“Amados, ahora somos hijos de
Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando
él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”. Poco
conoce el mundo la dicha de los verdaderos seguidores de Cristo. Para el mundo,
estos pobres, humildes y despreciados no son ni pueden ser los favoritos de
Dios y menos aun ser los hombres y mujeres que habitarán en el cielo. Sin
embargo como hijos de Dios somos un destello y un autentico reflejo de la
gloria de Dios. Al ser seguidores de Cristo nos alegramos en las dificultades,
puesto que en la tierra somos extranjeros, fue aquí en la tierra donde el Señor
fue también vituperado, maltratado y crucificado y si a él le hicieron esto ¿qué
no nos harán a nosotros?
Juan dice que hemos
experimentado la pureza y la justicia de Dios en nuestras vidas. Este cambio
nos ha transformado y ahora tenemos todo lo que se requiere para presentarnos
delante de Dios. Cuando Dios justifica a una persona, todas las acusaciones de
Satanás pierden su validez. El problema que tenemos los cristianos es que no
nos damos cuenta de lo que somos como hijos de Dios, no vemos los propósitos de
Dios. Nuestra condición cristiana, está tanto ahora como en la eternidad,
centrada en el hecho de que somos hijos de Dios. Es en este hecho que se basan o
fundamentan todas nuestras posibilidades eternas. Los que somos hijos de Dios
estamos destinados a la gloria. Como vivir una vida llena de fe, esperanza y
ferviente deseo en el Señor Jesús. Los hijos de Dios son conocidos, por su
semejanza a Cristo y por reflejar Su presencia. Al reflejar Su gloria somos
transformados a Su imagen. “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara
descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de
gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2
Corintios 3:18).
Todas sus promesas son para
nosotros y lo único que tenemos que hacer, en un sentido, es creer y recordar
lo que Dios ha dicho acerca de nosotros. Cuando comprendemos bien esto, no hay qué
preocuparse. “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la
muerte de su hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida”
(Romanos 5:10). Si Dios justifica y reconcilia consigo mismo a sus enemigos, con
mucho más razón salvará a sus amigos. “Él que no escatimó ni a su propio Hijo,
sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas
las cosas?” “¿Quién acusará a los escogidos de Dios?...” (Romanos 8:32 vss.). A
menudo experimentamos aflicción, angustia, persecución, hambre, desnudez,
peligro y espada, es decir, sufrimientos y dificultades. No obstante, y a pesar
de todas estas desagradables experiencias, somos más que vencedores. No es que
al fin seremos vencedores; no, ya somos más que vencedores por medio de
Jesucristo. Es necesario que comprendamos lo que significa ser hijos de Dios.
Por el mero hecho de ser hijos
no estamos exento de ser santo ¿Qué nos hace falta para que podamos ver a Dios?
La respuesta es santidad, y limpieza de corazón. Muchos quisieran reducir esto
a una pequeña cuestión de decencia, de moralidad o de interés intelectual. Pero
si queremos ver a Dios debemos santificarnos por completo, la totalidad de
nuestra persona debe estar limpia. “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en
él.” En lo espiritual no se puede mezclar la luz con las tinieblas, lo blanco
con lo negro, ni a Cristo con Belial. No hay conexión ninguna entre ellos. Sólo
los que son como Cristo pueden ver a Dios y estar en su presencia. Por eso
debemos ser de corazón limpio antes de poder ver a Dios. El cristiano ve a Dios
en la naturaleza, en la providencia, en las Escrituras, en los milagros, en la
encarnación de Cristo y en los sucesos de la historia. Otra forma de verlo es
en nuestra propia experiencia, y en su trato benigno para con nosotros. El
cristiano puede ver a Dios en un sentido único. Pero ¿cómo tener un corazón
limpio para ver a Dios? De la única forma en que podemos tener el corazón
limpio es si el Espíritu Santo entra en nosotros y nos purifica. Dios esta
actuando en nosotros, estamos en sus manos. El proceso de nuestra purificación
espiritual ya está en marcha porque el tiempo de la boda se aproxima y como una
novia ataviada para su marido debemos presentarnos delante de Cristo sin
manchas y sin arruga.
Ser hijos tampoco nos eximes de
la renovación espiritual ¿Como valorar y proteger entonce nuestras mentes,
emociones y voluntad? La renovación del corazón, representa un problema humano
ineludible que no tiene, sin embargo, una solución humana. Para ser
transformado debe iniciarse un proceso que nos lleve a alcanzar la meta de ser
semejante a Cristo. Cumplir reglas, leyes y costumbres no nos salvará. Aun si
pudiéramos mantener nuestras acciones puras, seguiríamos condenados porque
nuestros corazones son rebeldes y perversos. No podremos hallar alivio mientras
no vayamos a Jesucristo en busca de la salvación. Cuando nos entregamos a
Cristo, nos sentimos aliviados, llenos de paz y gratitud. Luchar contra el
pecado con nuestra propia fuerza es un desatino. Pablo trató de vencer el poder
del pecado con su fuerza y terminó agotado; luego dijo: “¡Miserable de mí!
¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” Nuestra lucha interna en contra del pecado es
tan real para nosotros como lo fue para Pablo. Cuando te sienta perdido,
remóntate al inicio de tu vida espiritual y recuerda que Jesucristo ya te ha
liberado. Cuando estemos confundidos y abrumados por el pecado, demos gracias a
Dios por habernos dado libertad a través de Jesucristo. Busquemos el poder que
Cristo nos concede para lograr una victoria verdadera sobre el pecado. ¡Amén!
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