agosto 11, 2011

El nombre de Jesús

“Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán” (Marcos 16:15-18). Muchos eruditos cuestionan la autenticidad de estos versículos, fundamentalmente porque no aparecen en los manuscritos más antiguos, y porque su estilo es algo diferente al resto del libro. Sin embargo, muchos escritores cristianos del siglo II, como Justino Mártir, Ireneo y Tertuliano, dan testimonio a favor de la inclusión de estos versículos; y las traducciones más antiguas, al latín, siríaco y cóptico, los incluyen. Las señales acreditan el mensaje del Evangelio, y no pueden ser limitadas a la época de los apóstoles, lo mismo que la gran comisión del Señor de llevar el Evangelio a todo el mundo. Las señales, por lo tanto, confirman el ministerio de los embajadores de Cristo en cada nueva generación. Echar fuera demonios, hablar en lenguas, y sanar por medio de la oración, todo ello aparece en otros pasajes del Nuevo Testamento, y no hay indicación en las Escrituras de que las señales descritas aquí vayan a cesar antes del regreso del Señor. Todas las señales mencionadas aquí han ocurrido repetidamente en la era cristiana. Jesús nos dio el derecho de usar Su nombre, este es un privilegio maravilloso y nunca debemos tomarlo a la ligera. “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18). Cuando Jesús nos dio el derecho legal de usar Su nombre, puso de esa manera Su confianza en nosotros. En términos jurídicos, nos dio Poder legal para usar Su nombre. “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11). Jesús ha sido exaltado a la posición más alta. La humillación y la obediencia de Jesús fueron recompensadas con Su exaltación (huperupsoo) a la más alta posición de honor y gloria. “Volvieron los setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre… He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará” (Lucas 10:17,19). El nombre de Jesús representa su autoridad. Los discípulos obtuvieron grandes resultados al ministrar en el nombre y con la autoridad de Jesús. Cuando Jesús estaba por partir, instruyó a Sus seguidores a usar Su nombre. Les dijo que lo que pidieran, Él lo haría, para que el Padre fuera glorificado en el Hijo. “…De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido” (Juan 16:23-24). Pedir en el nombre de Cristo es reconocer nuestra indignidad delante de Dios y nuestra necesidad de depender completamente de Cristo. “Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera éste haya sido sanado, sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano” (Hechos 4:9-10). Pedro era audaz y valiente reconocía el peligro pero no se acobardaba. El nombre y la autoridad de Jesús nos hacen capaces, audaces y guerreros valientes para predicar el Evangelio con poder. ¡Amén!

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