agosto 05, 2011

Iguales para Dios

La igualdad con la que los hombres y las mujeres fueron creados la vemos enfatizada de una forma nueva en la iglesia. “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días” (Joel 2:28-29). El Espíritu Santo se derramó en la iglesia con poder, y tanto los hombres como las mujeres recibieron dones especiales para ministrar de formas extraordinarias. Los dones espirituales les fueron dados tanto a los hombres como a las mujeres, desde el día de Pentecostés y a través de la historia de la iglesia. Pablo considera a cada cristiano un miembro valioso del cuerpo de Cristo, “Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho” (1 Corintios 12:7). Cada don es una manifestación del Espíritu, esto es, una evidencia visible de su actividad. El Espíritu Santo derrama sus dones según su voluntad de acuerdo con la ocasión, desde el punto de vista divino. Después de mencionar varios dones, dice: “Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (1 Corintios 12:11). La distribución de los dones a cada persona es una decisión soberana del Espíritu. Pedro también, al escribir a las iglesias esparcidas por toda Asia dice: Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. (1 Pedro 4:10). La iglesia necesita todos los dones que pueda tener una persona. No hay dones que no se puedan poner al servicio de Cristo. Estos textos dicen que tanto los hombres como las mujeres tienen dones valiosos para el ministerio de la iglesia. ¿Quiénes oran con más eficacia, los hombres o las mujeres? ¿Quién puede cantar, alabar y adorar a Dios, los hombres o las mujeres? ¿Quién tiene una mayor sensibilidad espiritual y una relación más profunda con Dios? No debemos responder a esta clase de pregunta. Tenemos la misma capacidad para recibir el poder del Espíritu Santo y para ser usados por Dios en su Iglesia. A lo largo de la historia de la iglesia han habidos grandes hombres, así como mujeres. Ambos han sido grandes guerreros de oración, y han prevalecido sobre los reinos terrenales, y sobre los poderes y fortalezas espirituales mediante la autoridad que han recibido del Señor Jesucristo. En Pentecostés, los hombres y las mujeres que creyeron fueron bautizados: “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas” (Hechos 2:41). Esto es significativo porque en el antiguo pacto, la señal del pacto (la circuncisión), la recibían solamente los hombres. Sin embargo en el nuevo pacto la señal del bautismo, es tanto para los hombres como para las mujeres, es una evidencia adicional de que ambos deberían ser vistos como miembros plenos e iguales del pueblo de Dios. Pablo también hace hincapié en la igualdad entre los hijos de Dios en Gálatas: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:27-28). Pablo está aquí subrayando el hecho de que ninguna clase de personas, debería reclamar una posición especial o privilegio en la iglesia. Los esclavos no deberían pensar que son inferiores a los hombres y mujeres libres, ni los hombres libres deberían pensar que son superiores a los esclavos. Los judíos no deberían pensar que son superiores a los griegos, ni los griegos deberían pensar que son inferiores a los judíos. Del mismo modo, Pablo quería asegurarse de que los hombres cristianos no adoptaran las actitudes de las culturas que les rodeaban, o incluso de algunas de las actitudes del judaísmo del primer siglo, o pensar que ellos tenían mayor importancia que las mujeres o que eran de un valor superior para Dios. Tampoco deberían las mujeres pensar que eran inferiores o menos importantes en la iglesia. Los hombres y las mujeres, los judíos y los griegos, los esclavos y los libres son iguales en importancia y valor para Dios e iguales como miembros del cuerpo de Cristo, la iglesia, por toda la eternidad. En términos prácticos, nunca pensemos que hay ciudadanos de segunda clase en la iglesia. Lo mismo si es hombre o mujer, empresario o empleado, judío o gentil, negro o blanco, rico o pobre, sano o enfermo, débil o fuerte, atractivo o no, extremadamente inteligente o lento para aprender, todos son igualmente valiosos para Dios. Esta igualdad es un elemento asombroso y maravilloso de la fe cristiana y pone al cristianismo en un nivel diferente al de todas las otras religiones, sociedades y culturas. La verdadera dignidad de la condición del hombre y la mujer puede alcanzar su plena realización solamente en la obediencia a la Palabra y a la sabiduría redentora de Dios. Somos hijos e hijas de Dios, herederos y herederas con Cristo, de modo que no hay diferencia en este sentido. ¡Amén!

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