agosto 07, 2014

Bondad y rectitud

(Marcos 10:18)

“Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios”. Si deseas conocer la bondad, debes pensar en Dios, él es el único bueno, y además debe guardar sus mandamientos. La bondad de Dios  y Su justicia nos revelan, es decir, nos muestran en toda su crudeza la indignidad del hombre. Jesús está hablando en este texto de una bondad perfecta. Él no se refiere a una bondad derivada o relativa. Si como maestros y predicadores no dirigimos las miradas de nuestros alumnos y oyentes a la bondad perfecta sino que hacemos que pongan sus ojos en nosotros que tenemos una bondad derivada y relativa, no somos buenos maestros ni predicadores. Es cierto que no podemos excluir nuestra personalidad pero como buenos pedagogos tenemos la obligación de señalarle al discípulo cual es la bondad perfecta.
La obediencia a los mandamientos divinos es la base para poder vivir una vida decente. “Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; El malo no habitará junto a ti” (Salmos 5:4). La maldad afecta a Dios, y le deshonra. Puesto que Dios es justo y santo, los que hablan mentira y no obedecen a Dios no tienen acceso a él. Los amigo de Dios, se conmueven ante la maldad. Los salmos tienen el propósito de despertar en nosotros una reacción contra la maldad. A menudo los creyentes no reaccionamos frente tanta maldad e injusticia de la sociedad. Los malos no tienen acceso al Dios santo; en cambio el salmista quiere adorarle y obedecerle; pero no pretende tener acceso so porque es “bueno”, sino porque reconoce la abundancia de su gracia. Los verdaderos cristianos confiesan su fe profunda en la bondad de Dios y su aborrecimiento del mal. En nuestro conflicto con el mal, siempre necesitamos la guía específica del Señor; su camino es siempre el mejor.
La respetabilidad, consiste en no hacer nada malo; pero el Cristianismo consiste en hacer algo por los demás. Ahí es precisamente donde este el joven rico -como tantos de nosotros- fallamos. En nuestro conflicto con el mal se necesita la dirección constante de Dios, porque el enemigo usa muchas maneras de engañar. Son muchas las maquinaciones [ardides] del diablo. Dejemos de considerar la bondad como algo que consiste en no hacer cosas. Tú debe sacrificarte a ti mismo y lo que tiene en beneficio de los demás y entonces hallará la verdadera felicidad en el tiempo y en la eternidad. Aquel hombre no pudo hacerlo. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, quiere decir: no le niegues a tu prójimo el amor que le debes y el amor que le debemos a nuestros prójimos no debe ser un amor de palabras solamente sino de hecho.
Probablemente usted no ha robado nunca, ni ha defraudado a nadie -pero tampoco no ha sido, de manera positiva, una persona sacrificada y generosa.
Puede que sea una persona respetable y no le quite nunca nada a nadie pero eso no significa que ere un buen cristiano. Jesús estaba confrontando a este hombre con una cuestión básica y esencial. Todos queremos la bondad, pero hasta cierto punto. No estamos dispuestos a pagar el precio.
Jesús, al mirarle, le amó. Jesús no estaba enfadado con él. No era la mirada de la ira, sino la del amor. Era una mirada que trataba de sacar al hombre de una vida cómoda, respetable y segura, e introducirle a la aventura de ser un verdadero cristiano. Es triste ver como escogemos deliberadamente no ser lo que hubiéramos podido ser y lo que se nos ofrece. Que no tenga Dios que mirarnos con el dolor que había en la mirada de Cristo. Ere una persona amada no rehúse ser lo que Dios quiere que sea. Tú tienes todas las posibilidades llegar a ser aquello para lo que ha sido creado.
“Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). La ley no sólo nos hace conscientes de nuestro estado pecaminoso, sino que también es una norma para nuestra vida. Las Escrituras constantemente nos recuerdan cuales son nuestros deberes y nos sirven de guía mientras para que andemos con gratitud por la senda de la salvación. La ley no podrá convencernos de pecados, si no discernimos su significado real, y su profundidad. La actitud nuestra hacia las Escrituras es mucha veces superficial, es superficial porque su obediencia no nos produce contentamiento sino tristeza. El descontento emerge en las palabras añadidas por Mateo, “¿Qué más me falta?”. Este joven trata de convencerse a sí mismo de que todo anda bien; no obstante, por dentro está patéticamente perturbado. ¿Ha amado realmente a su prójimo como a sí mismo, no ha defraudado a su prójimo reteniendo lo que propiamente le pertenece? ¿Por qué entonces esa falta de paz mental y que fue lo le impulsó a ir corriendo a Jesús con una pregunta llena de ansiedad? Es como si estuviera diciendo, “¿Qué otra buena obra debo hacer aún, además de las muchas que he hecho desde mi niñez?”. ¡Tan lleno de entusiasmo que estuvo al comienzo y tan triste y resentido al final! Así se aleja, triste y afligido, pensando probablemente, “Esta exigencia no es justa. Ninguno de los otros rabís me habría pedido tanto”. La demanda que Jesús le hizo a aquel hombre desorientado era lo adecuado para su situación particular y para el estado de su alma. Jesús no les pidió a todos los ricos que hiciesen exactamente igual. ¡Amén!


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