agosto 07, 2011

Retornemos al primer amor

“Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido” (Apocalipsis 2:5). La vida y conducta de la iglesia son conocidas totalmente por Jesucristo. Él tiene conocimiento de las obras realizadas por la iglesia. También reconoce la fatiga que han causado y la paciencia que fue necesario tener durante su realización. Esta iglesia se había negado a tolerar el pecado entre sus miembros. Nosotros vivimos en una etapa en que se halla muy difundido el pecado y la inmoralidad sexual. Es popular el ser tolerante con diversos pecados, llamándolos “decisiones personales” o “estilos alternos de vida”. Pero cuando el cuerpo de creyentes empieza a tolerar el pecado en la iglesia, las normas se reducen y se pone en peligro el testimonio de los creyentes. Recuerde que la aprobación de Dios es infinitamente más importante que la del mundo. En el esfuerzo por mantener puras la enseñanza, la moral y la doctrina, es posible perder el amor. “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad”. (1 Juan 3:18). Un conflicto que no se resuelve puede debilitar o acabar nuestra paciencia y nuestro afecto. Al defender la fe, cuídese de no levantar una estructura de rigidez que debilite el amor. La vida cristiana es una guerra contra el pecado, contra Satanás, el mundo y la carne. Nunca debemos ceder ante nuestros enemigos espirituales pero esto no significa que debemos dejar de amar a Dios y a nuestros hermanos. En su celo por la obra de Dios esta iglesia perdió de vista el amor al prójimo. Pablo había elogiado a la iglesia de Éfeso por su amor a Dios y a los demás, pero muchos de los fundadores de la iglesia habían muerto, y la segunda generación de creyentes había perdido su fervor espiritual. Era una iglesia muy activa y sus miembros hacían mucho en beneficio propio y de la comunidad, pero muchas de las cosas que hacían eran hechas por motivos equivocados. El hacer algo para Dios debe estar motivado por el amor a Dios, o no perdurará. Pablo nos amonesta en contra del lenguaje vulgar, y sin sentido. En contra del uso inapropiado del lenguaje, la amargura, las palabras torpes y las actitudes impropias contra otros. “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:29-32). El Espíritu de Dios en nosotros es el sello de nuestra redención y la garantía de que le pertenecemos a Dios. No provoquemos al Espíritu de Dios. No le obliguemos a retirar su presencia y su gracia. “Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos” (Efesios 1:15). La fe que tenemos en el Señor Jesús es lo que nos une como familia y esta fe se expresa por medio de una fidelidad absoluta al Señor. El amor para con todos los santos es el resultado de esa fe. Los santos son los fieles creyentes en el Señor. Estas cualidades son evidencias de nuestro crecimiento espiritual. La fe y el amor son dos características complementarias y esenciales de la vida cristiana. Como pastor, Pablo se regocijaba por el crecimiento de los hermanos. El mundo necesita cristianos que defiendan la verdad de Dios y que conduzcan a la gente hacia la vida recta. Algo se había echado a perder en Éfeso. Mantenían una ortodoxia impecable; pero el amor había desaparecido (había muerto). Cuando participamos en algo que sabemos que es malo, a menudo usamos excusas para justificar nuestra conducta. Cristo emplea palabras muy duras para los que buscan excusas para pecar. “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios”. ¡Amén!

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