diciembre 15, 2014

Una purificación activa

(2 Corintios 4:6)

“Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”. En el camino a Damasco, Dios resplandeció en el corazón de Pablo. Se dio cuenta de que Jesús a quien él había aborrecido y al que él creía que estaba sepultado en un sepulcro de Judea era en realidad el Señor de la gloria. La iluminación, viene a la persona por el conocimiento de la gloria de Dios. El evangelio es la luz por la que los creyentes contemplan la gloria de Dios revelada en Jesucristo. La frase “en la faz de Jesucristo” compendia la discusión de Pablo sobre el resplandor de la gloria de Dios en el rostro de Moisés, y la gloria del Señor que los creyentes ven y reflejan. Los israelitas le rogaron a Moisés que cubriera su cara, pues así no tendrían que ver el resplandor de su rostro. Pero los creyentes, iluminados por el evangelio, ven la faz de Jesucristo y contemplan su gloria—“la gloria del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).
La revelación de este conocimiento de la gloria de Dios; nos ha sido dados por medio del Hijo. “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos” (Hebreos 1:1-4).  Todas las perfecciones que se encuentran en Dios se encuentran también en Jesús. La gloria de los atributos morales y espirituales de Dios se ven también en Cristo. El Señor Jesús es la representación exacta del ser y de la esencia de Dios. En todas las formas concebibles, Cristo representa al Padre de una manera exacta. El Hijo, siendo Dios, nos revela por Sus palabras y manera de ser cómo es Dios.
Para ser santo debemos ser creyentes activos e implementar un proceso de purificación y santificación activo que debe ir acompañado e inseparablemente unido a la iluminación progresiva y a la intensidad de nuestra unión con Dios.  Por la gracia del Señor Jesucristo y la comunión en el Espíritu Santo tenemos la posibilidad y la facilidad de vivir en santidad. Dios nos está llamando a renunciar a las malas inclinaciones, a los hábitos y vicios adquiridos que corrompen nuestros ser interior. Dios ha puesto a nuestra disposición de manera sobrenatural la posibilidad y facilidad, por medio de la Palabra y del Espíritu Santo, de purificar y santificar nuestras vidas. Los vocablos hebreo y griego para “santidad” transmiten la idea de puro o limpio en sentido espiritual, apartado de la corrupción. La santidad de Dios denota su absoluta perfección moral.
La santidad es la participación del creyente en la vida de Cristo. El cristiano debe ser lo suficientemente obedientes a la figura de Cristo como para representarle fielmente. Los santos son considerados un modelo de santidad a imitar. Al creyente se le exige un alto nivel de santidad y moralidad. “Oh Jehová Dios, levántate ahora para habitar en tu reposo, tú y el arca de tu poder; oh Jehová Dios, sean vestidos de salvación tus sacerdotes, y tus santos se regocijen en tu bondad” (2 Crónicas 6:41). Dios demanda de nosotros una purificación activa de los sentidos. Los sentidos externos, son aquellos cuyos órganos, colocados en diferentes partes externas del cuerpo, perciben directamente las propiedades materiales de las cosas exteriores. “Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno” (Mateo 5:29). Los sentidos internos son aquellos en los que se recogen, conservan, estiman y evocan las sensaciones. Los sentidos internos son cuatro: 1.- el sentido común, 2.- la fantasía o imaginación, 3.- la facultad estimativa y 4.- la memoria sensitiva. Residen todos en el cerebro, aunque no se ha determinado todavía su localización exacta.
La purificación activa de los sentidos tiene por objeto contenerlos y someterlos plenamente al control del espíritu y de la razón. “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:24). Tenemos dos naturalezas, la naturaleza pecaminosa que recibimos de Adán y la espiritual que recibimos de Dios. Estas dos naturalezas se oponen en sus deseos y propósitos. La carnal quiere satisfacer sus deseos carnales. La espiritual quiere agradar a Dios. La naturaleza espiritual es el deseo interno que tenemos de hacer el bien. Para el cristiano poder hacer lo que la naturaleza espiritual le pide y exige es necesario que experimente la vida que tiene en Cristo.
La vida en el Espíritu no es legalismo ni nos da licencia para vivir una vida en la carne. Vivir en el Espíritu no significa ser pasivo sino dejar que el Espíritu nos guíe. El caminar en la carne es evidente por los frutos que produce. Purifiquémonos y santifiquémonos de las violaciones a la ley moral, de la contaminación sexual y religiosa. “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”. Renunciemos a toda impureza moral en pensamiento, palabras y hechos. ¡Amén!

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