(Hebreos
10:19-23)
La labor
sacerdotal de Cristo continúa aún después de haber terminado su obra
expiatoria. El ha sido designado mediador de un nuevo pacto, y “es capaz de
salvar completamente a los que se acercan a Dios por medio de él, porque él
siempre vive para interceder por ellos”. Tenemos confianza para acercarnos a
Dios pero debemos ir “con corazón sincero y en plena certidumbre de fe”. Si no
hay sinceridad en nuestros corazones nuestra fe no es genuina. El Escritor describe
el corazón de una persona que es honesta, genuina, comprometida, confiable y
sin engaño. Cuando el corazón del creyente es sincero, su fe es evidente y hay
una plena certidumbre en él. El creyente tiene una plena confianza en Dios
porque ha aceptado el Evangelio en toda su parte. La duda hace que el creyente
no se acerque a Dios. La duda insulta a Dios pero la fe lo glorifica y exalta.
Se nos exhorta a acercarnos a Dios purificados del pecado en cuerpo, alma y
espíritu. Cuando nos apropiamos de la obra de Cristo podemos tener la plena
conciencia de haber sido perdonado. Todas nuestras impurezas espirituales nos
han sido quitadas.
La fe en Dios,
es el fundamento de nuestra verdadera, y permanente consagración. Tener una fe
personal en Dios nos libra de ser arrastrados por las circunstancias. Si no hay
un lazo consciente entre usted y Dios, usted nunca será capaz de mantenerse de
pie en medio de las pruebas ni logrará una verdadera consagración espiritual. Relacionarse
con Dios; crea por la fe una conexión individual con él; una realidad
espiritual, un hecho vivo, una verdadera e inequívoca experiencia entre tú y
Dios. Esta relación debe ser la raíz de tu existencia, el sostén y el punto de apoyo
de tu vida en todo tiempo y bajo cualquier circunstancia. Esta conexión es una
cuestión del corazón, no algo vano ni superficial. No sea inconsistente, infiel
ni deshonesto. Los ritos religiosos nunca te libraran de la incredulidad, cada
uno deberá dar cuenta de sí mismo a Dios por sus hechos y acciones. Necesitamos
tener una completa e inalterable confianza en el Dios vivo, y en Su palabra, y una
constante dependencia de Su sabiduría, bondad, poder y fidelidad.
El río de la
eterna verdad de Dios está fluyendo por medio del Espíritu para que nos
empoderemos con certeza, claridad, y autoridad de lo que solo la revelación
divina puede darnos. La Palabra de Dios habla por sí misma y cuando lo hace
sentimos su influencia, y reconocemos su poder. La Palabra se hace sentir por
sí misma en el corazón, en la conciencia, y en las partes más profundas del
alma. Hay poder en la Palabra. Nadie piense que Dios no puede hablar al corazón
o que el corazón no puede entender lo que Dios dice o sentir el poder de Su
palabra. Si Dios puede hablar a nuestros corazones; podemos escuchar Su voz; conocer
Sus pensamientos y apoyarnos en Su palabra. Esta es una fe -simple, viva, y salvadora.
El corazón no necesita aprender definiciones teológicas - necesita a Dios. Es
imposible que un corazón distraído, y lleno de incredulidad pueda estar verdaderamente
consagrado a Dios. A menos que usted confíe en Dios, y sea sustentado por Su
poder, nunca será capaz de vivir de acuerdo con Su voluntad. De hecho, usted no
tendría vida espiritual. Podemos ser profesantes y tener apariencia de piedad,
pero si no tenemos una fe viva, tampoco habrá
vida espiritual en nosotros. Y si no hay vida no puede haber una verdadera
consagración. La fe es la que conecta tu alma con Dios, y es el Señor quien le
imparte [al alma, por supuesto] estabilidad, consistencia, y energía. La
verdadera consagración descansa sobre una profunda y sincera fe en Dios. Ésta
tiene su raíz en el corazón; no es caprichosa ni antojadiza, sino serena,
consistente, decidida y progresiva. Dios te quiere guiar por medio de Su Espíritu
a un profundo y verdadero sentido de consagración.
Tu corazón debe
ser atraído por la fe hacia una verdadera adoración. Es sólo la fe la que da a
Dios Su propio lugar y le deja el escenario limpio para que Él despliegue y
manifieste Su gloria. Cada nuevo despliegue y manifestación de Su gloria hace
que broten nuevas expresiones de alabanza. La fe le ministra al espíritu y el
espíritu es el vehículo por medio del cual se manifiestan las experiencias de
una fe viva. Mientras más confiamos en Dios más le conocemos, y mientras más le
conocemos más le alabamos y adoramos. Hay una atmósfera que envuelve a este
mundo, una densa tinieblas, deprimente, y es solo con los ojos de la fe que podremos
traspasarla. Nuestros propios corazones están llenos de incredulidad, siempre dispuestos
a alejarse de Dios. Cuando los hombres y las mujeres de Dios se alejan del
camino de fe e integridad cristiana, se exponen enseguida a los hombres de este
mundo, y no te sorprenda si ellos los tratan con manos implacables. La realidad
debe encontrar su fuente en el corazón. Si el corazón no es justo y veraz, no
podemos decir que tenemos la vida de Dios ni que hay consagración en nosotros. Nuestras
vidas deben estar reguladas por Dios porque Dios trata con realidades. En Dios hay
gracia infinita, él es misericordioso y paciente. Dios puede tratar con
nosotros y esperar con ternura, pero al mismo tiempo, tenemos que recordar que
al no obedecer perdemos Sus bendiciones y recompensas; y esto, a causa de
nuestra falta de sinceridad y consagración. ¡Amén!
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