diciembre 17, 2014

El control del Espíritu Santo

(Efesios 1:15-23)

“Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”.
Someternos constantemente al Espíritu Santo, sin ninguna resistencia, nos permitirás tener una comunión permanente con Dios. Si obedecemos al Espíritu, en poco tiempo, veremos un gran cambio en nuestra vida personal, familiar y también en nuestra economía. Nuestras vidas necesitan ser habitadas y regidas por el Espíritu de Dios. Nuestra mente, sensibilidad  y voluntad deben estar controladas por el Espíritu Santo. Es preciso que él se mantenga fluyendo en nuestro ser para poder entrar a la presencia del Padre. “Porque por medio de él [Cristo] los unos [judíos] y los otros [gentiles] tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre” (Efesios 2:18).  Es “en” o “por medio de” el Espíritu que el hombre tiene acceso al Padre. Nuestro acercamiento al Padre se halla asociado con la presencia interna y el poder capacitador del Espíritu Santo.
“En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Lucas 10:21-22). “En aquel tiempo” aquí indica “el tiempo del regreso de los setenta y dos y el informe que trajeron”. Al mencionar el hecho de que Jesús se regocijó grandemente “en el Espíritu Santo”, Lucas quiere decir que el Espíritu por el cual el Señor fue ungido fue la causa y el originador de su gozo y acción de gracias. Lleno entonces, del Espíritu Santo y regocijándose por el informe recibido de los setenta y dos, Jesús eleva su corazón y voz a su Padre y dice: “Te alabo Padre,” etc. Los verdaderos hijos de Dios no “son sabios en su propia opinión” ni tienen confianza en sí mismos sino que están conscientes de su completa dependencia del poder y misericordia del Padre. “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Isaías 57:15). La relación entre Padre, Hijo y Espíritu Santo es tan estrecha, la unión tán intima e indisoluble, que es imposible deshonrar al Hijo sin deshonrar también al Padre y al Espíritu Santo.
El Hijo de Dios fue dotado con el Espíritu de Jehová, esto es, con el Espíritu de sabiduría y entendimiento, de consejo y poder, de conocimiento y de temor de Jehová. Todas estas cualidades espirituales y muchas más les han sido confiadas a Jesús por el Padre, a fin de que de él como de una fuente fluyan hacia nosotros. Solo el Padre puede penetrar en las profundidades y esencia del Hijo, solo Dios conoce sus tesoros infinitos de sabiduría, gracia y poder, con los que el Hijo ha sido dotado por el Espíritu Santo. “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:14-16). Es por medio del Espíritu que los hijos de Dios deben hacer morir las obras vergonzosas del cuerpo. Es del Espíritu de quien recibimos la certeza de que ciertamente somos hijos de Dios. Tenemos una obligación que cumplir; pero no la podemos cumplir por nuestro propio poder. ¿Cómo, entonces? Para poder cumplir con nuestras obligaciones necesitamos hacer “por el Espíritu” y de ningún otro modo.
Entre los atributos que nos permiten tener acceso al Padre por medio del Espíritu se pueden mencionar los siguientes: reverencia, fervor, tenacidad, amor a Dios y al prójimo, la capacidad de distinguir entre lo que es necesario y lo que es meramente un deseos o preocupación por la humanidad, la espontaneidad o naturalidad, y una fe sencilla que agrada a Dios como la que tenía Abraham. Cuando los creyentes tienen estas cualidades actúan como los hicieron los hombres y mujeres de Dios en el AT. Vemos el fervor de la intercesión de Abraham por las ciudades de la llanura; la lucha de Jacob en Jaboc; la súplica de Moisés en favor del pueblo de Israel; la oración de Ana pidiendo un hijo; la respuesta de Samuel al llamado de Jehová; su “clamor” a Dios en Ebenezer; las innumerables confesiones, súplicas, expresiones de acción de gracias y adoración de David (en los Salmos); la oración de Salomón al dedicar el templo; las súplicas de Josafat cuando fue asediado por sus enemigos; las “intersecciones” en la oración de Esdras y de Nehemías; la confesión de Daniel; la oración del publicano, de la iglesia primitiva, de Esteban, y de Pablo; y el vivo anhelo de la Iglesia por la venida de Cristo.
La gloria de Dios estará en todo aquel que le permita al Espíritu Santo llenarlo y tener autoridad en él. Tenemos que aprender a no actuar ni conducirnos siguiendo nuestros sentimientos ni debemos hacer las cosas por lo que ven nuestros ojos, tenemos que actuar por la fe, servir de acuerdo con la voluntad del Señor y glorificar a Dios en todos los que hacemos. Nuestro sistema nervioso es muy sensible y es fácilmente estimulado por las circunstancias. Las conversaciones, las actitudes, el ambiente y las relaciones que tenemos con los demás pueden fácilmente afectarnos. Nuestra mente tiene muchos pensamientos, planes e imaginaciones, pero todos son muy confusos sin la iluminación del Espíritu Santo. Nuestra voluntad tiene muchas opciones e ideas y le encanta actuar según sus caprichos pero sin la guía del Espíritu el fracaso será inevitable. Ninguna  de nuestras facultades nos dará la paz interior que necesitamos. Solo el Espíritu nos llenara del amor de Dios y de sus frutos, entre ellos, una paz que sobrepasa todo entendimiento. ¡Amén!

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