diciembre 19, 2014

El Cinismo de los Hombres

(1 Corintios 15:33-34)


“No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres. Velad debidamente, y no pequéis; porque algunos no conocen a Dios; para vergüenza vuestra lo digo”. Pablo está consciente de lo fácil que es para la gente aceptar principios y un estilos de vida pervertidos como algo normativos. Sin reflexionar en las cosas que están en juego, simplemente se descarrían adoptando creencias y conductas erróneas. Por esta razón, Pablo cita un proverbio de la obra Thais, del poeta griego Menandro: “Las malas compañías corrompen las buenas costumbres”. Cuando nos asociamos y deleitamos con malas compañías, corremos el riesgo de adoptar un lenguaje profano y grosero que corromperá nuestro buen carácter. Nuestra conversación revela nuestro ser interno, dañando o elevando nuestra reputación. Los que negaban la doctrina de la resurrección se burlaban de ella. Estos miopes espirituales sólo consideraban su existencia física, la que en su opinión terminaba con la muerte.
El cínico es el hombre impuro, obsceno, descarado y que carece de vergüenza a la hora de mentir o de defender acciones que son condenables. El cinismo señalaba que la sabiduría y la libertad de espíritu eran el camino a la felicidad, mientras que las cosas materiales eran despreciables. Los cínicos evitaban el placer para no convertirse en sus esclavos. Con el tiempo, el concepto de cinismo fue mutando y hoy se asocia con la tendencia de no creer en la bondad ni en la sinceridad del ser humano. Las actitudes cínicas están vinculadas al sarcasmo, a la ironía y a la burla. Si como cristianos mantenemos una intimidad con este tipo de personas, esa relación terminará por corromper nuestros principios y valores.  
Las  personas cínicas, que se jactan de su estilo de vida licenciosa, y que piensan que esta es la prueba indiscutible de su éxito; ignoran voluntariamente  que un día tendrán que rendir cuenta de sus actos.  El cinismo, es la condición del hombre que se caracteriza por un franco desprecio de las normas morales. Es una persona que de manera desvergonzada hace caso omiso de las normas de la decencia.  El cínico vulgariza y trivializa los valores y principios morales. “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios” (1Corintios 6:9-10). Nuestro estilo de vida no es algo relativo, si persistimos en hacer lo que hacen los perversos correremos la misma suerte que ellos. La sociedad ha desarrollado una serie de complicados argumentos para apoyar su estilo de vida libertino. Los que hacen quizá esté más allá del alcance de la ley terrenal, pero no del justo juicio de Dios.
Existe el riesgo de dejarse arrastrar por las cosas del mundo: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Corintios 6:14-18).  Vivimos en un ambiente hostil, todavía existen prácticas paganas que pueden corromper nuestras vidas. En nuestro diario vivir a menudo entramos en contacto con todas clases de personas, costumbres y tradiciones, esto incluye el trato con nuestros familiares, amigos, y socios que pertenecen al mundo pagano.  El joven o la joven que escoge su cónyuge con las mismas orientaciones espirituales, tiene una probabilidad mucho mayor de tener un matrimonio exitoso, satisfactorio y duradero, y un estilo de vida provechoso que aquel que no lo hace.
Cuando los cristianos se mezclan con el mundo, lo que surge de esa mezcla es un sincretismo religioso. No debemos comprometer nuestra fe ni nuestra integridad espiritual. Es imposible una disociación total con el mundo pero cualquier acción que cause que nos comprometamos con el mundo debe ser evitada.  Olvidarnos que somos miembros del pueblo de Dios puede ser fatal. Pertenecer al pueblo de Dios significa ser santo (separado) para Dios. Isaías participó activamente en las políticas del rey Usías. “Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:5).  Isaías se dio cuenta de que era impuro ante Dios, un ángel tuvo que pasarle un carbón encendido por sus labios, aunque no fue el carbón lo que lo limpió, sino Dios. Debemos estar limpios, confesar nuestros pecados y someternos al control de Dios.  Quizás resulte doloroso que Dios nos purifique, pero es necesario si en realidad queremos representar verdaderamente a Dios. El Señor es puro y perfectamente santo, justo y bueno. “La boca del justo producirá sabiduría; más la lengua perversa será cortada”. “Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; más la lengua de los sabios es medicina”. “La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos” ¡Amén!

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