diciembre 16, 2014

Una vida conforme a la Palabra

(Santiago 1:17-19)

“Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas. Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse”. Para llegar a ser maduro y completo, el creyente debe ir a Dios y buscar en él todos los necesarios para la vida material y espiritual. Los dones de Dios son sin cargos ni intereses tampoco se nos exiges devolverlos. Muchos de nosotros no alcanzamos a comprender el significado del derramamiento del Espíritu Santo y nos negamos a aceptar la verdad de Dios. Con la venida de Jesús y el derramamiento del Espíritu se nos enseña que “dar continuamente” es una de las características de Dios. Primero nos dio a Su Hijo y luego de la muerte, sepultura, resurrección y ascensión del Hijo; nos dio al Espíritu Santo. Dios tiene un interés permanente y especial en sus hijos. La paternidad es parte de la naturaleza de Dios. El es el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo y, por nuestra filiación con Cristo, es también nuestro Padre. Él nos dio nueva vida en Cristo Jesús para que esa vida sea preservada nos manda a vivir conforme a Su palabra.
Para vivir conforme a la Palabra debemos escuchar la Palabra. Escuchar es un arte difícil de dominar, ya que significa centrar nuestro interés en la persona que habla, es decir, para escuchar a Dios tenemos que centrar nuestro interés en El. Tenemos que cerrar nuestra boca y abrir los oídos y el corazón al que nos habla desde los cielos. “Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos” (Hebreos 12:25). Esta amonestación nos ha sido dada en diversas formas en las Escrituras. “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado” (Hebreos 3:12). Como representante de Dios, Moisés se los había advertido repetidamente a los israelitas, pero éstos habían repudiado la Palabra. No quisieron escuchar y al rechazar la Palabra de Dios, rechazaron a Dios. “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (Hebreos 10:26-27).
El que habla es obviamente Dios, aquel cuya palabra sacudió la montaña e hizo que el pueblo temblara de miedo. Para que no se desalentaran por medio del profeta Hageo, Dios habló a los israelitas y dijo: “Porque así dice Jehová de los ejércitos: De aquí a poco yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca; y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Hageos 2:6-7). El profeta predijo un sacudimiento de los cielos y de la tierra para demostrar la secuencia y el efecto de la obra de Cristo. La tierra se sacudió literalmente cuando Cristo murió y cuando resucitó. Pera fue a través de la predicación del evangelio y del derramamiento del Espíritu Santo que Dios sacudió a todo el mundo.
Para vivir conforme a la Palabra debemos obedecer las Escrituras. Considere el caso de Moisés, que se enojó con los israelitas y no escuchó las instrucciones que Dios le había dado. “Entonces Moisés tomó la vara de delante de Jehová, como él le mandó. Y reunieron Moisés y Aarón a la congregación delante de la peña, y les dijo: ¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña? Entonces alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces; y salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y sus bestias. Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado” (Números 20:9-12). La desobediencia e incredulidad nos privan de las bendiciones de Dios. Hace falta una limpieza espiritual para que la Palabra de Dios, ya sea en forma escrita o hablada, pueda entrar en nuestras vidas. Una planta, necesita cuidado constante. Si la planta es privada de agua y de nutrición, morirá. La Palabra requiere un cuidado y una aplicación diligente para que podamos crecer y madurar espiritualmente.
Para vivir conforme a la Palabra debemos recibirla con humildad. No con debilidad pero sí con mansedumbre. Al aceptar la Palabra, en nuestros corazones debemos estar libres de la ira, la malicia y de toda amargura. En su lugar debemos demostrar la benignidad y humildad del Señor. La Palabra de Dios fielmente proclamada y escuchada con atención puede salvar a quien la oye. Tiene el poder de transformar vidas porque es viva y activa. La palabra salvar tiene en la Escritura un significado mucho más profundo del que habitualmente le otorgamos. El verbo salvar implica no solamente la salvación del alma sino la restauración de la vida. Salvar significa hacer que la persona sea íntegra y completa en todo. Y eso es lo que la Palabra de Dios puede hacer por el creyente. El evangelio es poder de Dios y obra en todo aquel que cree. ¡Amén!

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