicia” (Romanos 6:17-18). Cuando una persona le entrega su
vida a Cristo, eso no la hace perfecta; la lucha no ha terminado ni mucho
menos; pero gracias a Dios por la dirección en que esa persona ha comenzado a marchar.
Una vez que pertenecemos a Cristo hemos empezado el proceso de santificación,
el camino a la santidad. Es imposible ser neutral; cada persona tiene un amo.
El pecado conduce a sus esclavos a la muerte, Dios por el contrario, nos
conduce a la salvación y a la vida eterna. “Estad, pues, firmes en la libertad
con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de
esclavitud” (Gálatas 5:1).
Existe una diferencia entre la
libertad limitada y la esclavitud. La libertad dentro de los límites fijados
por Dios llena nuestras vidas de felicidad; la esclavitud a los hombres, a
nuestras debilidades o ideologías se convierte en una opresión insoportable que
conduce al hombre a la infelicidad. La libertad del pecado, afirma Pablo, no
quiere decir que los creyentes sean autónomos, para vivir sin obligaciones. Al
igual que Jesús, Pablo insiste en que la verdadera “libertad” se halla
únicamente en una relación con el Dios que nos creó. La verdadera libertad está
restringida por la ley de Dios, y le permite al hombre manifestar su
individualidad, pero de una manera conveniente, constructiva y provechosa,
reconociendo los derechos que tienen los demás y contribuyendo a la felicidad
de todos.
“Porque el Señor es el
Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. (2 Corintios
3:17). Los escritores cristianos inspirados, conocedores del propósito de Dios
de extender su gracia inmerecida por medio de Cristo, aconsejaron repetidas
veces a los cristianos que protegieran su libertad y que no la usaran como
excusa, ni se aprovecharan injustamente de ella para entregarse a las obras de
la carne. “Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente
que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los
unos a los otros” (Gálatas 5:13). La ley nos manda
pero no nos capacita. Pero la gracia nos provee todos aquellos que la ley
exige, y luego nos capacita para vivir una vida consecuente con nuestra
posición por el poder del Espíritu Santo, y no solo eso, sino que también nos recompensa
por obedecer. Finalmente debemos comprender que el egoísmo no exalta a la persona
humana, sino que la rebaja, y destruye. Solo el amor nos exalta y restaura. ¡Amén!
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