agosto 02, 2011

Creyendo en el poder sanador de Dios

“Esta dijo a su señora: Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra” (2 Reyes 5:3). Esta joven hebrea, esclava de la esposa de Naamán, le hizo saber a éste que el profeta de Israel podía sanarle de la lepra. A pesar del hecho de que Naamán la había llevado cautiva en una de sus incursiones militares, la muchacha demostró un sincero interés en su bienestar. Con un corazón lleno de amor y compasión, se acercó a la esposa de Naamán y le habló de Eliseo. Dios la había colocado allí con un propósito, y ella fue fiel. El testimonio de fe de la joven no sólo creó confianza en el general sirio, sino que también el rey de Siria, creyó por el testimonio de Naamán. No importa si tenemos una posición humilde o pequeña, Dios puede usarnos para predicar su Palabra. Busquemos las oportunidades para decirles a los que nos rodean lo que Dios puede hacer por ellos. Hacemos bien cuando testificamos a otros tanto del poder salvador como del poder sanador de Jesús. Cuando Naamán se entera de que podía ser sanado de su lepra, realiza los trámites por vía diplomáticas, “de rey a rey”. El narrador resalta con agudeza la reacción y la respuesta del rey de Israel, quien sospecha que el rey sirio busca un pretexto para atacarlo. La fe de la joven y la petición de Naamán contrastan con la terquedad del rey de Israel. Se daba cuenta de que esa enfermedad sólo podía ser curada por Dios, pero su fe en Dios no le alcanzaba para creer que el Señor podía usar a un hombre para sanar a Naamán de su enfermedad. Mientras el rey estaba desesperado, el profeta de Dios estaba lleno de esperanza. En los momentos de dificultad y perplejidad vale la pena recordar que hay un Dios en el cielo que nos mira con amor y misericordia. Cuando el rey de Israel no encuentra una solución, es cuando entra en escena uno que no posee los títulos ni la importancia social ni política del resto de los actores, pero que posee el poder para curar al enfermo y el carácter de un hombre de Dios. El profeta estaba ansioso de que Naamán conociera el amor y el poder del Dios de Israel. La finalidad de la intervención de Eliseo en este asunto es la de probar la superioridad del Dios de Israel, cuya acción no está limitada a los estrechos límites de Palestina. Cuando llegó el general sirio con su imponente comitiva a la casa del profeta, Eliseo le envió un mensaje: “Ve, lávate siete veces en el Jordán”. Este recibimiento, aparentemente tan descortés para un extranjero de tan alta dignidad, exasperó de tal modo a Naamán, que decidió irse, jactándose desdeñosamente: “los ríos de Damasco son mejores, que todas las aguas de Israel”. A Naamán se le dijo que se lavara siete veces en el río Jordán y esto le molestó mucho. Su soberbia y orgullo oculto salieron a la luz, pero fueron la obediencia y la sumisión la que le abrieron el camino de la sanidad, las puertas de esa humilde vivienda eran las puertas a la vida y a la esperanza. Naamán tenía sus propias ideas, pero no coincidían con las de Dios. Muchas veces los siervos demuestran que son más sabios que sus amos, y los subordinados más inteligentes que los reyes. Al hacer caso a las palabras de sus criados, Naamán encontró el camino a la vida y la salud. La curación no se habría efectuado si no hubiese acatado las palabras del profeta. Pero cuando actuó según se lo había mandado el profeta, sanó de su lepra. Cuando Dios habla mediante un profeta, hay que dejar de lado la opinión personal y aceptar el mensaje del Señor. Sólo así podremos andar en sus caminos y participar de sus bendiciones. La obediencia constituye un requisito para recibir sanidad. A los leprosos Jesús les dijo: “Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados” (Lucas 17:14). Antes de sanarlos, Jesús prueba su fe y su obediencia enviándolos a los sacerdotes y mientras iban, el milagro de sanidad ocurrió. Fueron sanados luego de haber obedecido. La fe se pone en evidencia a través de la obediencia. Los leprosos clamaron a Jesús en una situación desesperada; Él los curó, y nueve de los diez no volvieron a darle las gracias. Los cristianos agradecidos crecerán en el conocimiento de la gracia de Dios. Dios no demanda que le demos gracias, pero se complace cuando lo hacemos. La conciencia de ser leprosos espirituales debería hacernos humildes cada vez que nos acercamos a Cristo. “Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio” (Lucas 4:27). ¡Amén!

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