“Permaneced en
mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no
permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la
vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva
mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”. Para nosotros poder
fructificar debemos permanecer en Cristo, debemos estar unidos a Él por la fe.
El interés de todos los discípulos de Cristo es y debe ser el de mantenerse en
una constante de dependencia de Cristo y en una profunda comunión con Él.
Sabemos por experiencia, que cuando hay una interrupción en el ejercicio de la
fe, esto hace que mengüe la santidad, y revivan nuestros impulsos carnales y la
corrupción y que además languidezca nuestra vida espiritual. Los que no
permanecen en Cristo, aunque florezcan por un tiempo en la profesión externa de
su fe, no llegan a nada. Procuremos vivir en y ser lleno de la plenitud de
Cristo, ser cada vez más fructífero para que tanto nuestro gozo, como nuestra salvación
sean una realidad plena.
Esta unión es
un tema marginal en la teología bíblica, pero es una doctrina clave en la
enseñanza del Señor. La unión con Cristo es el corazón de la teología de Pablo
y es la verdad central de la doctrina de la salvación. Es esta unión que nos
asegura nuestra salvación. La unión espiritual con Cristo es el tema más
importante, el más profundo, y además el más bendecido de todos los temas
presentados en las Sagradas Escrituras. La expresión "unión
espiritual" es desconocida para la mayoría de los cristianos, y donde es
empleada se le otorga un significado tan rebuscado que sólo es un fragmento de
la verdad que expresa. Este tema bíblico es indispensable para comprender la obra
del Espíritu Santo cuando aplica los beneficios de la expiación. La simiente de
esta doctrina la encontramos en las palabras de Jesús, transmitida bajo
diversas metáforas e ilustraciones. Una metáfora
clave es la de la vid y los pámpanos. Otra metáfora la encontramos en aquellos
pasajes que hablan de comer a Cristo como uno se come un pedazo de pan (Juan
6:35) y de beber Su sangre como uno se bebe un vaso de agua (Juan 4:10-14). La
misma idea también aparece en la forma en que los seguidores de Cristo han
de ser recibidos o rechazados por el mundo, ya que esto es equivalente a una
recepción o rechazo de Cristo mismo: "El que a vosotros oye, a mí me oye;
y el que a vosotros desecha, a mí me desecha; y el que me desecha a mí, desecha
al que me envió" (Lucas 10:16).
En la oración
sacerdotal del Señor, registrada en el capítulo 17 de Juan, esta unión se
analiza explícitamente: "Mas no ruego solamente por éstos, sino también
por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean
uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros;
para que el mundo crea que tú me enviaste... (vs. 20-21) Yo en ellos, y tú en
mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me
enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado",
(vs. 23). Esta doctrina está luego enfatizada y desarrollada ampliamente en los
escritos de Pablo. Pensemos en las fórmulas
paulinas más importantes, "en él", "en Cristo", "en
Cristo Jesús", que ocurren 164 veces en sus escritos. Por medio de estas
expresiones, Pablo nos enseña que hemos sido escogidos "en él antes de la fundación
del mundo" (Efesios 1:4), llamados (1 Corintios 7:22), hechos vivos
(Efesios 2:5), justificados (Gálatas 2:17), creados "para buenas
obras" (Efesios 2:10), santificados (1 Corintios 1:2), enriquecidos
"en él, en toda palabra y en toda ciencia" (1 Corintios 1:5). El apóstol nos dice que únicamente en Cristo
tenemos redención (Romanos 3:24), vida eterna (Romanos 6:23), justificación (1
Corintios 1:30), sabiduría (1 Corintios 4:10), libertad de la ley (Gálatas
2:4), y toda bendición espiritual en los lugares celestiales (Efesios 1:3). Él da testimonio de su propia experiencia
cuando dice: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo,
mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del
Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gálatas 2:20).
A partir de
todas estas expresiones podemos decir que la unión del creyente con Cristo es
un concepto extremadamente amplio, que tiene que ver no sólo con nuestra
experiencia actual, sino que se remonta a la eternidad pasada y se extiende
hacia adelante, al futuro. Si miramos hacia atrás, la fuente de nuestra salvación
la encontramos en la elección eterna hecha por Dios el Padre en Cristo. Este es
el significado de todo el capítulo 1 de Efesios; "Bendito sea el Dios y
Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición
espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes
de la fundación del mundo" (Efesios 1:3-4). Es posible que no podamos
comprender todo el significado de esta elección eterna en Cristo, pero al menos
podemos entender que no importa cuánto nos remontemos atrás en el tiempo, encontraremos
que los propósitos de Dios incluyen nuestra salvación. La salvación no es un pensamiento a posteriori.
Siempre estuvo allí desde el principio. "La primera tarea que el Espíritu
Santo llevó a cabo en representación nuestra fue la de elegirnos como miembros del
cuerpo de Cristo. Dios determinó que de los
hijos de Adán, un gran número se
convertirían en hijos de Dios. Se convertirían en hijos por el nuevo
nacimiento, pero en miembros del cuerpo de Cristo por el bautismo del Espíritu
Santo. Esta unión es ilustrada por la unión del hombre y la mujer; la unión de la cabeza y el cuerpo; la unión
de la vid y los pámpanos; y la unión de las piedras vivas con las cuales se
levanta el templo espiritual. ¡Amén!
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