“El que ama a
padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que
a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es
digno de mí”. La abnegación o altruismo es una exigencia indispensable para ser
discípulo de Jesús. El llamado de Cristo, es un llamado a renunciar a sí mismo
y a los bienes de este mundo. La abnegación implica enfrentarse al egoísmo. Se
centra en dar, en lugar de tener. La persona que renuncia a algo para asistir
al prójimo lo hace con libertad y sin ninguna obligación; por lo tanto, en ese acto
existe una elección personal que genera gozo y satisfacción.
Los discípulos
de Cristo deben renunciar voluntariamente a sus deseos y pasiones, tomar su
cruz cada día y seguir a Jesús. Un padre
convertido se encontrará con la oposición de su hijo incrédulo; una madre
cristiana, con la de su hija inconversa. Una suegra nacida de nuevo será
aborrecida por su nuera no regenerada. De modo que a menudo al que hacer una
elección entre Cristo y la familia. No podemos permitir que los vínculos
familiares nos aparten de una absoluta adhesión al Señor. El Salvador ha de tener
una absoluta precedencia sobre el padre o la madre, el hijo o la hija. Uno de
los costos del discipulado es experimentar tensión, luchas y alienación con su
propia familia. Esta hostilidad es a menudo más acerba que la que se encuentra
en otras áreas y dimensiones de la vida.
“Entonces
Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mateo 16:24). La negación del yo, con el fin
de llevar la cruz de Cristo y de seguirle, es lo que el Señor dice aquí. Esto significa
entregarse de tal manera a Su control que el yo no tenga ningún derecho. Tomar la
cruz significa estar dispuesto a sufrir oprobio, padecimientos y quizá el
martirio por causa de Él; morir al pecado, al yo y al mundo. Seguirle significa
vivir como Él vivió, con todo lo que ello implica: humildad, pobreza,
compasión, amor, gracia y toda otra virtud piadosa. El llamamiento del Señor
implica el sacrificio de sí mismo. A muchos de nosotros se nos hace difícil
renunciar a nuestra comodidad para seguir a Cristo.
Todos los que
quieren entrar en la vida deben guardar los mandamientos del Señor, sin
importar lo difícil que resulte. Cada uno debe sacrificar su propia carne como
está escrito. “Pero los que son de
Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:24). Los que son de Cristo son aquellos que llevan
las marcas de las espinas sobre sus cabezas, del látigo sobre sus espaldas, de
la lanza en sus costados y de los clavos en sus manos y pies. Preferir los
intereses de Cristo, a nuestros propios intereses no es nada sencillo. “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su
padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su
propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:26). Todas estas y muchas
más, son expresiones de abnegación. –La abnegación es la renuncia voluntaria a
un deseo o interés. Los vocablos: generosidad, desinterés, desprendimiento, y
altruismo expresan la idea de abnegación. Sin embargo, la abnegación es una
forma mucho más elevada e incluye a todas las demás; se emplea sobre todo
tratándose del sacrificio de la voluntad, de los afectos o de la conveniencia
propia. “Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las
cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna. Las viandas para
el vientre, y el vientre para las viandas; pero tanto al uno como a las otras
destruirá Dios. Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y
el Señor para el cuerpo” (Romanos 6:12-13). El llamado de Dios al discipulado; es
un llamamiento al sacrificio espontáneo de la voluntad, al sacrificio de
nuestros intereses, y deseos y aun de nuestra propia vida.
Tenemos un
compromiso con Cristo de guardarnos puro y sin mancha delante de él. “Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es
corto; resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen; y
los que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se
alegrasen; y los que compran, como si no poseyesen; y los que disfrutan de este
mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa”
(1 Corintios 7:29-31). Es importante permanecer fiel a Dios, a pesar de las
circunstancias que nos rodean, de la vanidad, el libertinaje, y la inmoralidad.
“Porque la gracia de Dios se ha
manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a
la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y
piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación
gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo
por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo
propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:11-14). Un buen cristiano no puede
hacer siempre lo que quiere, sino que tiene que obedecer la palabra de Dios y
vivir según sus mandatos. La abnegación implica disciplina y supone el control
de los deseos, sentimientos, pasiones y pensamientos. También se opone a la
hiperactividad y al frenesí, ya que la persona que hace demasiadas cosas no
piensa; por lo tanto, esas cosas suele hacerlas mal. Jesús decidió renunciar a
su condición divina y se hizo hombre para salvar a la humanidad; y le pide a
sus discípulos que lo sigan, que renuncien a su propia voluntad y que hagan la
voluntad de Dios en la Tierra. Amén
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